En Canoabo apuestan a un turismo agroecológico de “base comunitaria”

En la montaña que rodea a Canoabo, los habitantes de Las Garcitas se sumaron a un proyecto para rescatar y preservar la cuenca del río Capa, que alimenta la represa de Canoabo, y desde la cual se lleva agua a Puerto Cabello y Morón. Ahora cultivan sin agroquímicos y diseñaron una ruta turística y ecológica para aprovechar los atractivos de la naturaleza y disfrutar de la vida campestre

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La comunidad de Las Garcitas, asentada en casas dispersas, a unos 800 metros de altitud al suroeste de la enorme montaña en herradura que bordea a Canoabo, se propone estructurar un programa turístico en el que la naturaleza, el montañismo, el senderismo, se combinen con la apreciación y disfrute de las sencillas costumbres y labores de una comunidad rural que cultiva sin agroquímicos, y se regodea de vivir cerquita del cielo en medio de una envidiable “paz natural”, como asienta Bartola Salinas, una mujer que dice haber guardado sus títulos universitarios, se convirtió en parcelera, y celebra con una limpia carcajada el haber rechazado el rescate o “paquete económico”, que algunos familiares le ofrecen para que salga de ese monte.

El caserío de 20 familias, está ganado para sumarse a la lucha de preservación y rescate de la afectada cuenca del río Canoabo, cuyo embalse, aguas abajo en las afueras del pueblo, es crucial para el suministro del “vital líquido”, a la población y a importantes empresas públicas y privadas del eje costero carabobeño.

“Nosotros trabajamos en forma agroecológica”, explica Bartola Salinas. Estamos haciendo realidad un sueño, porque la zona se presta tanto para la parte agrícola como la turística. Es un ambiente con las bondades de la naturaleza: agua dulce, un clima fresco, paz, una paz natural, de hecho yo la llamo “mi reserva”. Tenemos un proyecto con una ruta agroecológica, de la mano de tierra Viva, Fundacanoabo. Nuestras expectativas son altas. Somos productores de ocumo, ñame, plátano, cambures y pronto lo seremos de cacao y café”.

Confiesa que es nativa de Güiria, estado Sucre, que es educadora egresada de la UCV y de la Universidad de Carabobo, y que es maestra normalista. Todos esos títulos los puso a un lado desde que decidió instalarse en su rancho de montaña para vivir y palpitar en armonía con la madre naturaleza. Tiene flores, unas cuantas gallinas, gatos y perros, una pequeña laguna, un fogón artesanal donde hornea sus tortas, y un corte de caña para preparar el melao .

“Utilizo ese título hermoso que es ser parcelera. Yo andaba buscando un sitio agradable, fresco. Vine por aquí, me enamoré de Las Garcitas, y de un garzón, me casé y aquí estoy. No tenemos electricidad ni otros servicios modernos, pero poseemos lo más importante que es el amor, buena atención y mucho sabor. Compré por aquí hace seis años. Desde hace dos años me asenté definitivamente. Soy una mujer feliz aquí”, cuenta.

Bartola relata que aprendió de su madre, allá en oriente, a elaborar dulces caseros; con el tiempo ha ido perfeccionando las recetas. “Los hacemos con miel de caña. Sembramos la caña, la molemos, hacemos la miel y con esta miel los dulces”.

Iniciativas agroforestales

El proyecto de Las Garcitas , todavía en fase de ejecución, cuenta con el respaldo, y acompañamiento de la Fundación Tierra Viva, Fundacanoabo, y una serie de entes, públicos y privados como la Universidad Nacional Experimetal Simón Rodríguez (núcleo Canoabo), Ecosenderos, consejo comunal Los Naranjos, la Escuela Robinsoniana Técnica Agropecuaria Carlos Sanda, chocolatería Valle Canoabo, El Portón de don Antnio, Ecosenderos, Posada Ecológica Casa María, la emisora comunitaria Cumbre (en Bejuma) y una serie de personalidades tanto de la parroquia Canoabo, como del municipio Bejuma, estado Carabobo.

Jordana Ayala, gerente de programas socioambientales de la Fundación Tierra Viva, refiere que Las Garcitas se vio afectado por la bacteria conocida como “dragón amarillo” que destruyó los cultivos de naranja y mandarina, por lo cual propusieron a los parceleros sustituirlos por café y cacao, que en el pasado fueron cultivos tradicionales.

“Además del café y cacao incluimos rubros como frijoles, jengibre, cúrcuma y otros de ciclo corto, lo cual les permite un ingreso adicional. El trabajo ha sido fundamentalmente formativo con talleres de técnicas agroecológicas y agroforestales, uso de bioinsumos. También hemos fomentado la organización de la comunidad, que ya se está encaminado a agruparse en una asociación de productores agroecológicos. La ruta ecoturística Las Garcitas representa la fase final de este programa, que tiene el respaldo del fondo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, ”, dice Jordana Ayala.

El turismo de base comunitaria, explica Jordana Ayala, aprovecha, en este caso, el entorno agrícola y todos los servicios que los productores pueden ofrecer a un turista, aunado al paisajes, el atractivo de hacer un recorrido de montaña, ver el valle de Canoabo desde un mirador, disfrutar de un baño en el pozo de una cascada o comerte un “cortado” casero como el que prepara Ramona Briceño en la casa de don Ricardo Meleán.

“Tienes la oportunidad de conocer a los productores, charlar y compartir con ellos una comida. Es un turismo que te permite aprender sobre la naturaleza, las aves, el estado del ambiente. También disfrutas de un pueblo con un gran tradición cultural, como es Canoabo”, asevera Jordana.

