En Chávez se juntaron todos los caminos

__“¿Y qué estás comiendo?”, le preguntó Chávez al niño con quien conversaba agachado a su lado.
__“Galleta”, le dijo el niño.
__“Dame, pues”, le sugirió el Comandante.
En seguida, el niño se sacó lo que le quedaba de galleta de entre los dientes y se lo entregó. Chávez agarró el dedito con el pedacito de masa y se le introdujo a su vez en la boca. Los presentes en el acto, y muchos de quienes lo presenciaban por televisión, soltaron espontáneamente una graciosa expresión de exclamación y admiración. El episodio quedó grabado como una muestra tangible del tamaño de su sensibilidad humana y del amor por los niños que siempre profesó.

A lo largo de todo el periodo presidencial, el Comandante dio innumerables y conmovedores testimonios de la pureza de su condición humana y la transparencia de su personalidad, vacunada contra los halagos, las vanidades, las mieles del poder. En no pocas oportunidades ironizó sobre las trampas y señuelos que le tendió la burguesía criolla para atraerlo a su redil; todas fracasaron.

Más allá del político, del pensador, del “fiebrúo” por el beisbol, del hombre de acción, del ideólogo e intelectual, del militar y del luchador revolucionario, jamás olvidó sus orígenes humildes en Sabaneta de Barinas, cuando vendía las arañas de la abuela Rosa Inés, como monaguillo que tocaba las campanas de la iglesia o, en tiempos difíciles, cuando acudía a la bodega de Luis Alfonso para decirle “Luis Alfonso vengo a fiar un bolívar de plátano”, según contaba complacido en sus amenas intervenciones en actos y ceremonias públicas.

El día después de su apabullante victoria electoral en diciembre de 1998, Chávez acudió casi trasnochado a la planta televisiva Venevisión, al programa que ese canal acostumbraba presentar en exclusiva con el triunfador de la contienda electoral presidencial del momento. Entrevistado por Napoleón Bravo, hizo un recuento de su vida. Se refirió a su infancia, época a la que posteriormente aludió en numerosas anécdotas.

Napoleón Bravo fue el mismo que tres años después, cuando el “carmonazo” del golpe de abril de 2002, le dijo a los televidentes “Buenos días, tenemos un nuevo presidente”, mientras mostraba un papel con la supuesta renuncia de Chávez.

“Napoleón”, contó Chávez ya como presidente recién electo, “yo tengo una suerte, tuve y tengo una dicha. Desde muy niño me nació un sueño, tú que hablas de sueños ahora y eso es una dicha de verdad, que uno de niño, yo me recuerdo, yo fui un niño feliz, un niño pobre, un niño campesino, pero feliz, feliz en un hogar de maestros de escuela, con una abuela que, como todas las abuelas, me adoraba; una casa de palma, recuerdo una casa muy humilde, pero llena de flores, un patio muy grande de frutales, de naranjos, de mandarinos, de piñales y yo crecí con mis hermanos, somos seis varones. Bueno, allá, confundido con la misma naturaleza, a orillas de un río, el río Boconó, que divide al estado Barinas del estado Portuguesa. Y te decía que desde muy niño se me hizo la idea, o me hice la idea, me nació el sueño de ser pintor, yo quería ser pintor. Yo me recuerdo, a los 9 ó 10 años, haciendo caballetes con las ramas de los árboles, buscando viejos cartones y pegándolos allí; buscando una perspectiva a lo largo de la calle Real de Sabaneta de Barinas, pintando la profundidad, buscando el cloroscuro, estudiando. Fue un sueño que me nació y que permaneció en mi espíritu y mi voluntad hasta 2° o 3er año de Bachillerato…”.

El moderador acotó que continuaba pintando y que lo hacía en la cárcel.

