Por Tulio Monsalve| Elecciones las de antes (Opinión)

Cuando el diligente y bien dispuesto y domesticado equipo del Consejo Supremo Electoral (CSE) animaba nuestras “fiestas electorales” cada cuatro años, su Presidente, con plácida, suave y etilizada onda, desde el Shorthorn Grill, ponía en el Gobierno a AD o a su hermano siamés Copei. No había pele, era uno u otro.

Seguro que el CSE montaría en el escenario, cual Miss Venezuela, un ganador. Lo preliminar, mi eterna cola en el Colegio Américo Vespucio. Allí iba a caer, para llevar a cabo mi ejercicio ciudadano del voto y poder ratificar lo único que en mi vida era seguro: nunca iba a atinar a votar por algún ganador. En ocho participé y en ocho perdí. No gané ni jugando eso que llamaban Trifecta.

De lo único de lo cual estaba seguro era que el Gobierno desplazado y el que viniera, iban a hacer lo mismo de siempre.

Como me daba lo mismo quién ganara, mi única expectativa era que el nuevo Presidente hiciera algo que me sorprendiera. Bien, haciendo un deshabillé del carácter y desplantes e intimidades y secretos de su nueva amante. O tuviéramos nueva Fundación del Niño, dispuesta a deslumbrarnos con una nueva disneylandia.

En esos 40 años me divertía reconocer, al menos una extraña constante, por ejemplo: Armando Sánchez Bueno, adecote, que cual efigie egipcia, fue presidente por 30 años de la Comisión de Finanzas, misterio sibilino nunca develado. Raro y cierto.

En fin, estábamos frente a un Estado guachamaron en el que las palabras equidad, justicia y decencia se las pasaban por la bisectriz con elecciones y todo.

tuliomon@gmail.com