Emilio Torrealba, presidente de Fundacanoabo detalla que el proyecto de Las Garcitas impulsa el cambio de mentalidad del campesino en cuanto al conuco y la costumbre de cortar árboles, quemar, sembrar, y luego tumbar otro pedazo. Se trata de cultivar con métodos amigables con el ambiente, desarrollar la actividad turística y recuperar la cuenca hidrográfica del río Canoabo o Capa.

Desde hace años en Fundacanoabo vienen trabajando en actividades dirigidas a sembrar la conciencia ecológica, entre ellas la Bicicletada Ecológica en Famila, la celebración del Día del Árbol, y del Día Mundial del Ambiente, jornadas de reforestación.

“Para el último domingo de mayo, vamos a subir hasta Las Garcitas para sembrar una semilla para la cuenca del río Canoabo. Se debería aprobar que la cuenca se decrete como zona protectora. A nosotros como luchadores sociales se nos escapa de las manos”, informa Torrealba.

Una serie de estudios revela que la cuenca posee una superficie de 14.508 ha. Se ubica en la cordillera de la Costa de Venezuela, al noroccidente del estado Carabobo. Alberga una población aproximada de 6.500 habitantes y surte de agua a poblaciones de importancia como Morón y Puerto Cabello (aproximadamente 300.000 habitantes) y a industrias básicas estratégicas como la refinería de hidrocarburos El Palito, la planta petroquímica de Pequiven y la planta de generación eléctrica Plantacentro, instalaciones de relevancia nacional. El embalse de Canoabo tiene 234 ha. de superficie.

En 2016 el Ministerio de Ecosocialismo, en una jornada de reforestación, plantó 300 árboles en el sector Los Naranjos, específicamente en la zona denominada La Toma y Caja de Agua, cercana al río Capa.

La ruta agroecológica

La ruta agroecológica y turística Las Garcitas, en un plan preliminar diseñado por la comunidad, incluye una serie de estaciones o paradas que le dan sentido al turismo de base comunitaria. El recorrido puede arrancar en el Portón de don Antonio, en Canoabo, donde se ofrece un delicioso desayuno criollo, servido por Antonio Guinand y su esposa Nélida Sequera.

El negocio de don Antonio, especializado en comida criolla, posee además, una muestra de antigüedades, con fotografías en blanco y negro del viejo Canoabo. Desde un equipo de sonido brotan viejas canciones de boleros con letras que abordan todas las posibilidades del amor: “Me estoy secando en vida/ desde que no te veo/ y no muerdo tus labios”.

Del portón se parte hacia Los Naranjos hasta la casa de Héctor Armando Lara, un tecnólogo popular, que junto a su familia montó una casabera.

Armando Lara fabricó una máquina múltiple que desgrana maíz y quinchoncho, trilla café, pela yuca, la ralla. Allí preparan harina de maíz y harina de yuca.

El tour se inicia en este sector de Los Naranjos, sobre un camión que por una polvorienta carretera de tierra asciende lentamente hacia la montaña. A bordo se acomodan unas 30 personas especialmente invitadas por la comunidad, Tierra Viva y Fundacanoabo, para que conozcan la experiencia.

Emilio Torrealba explica que los propios parceleros, a pico y pala, durante 17 fines de semana consecutivas, han venido ensanchando y acondicionando la carretera para hacerla transitable.

La siguiente parada se ubica en el Mirador Elías Roble, construido por los pobladores, desde donde se observa el valle de Canoabo, y el pueblo, a lo lejos, con sus casitas y la torre de la iglesia. El mirador está a casi 600 metros sobre el nivel del mar. Por allí se puede admirar la salida del sol en las mañanas, emergiendo de la montaña lejana.

En el trapiche El Milagro, fundado hace 72 años por Alberto León, se aprecia el proceso artesanal de elaboración del papelón, melcochas, melao, melaza. El trapiche funciona con un viejo molino a gasoil.

Vicente León, quien está al frente del trapiche, explica que la caña de la zona contiene un alto grado .

“Si comenzamos a moler en la madrugada sacamos entre 200 y 300 papelones por día. Con mil kilos de caña producimos entre 90 o 95 papelones, mientras que en las zonas bajas se obtienen 30 papelones. Yo le digo a los amigos míos, que si no arrancamos no terminamos y no se sabe que tenemos o hace falta”, señala Vicente León, quien también trabaja en la Unesr, de Canoabo.

En la preciosa casa de Ricardo Meleán se muestran los sembradíos con métodos agroecológicos. En una mesa, dentro de una cesta, ofrecen a la vista la cosecha: cebollas, zanahorias, ajoporro, cilantro, plátanos, cambures.

“Yo estoy aquí con mis hijos y nietos para ver hasta dónde llegamos”, dice don Meleán.

Un sendero por cuyo trayecto se puede admirar un petroglifo, que testifica la presencia indígena en estas montañas, conduce a una cascada que los lugareños llaman “El Encanto”. El chorro de agua de unos 15 metros de altura, forma un pozo , y luego prosigue su curso montaña abajo entre enormes piedras. En invierno se triplica el caudal. Allí, Mirian Robles recibe a los visitantes con sus exquisiteces en tortas, golfeados, quesadillas. La dama dice que le gustaría construir una cabaña de pernocta.

Antes de continuar para la casa de Iván Meleán, con su piscina y patio para acampar, y de llegar al acogedor rancho de Bartola Salinas, el grupo se detiene en el caney de Hadid González, un joven que cultiva cacao, y es quien conduce al lugar del petroglifo.

“Nosotros queremos turistas que no vengan puramente a tomar aguardiente, sino que respeten las normas ambientales”, dice uno de los pobladores en el caney de Hadid.

TyF/ Manuel Abrizo
Caracas