En Hato Viejo esperan por una mano amiga y solidaria

En este pueblo yaracuyano, cuna de la notable ceramista Mérida Ochoa, esperan que se reactiven las granjas avícolas, se atiendan algunos asuntos locales, entre ellos el desalojo de invasores de espacios culturales. Una rara enfermedad exterminó las plantaciones de cítricos de la zona

__________________________________________________________________________________

Mérida Ochoa, una de las más importantes ceramistas venezolanas, galardonada en 1978 con el Premio Nacional de las Artes del Fuego, en Valencia, estado Carabobo, nació en 1944 en un sector boscoso llamado Las Brujas, en Hato Viejo, estado Yaracuy. Su hoja de vida reseña además, que reside y trabaja en Hato Viejo. En este pueblo fronterizo con el estado Carabobo, construyó, por la plaza Bolívar, una amplia casa ambientada y decorada con muchas de sus piezas, así como las de los alumnos que han pasado por el taller Manos de barro, que ella fundó y dirige o del Centro Cultural Yamil Pinto o Casa La Mariposa, ambos también ubicados por los lados de la plaza Bolívar de Hato Viejo. Las piezas de sus discípulos pueden admirarse en las paredes y en los espacios de acceso a la casa de Mérida Ochoa.

En Hato Viejo, un caserío del municipio Nirgua, rayando con la población carabobeña de Miranda, afirman que desconocen el porqué Las Brujas lleva ese nombre. Algunos bajan la cabeza y eluden mencionarlo como si le huyeran a la palabra y a su significado. La pequeña historia refiere que en ese sector vivía Jesusita Ochoa, una mujer que oficiaba de partera, y curandera. Mucha gente acudía a recetarse con ella.

Mérida Ochoa es pariente de doña Jesusita. Los Ochoa, indican en Hato Viejo, son familia de don Nicanor Ochoa, un hombre al que en vida se le atribuyeron dotes curativas y facultades y poderes para cambiar la suerte, sacar del camino a los enemigos y arreglar otros asuntos. Fallecido en la década del 50 del siglo pasado, su tumba en el cementerio de Nirgua es una especie de santuario donde se le rinde culto y se le invoca entre bocanadas de tabaco y aguardiente.

Las pocas referencias sobre Hato Viejo señalan que se divide en varios sectores: Hato Viejo, Los Manires, Guayabal y La Araguata. Limita al norte con la parroquia Temerla, al sur con la comunidad de Las Parchas, al este limita con el municipio Miranda, al oeste con Salom, otro pueblo del municipio Nirgua.

El dato histórico más remoto data de 1547 cuando el conquistador Juan de Villegas pasó por allí. Alrededor de la segunda mitad del siglo xvi, Vicente Díaz fundó el hato que daría nombre al pueblo.

A principios del siglo xviii, Hato Viejo ya era un caserío establecido, contaba con una plaza mayor y una capilla.

“Hato Viejo ha sido un pueblo muy noble y laborioso, de tradición agropecuaria. En aquella época el cultivo que se estableció en la zona era el café. Cuando decayó el café, la economía estuvo sustentada en el tabaco negro, luego surgió la parte cítrica y la avícola, que es la que en la actualidad más que todo se desarrolla en Hato Viejo”, relata Felipe Ojeda, nacido y criado en este pueblo, en cuyos patios, solares y calles, vivió una niñez hermosa, de travesuras infantiles, jugando trompos, metras, y asistiendo a la Escuela Nacional Graduada Murachí. En la Universidad de Oriente se graduó de ingeniero agrónomo.

Mérida Ochoa, Retrato

Hato Viejo

Desde la población de Miranda, en unos 30 minutos, un camión cubierto con una lona, con tablas de asientos o un viejo vehículo al que le chillan las junturas metálicas, conduce a Hato Viejo por la carretera Panamericana. En el peaje que separa a Carabobo y Yaracuy, se desvía a la derecha por una carretera llena de huecos que desbarajustan la carrocería. Los campos adyacentes lucen desolados por los estragos del verano y el “dragón amarillo”, una enfermedad que acabó con los grandes naranjales y los cítricos en todos los valles Altos de Carabobo y la porción de Yaracuy hasta Nirgua. Las plantas de naranjas sucumbieron bajo esta terrible enfermedad (¿guerra bacteriológica?), inexplicable para muchos prósperos dueños de fincas que ahora quedaron arruinados.

Tras dejar atrás la sucesión de casas cubiertas de polvos y patios resecos, se llega a la abandonada y descuidada plaza Bolívar, a cuyos árboles el verano les tumbó las hojas, dejando al descubiertos los esqueletos de las ramas.

Felipe Ojeda y Rafael Ojeda dan cuenta de la precaria situación que padece Hato Viejo y claman al gobernador Julio León Heredia que le tienda la mano o envíe a alguno de sus emisarios de confianza a que levante un informe.

“Tenemos tres meses sin gas”, señala Rafael Ojeda, vecino y activista del PSUV, para quien es necesaria una evaluación de la dirigencia política local.

Otro vecinos denuncian que fue invadida la Casa Manos de Barro, donde Mérida Ochoa instaló la escuela de arte, que se llevaron dos hornos de endurecer las piezas; que desde hace dos años no hay vigilancia policial; que la casa del médico residente también fue invadida; que el módulo de Barrio Adentro quedó inconcluso; que el actual ambulatorio necesita refaccionarlo y dotarlo; que se robaron la campana de la iglesia.

“Yo estoy seguro”, afirma Rafael Ojeda, que el gobernador Julio Ramón Heredia no sabe de esto. El no ampara vagabunderías. Nuestro llamado lo hacemos en defensa de esta revolución, no en contra”.

