Semana Santa 2015|Encantos de Mérida esperan al turista ávido de singulares experiencias

Son muchos los encantos que esperan al turista que decida visitar el estado Mérida, más allá de los llamativos avisos publicitarios sobre esta entidad enclavada en las estribaciones de la cordillera andina, cuyos atractivos son una invitación a trascender lo obvio.

Mérida es una de las tres entidades andinas venezolanas que hacen parte de la cordillera más larga del planeta, y se erige como alternativa para el turismo de montaña en el Caribe.

Las folclóricas costumbres andinas para la Semana Santa constituyen por sí mismas un tema central de disfrute para el visitante, que en su trayecto al estado remonta las sinuosas carreteras y ante panorámicas que invitan a maravillarse en cada recodo del camino.

Fundada en 1558, la entidad suma más de 900.000 habitantes a la fecha, y cuenta con una extensión de 11.300 kilómetros divididos en cinco ejes territoriales de particulares y variadas vocaciones, atractivos, costumbres y gastronomía.

Desde Timotes y La Mitisus, unos 80 kilómetros al noreste de la capital merideña, en los municipios Miranda y Cardenal Quintero, respectivamente, comienza el tramo de carretera Trasandina que surca la entidad hasta El Portachuelo, aldea ubicada unos 90 kilómetros al suroeste de la urbe, en el municipio Rivas Dávila.

Entre las bellezas de Mérida, ninguna estimula el corazón y las emociones como los caseríos y pueblos de la cordillera, “engarzados como gemas en la cima de las colinas o recostados dulcemente en el fondo de los valles”, como describe Marco Vicio Salas en su libro Encantadores Pueblos de Mérida.

En estos bicentenarios caseríos de la serranía, es común encontrar a orilla de carretera o en predios de la plaza Bolívar bodegas de disímil y muy variado inventario, en las que nunca falta por las mañanas el café, el chocolate, los pastelitos de carne y de queso y el picante merideño con zapallo.

En el nombre de cada pueblo hay una leyenda, un misterio que descubrir: Timotes hace alusión a los aborígenes Timoto-cuicas. Más arriba, por la misma vía, el viajero encontrará el poblado de Chachopo, cuna de maestros pesebreros y agricultores, reservados y taciturnos, pero llenos de simpatía.

Si se continúa hasta el sector La Venta, específicamente en la estación de servicio, se aprecia desde la altura esta gema de la cordillera y un hilo de nubes o neblina sobre el pequeño valle, que ocultan las casas coloniales y asemejan un camino blanco del que deriva el nombre de Chachopo. Este vocablo significa camino de algodón en lengua aborigen.

Similares curiosidades impregnan más de 50 poblados turísticos distribuidos en 86 parroquias y 23 municipios que componen la entidad, aldeas y caseríos donde, en la Semana Mayor, se decoran los altares e iglesias para las misas, procesiones y representaciones teatrales de la pasión y muerte de Jesucristo.

Es típico el ayuno y la abstinencia de carne en la conmemoración de esta pascua, pero el Jueves Santo, después del ayuno matutino, los merideños almuerzan disponiendo en la mesa siete platos distintos, banquete al que se invita con frecuencia a familiares y amigos cercanos.

En el menú nunca faltan los buñuelos, la chicha, las arepas de trigo y los dulces de lechosa, de ribarbo y de zapallo, manjares cuyas recetas se han trasmitido de generación en generación desde el siglo XIX, y que secundan en la mesa al pescado y a los potajes de lentejas, habas y garbanzos.

No existe una gran valla publicitaria que anuncie estos encantos. Descubrirlos y disfrutarlos requiere trascender lo superficial y acercarse a lo humano, un turismo de amplias posibilidades que requiere espíritu social y aventurero.

Fuente / AVN