“Claro, sí”, continúa Chávez. “Todavía quedan rastros de ese sueño, porque uno nunca va dejando de ser lo que fue. Hoy lo que yo soy es el cúmulo de cosas que he sido. Un poco el poeta Whitman: ‘Soy un poco de todo lo que he sido, un poco de todos los caminos que he cruzado’; o la canción de Eneas Perdomo ‘Traigo polvo del camino’. Yo soy producto de esos caminos, yo soy un poco pintor, un poco artista, soñador, un poco utópico…”.

Más adelante confesó que como pintor le gustaba irse a la orilla del río Boconó, en Sabaneta, a dibujar las chorreras de agua.

“Las chorreras, a dibujar los grandes árboles, siempre me llamaron la atención los árboles muy altos, y uno buscaba los monos que saltaban a veces por la orilla del río, o pintaba, como ya te decía, la calle larga en el invierno, que se llenaba de agua, se hacía una inmensa laguna o pintaba las flores del jardín de la abuela o pintaba el colegio. Buscaba, yo me movía por allí. Era un pueblo muy pequeño de tres calles, no más de cuatro o cinco mil habitantes, era un pueblo campesino, pero me gustaba mucho pintar la naturaleza…”.

En esa entrevista, Chávez habló de su pasión por la música llanera, por el arte, la literatura, la poesía, las tradiciones venezolanas, comentó sobre sus gustos literarios, sus lecturas: Doña Bárbara, Las Lanzas coloradas (novela de Arturo Uslar Pietri). Se refirió al poeta Andrés Eloy Blanco. Habló de Pedro Pérez Delgado (Maisanta). Confesó que había compuesto canciones y que le escribió una poseía a su adorable abuela Rosa Inés, fallecida en 1982, de la cual recitó una parte:

“Quizás un día, mi vieja querida, dirija mis pasos hacia tu recinto, con los brazos en alto y con alborozo coloque en tu tumba una gran corona de verdes laureles, sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu pueblo y la de tu historia”.

A los músicos, los saludó con cariño. “Y mi respeto a todos los folcloristas venezolanos y a lo que llevan por dentro, lo que significa”.

Lugo se refirió a la canción “Palmaritales de Arauca”, compuesta por Valentín Carucí y popularizada en la voz de Eneas Perdomo. “Bueno, es una canción bellísima que comienza así:

Palmaritares de Arauca

cuna de un cielo llanero

donde se peinan las garzas

garcitas blancas

que vienen de los esteros.

“Es un poema hermoso, pero es un poema a eso: a las garzas, al sol, a la luna. Es un canto a los palmaritales del Arauca, de ese Apure tan hermoso”.

Yo soy Hugo

En una composición de 2003, reveladora de lo que pensaba de sí mismo y del cargo que ocupaba, se refiere a la figura transitoria de presidente:

“Yo no soy presidente, yo estoy de presidente, pero yo soy Hugo. Uno puede estar de muchas maneras, así como el agua, el agua puede estar líquida y corriendo por el Santo Domingo, por el río, o por el Orinoco, (…) pero el agua, siendo agua, puede estar también allá en las nubes en forma gaseosa, es agua pero está gaseosa o está líquida, o está convertida en nieve allá en las cumbres del pico Bolívar (…). Así que uno es, puede estar de muchas maneras, y por tanto para un ser humano conservar su identidad, no importa el papel que está cumpliendo, la función que está jugando. Ese es uno de los esfuerzos más grandes que tenemos que hacer nosotros como individuos y como pueblos, descubrirnos a nosotros mismos, fortalecer nuestra identidad y nunca dejar de ser nosotros mismos, el agua que somos, el alma que somos, el barro que somos”.

Durante una de sus tantas visita a Elorza, pueblo apureño al que amó profundamente, Chávez acudió, ya como presidente, a la humilde casa de una mujer a la que conoció en sus años de capitán en el Escamoto, regimiento militar en el que estuvo destacado en los años ochenta del siglo pasado. Aquella señora le daba café. Preguntó por ella y le dijeron que había fallecido. En la casa quedaron los dos hijos morochos a los que conoció de niños. Al recibir la noticia se sintió conmovido. Quizá había ido a decirle a aquella noble mujer por quien guardaba un enorme cariño que Hugo, el capitán Chávez, nunca la había olvidado.