Felipe Ojeda sostiene que en la actualidad las oportunidades de trabajo son escasas debido a la mengua y casi desaparición de los sembradíos, las granjas avícolas, las aves de corral.

“La parte cítrica fue destruida por una enfermedad llamada “el Dragón amarillo. El occidente de Carabobo y esta franja hacia Yaracuy es la parte cítrica del país; eso quedó destrozado. Todavía se desconoce qué es lo que ataca a la planta. En época pasadas, hace 20 o 30 años, hubo problemas con los cítricos, pero por cuestión de los patrones, que no eran resistente a un hongo llamado la Tristeza, que afectó mucho las plantaciones. Con el Dragón amarillo se habla de bacterias, de hongos, pero hasta los momentos no se ha determinado su origen. No es nada más aquí, Brasil está siendo afectado. Aquí se traía pulpa de Brasil. La enfermedad afecta a todo lo que son los cítricos: mandarina, naranja, parchita. Me hablaron hace poco tiempo de que los mangos también están padeciendo”, asienta Felipe Ojeda.

Evocando a su padre don Ojeda Lazo, un hombre nonagenario que todavía vive, Felipe Ojeda cuenta que La Mariposa, un caserón frente a la plaza Bolívar, es una de las casas más viejas de Hato Viejo. A lo largo del tiempo ha sido como una especie de palacio de gobierno. Allí funcionó la prefectura con su calabozo, fue sede de la escuela con Rafael Vicente Lazo como maestro.

“Ahí pasaban consulta los médicos que venían de Salom. Esa casa era de Abelardo Lazo y Rafael Vicente Lazo. Estaban ellos dos. Felipe Lazo era el abuelo de mi papá y médico de la zona. Sacaba muelas, extraía las balas a los heridos. Yo estuve 32 años en Valle de la Pascua. Venía a la misa el Día de San Isidro, iba a la misa, a la procesión, y regresaba por el inicio de la siembra. Aquí eso era impresionante. El Baile de gala se hacía en La Mariposa. Las fiestas de Hato viejo las amenizaba la banda del estado. Venían autoridades importantes. El obispo, el gobernador ”, refiere Felipe Ojeda.

Del vecindario

Mérida Ochoa se encuentra por estos días en Valencia buscando cura a una afección ocular. Una sucinta biografía de su vida, rastreada en la web, detalla que en el caserío Las Brujas tuvo su primer contacto con la cerámica. En Valencia cursa estudios de primaria. Luego se inscribe en la Escuela de Bellas Artes Arturo Michelena, de donde egresa a mediados de la década del sesenta. Continúa como docente en la misma institución del Taller de Cerámica.

En 1971 funda el Taller Dos Puntos, junto a la maestra ceramista Alicia Benamú. Para la década del setenta se desempeña como docente en las áreas de escultura, diseño y cerámica en la Escuela de Artes Plásticas Carmelo Fernández, de San Felipe, donde también ejercerá su dirección. En 1973 consolida junto a otros importantes ceramistas el Salón Nacional de las Artes del Fuego. Para los años ochenta se desempeña como profesora de Diseño en la Escuela de Artes Plásticas Rafael Monasterios, en Maracay. En la década del noventa funda el Taller Manos de barro, en Hato Viejo. En esa misma población coordinó el Centro Cultural Yamil Pinto.

Una larga lista de exposiciones individuales y colectivas , desde 1965, así como reconocimientos de importantes salones, la ubican en un privilegiado pedestal dentro del arte venezolano.

Entre las exposiciones figuran la de la Galería Carmelo Fernández, en San Felipe, la Galería Sepia, la sala de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, la Sala de Artistas Egresados de la escuela Arturo Michelena. En colectivas están la Sala Braulio Salazar, de la UC, la Exposición Arte del Fuego en la Sala Mendoza, Caracas; el Museo de Arte Contemporáneo, en Caracas; los salones Arturo Michelena, Valencia, en los cuales ha sido galardonada con el primer premio en varias oportunidades. También obtuvo el primer premio en cerámica de la UC en 1971.

Tibisay Mendoza muestra con orgullo una graciosa figurita de barro que cuelga del techo de su casa en cuyo anexo trasero ha ido coleccionando objetos antiguos.

“Esa figurita es de Mérida Ochoa”, dice doña Tibisay, bajo un montón de antiguas lámparas, sostenidas del techo, y utensilios de peltre (pocillos, platos, jarras, cucharones) puestos en las paredes.

“Esta se llama la Casa de los recuerdos”. La gente me trae cosas y yo las he ido colocando, confiesa Tibisay, quien vive al lado de Mérida Ochoa.

Además, en la casa de doña Tibisay Mendoza acuden algunos personajes del pueblo como Francisco Ramón Monsalve, un excelente artesano que elabora instrumentos musicales de totuma, fabrica adobes y trabaja la carpintería. También acude Arcila Tomasa, nieta de Francisquita Carrera. Francisquita, una mujer centenaria ya fallecida, era una de las dueñas de esta casa hoy transformada en museo.

En un amplio cuarto que contiene cuatro camas, doña Tibisay conserva en un rincón el altar y la última crucecita de mayo que vistió Francisquita. Igualmente guarda el vestidito, lleno de remiendos que solía usar.

“A Inginia Puerta, hija de Josefa Puerta, le decían la “señorita del pueblo”; nunca se casó; vivía sola en una casa. Hacía arepas. Hato Viejo tiene muchas historia, pero hay que venir con tiempo”, señala doña Tibisay.

T/ Manuel Abrizo
F/ CO