Adán Chávez, en artículo publicado en el Correo del Orinoco el 5 de marzo de 2016, asienta que en aquella casita de Sabaneta de la abuela Rosa Inés, “donde crecimos juntos”, Hugo cultivó para siempre en su alma el amor al trabajo y la solidaridad con los más humildes, el cuidado y protección de la naturaleza, el respeto a los mayores, la importancia del consejo oportuno.

“En esos años de infancia”, escribió Adán, “abonados también por las enseñanzas de nuestros padres, crecimos sintiendo los rigores de la pobreza. Ellos sembraron para siempre el amor profundo en el corazón del gigante eterno. Allí se forjó su carácter amoroso y recio”.

Huele a viento de agua, mirarle la cara a Bolívar

-Como decía la abuela Rosa Inés: ¡Huguito!, vaya y recójame la ropa que está tendida en el patio.

-Y yo le decía: ¡Abuela!, pero si es que no hay nubes en el cielo, está clarito.

-Y ella me decía: ¡Es que huele a viento de agua!

Aquí olía, se olía hace días lo que iba a pasar, era una victoria anunciada. Pero no te he respondido algo, el momento de mayor emotividad, yo no diría gloria, emotividad, profundidad, no fue delante de una masa, fue en soledad. Yo el día 26 de marzo de 1994 salí de prisión. La única condición, Napoleón, que yo puse, fue volver y pasar, aunque fuese un instante, por la Academia Militar, por lo que yo llamo “la casa de los sueños azules”, porque ahí nació este Hugo Chávez luchador, este soldado que luchó y que ahora está aquí de Presidente electo. El general Raúl Salazar, quien va a ser ministro de la Defensa ahora, en este nuevo gobierno, fue el encargado de buscarme al hospital Militar. Yo estaba allá por una operación en el ojo izquierdo y él fue quien me sacó del hospital Militar. Me llevó a Fuerte Tiuna, muy temprano ese día, y me llevó a su comando. Hubo ahí dos momentos, hay un momento en que el general Salazar, en su comando, los dos solos, pide un café, y hay un momento, Napoleón, en el que yo comienzo a mirar los alrededores del comando de la Tercera División de Infantería, a mirar los árboles grandes de la Escuela de Blindados, a mirar allá los chaguaramos, a mirar la tropa y me puse a llorar. Yo le dije: mi general, déjeme llorando solo, y el general con un gran respeto salió y me dijo, llora soldado. Y después a los pocos minutos, a la media hora, él mismo general me acompañó a la Academia Militar, y le dije al director de la Academia, que me esperó en la entrada, y al general Salazar, les voy a rogar que me dejen solo en el patio, en el patio donde conocí a Arias Cárdenas, al curita ese, en el patio donde conocí al fogoso Felipe Acosta, en el patio donde juré ante la bandera, en el patio donde recibí el sable de honor, en el patio donde me hice soldado. Allí fui, me paré delante del roble y del samán. El Himno de la Academia Militar habla del roble y del samán: “Si hoy somos tiernos árboles, los cadetes, busquemos con presteza tener la fortaleza del roble y del samán”. Nos formamos como robles, como samanes, esa es la idea de los cadetes militares venezolanos. Ahí me paré delante del monumento al cadete, allí está el muro de los caídos, de los que han caído en batalla, nombre a nombre, el último de ellos Felipe Acosta Carlez, en aquel entonces, luego caminé y crucé el patio de armas, en soledad, vestido por última vez con mi uniforme de combate, de paracaidista, me fui directo a mirarle la cara a Bolívar, donde tantas veces fui con mis cadetes, con mis sueños, y allí lloré, lloré y salí de allí. Fue mi último día como soldado, como soldado uniformado, porque yo en el fondo lo que soy es eso…

(Hugo Chávez, entrevista en Venevisión, 7 de diciembre de 1998)

T/ Manuel Abrizo
F/ Archivo CO
Caracas