Por J. A. Rodríguez Estévez|Especies silvestres, alimento y mercancía (Opinión)

Aquel chamín salía con las arañas dulces que había preparado su abuela Rosa Inés, y se iba a venderlas pa’l Bolo. No iba donde el cementerio, si ese día no había entierro. ¿Quién se las podría comprar? En el Bolo era diferente. Todas las tardes se reunían allá los hombres del pueblo, y Huguito vendía la mitad de su mercancía. A la salida de la misa vendía el resto. Veinte en un día normal, pero en los feriados al muchachito le compraban hasta 100 arañas diarias.

Al final de la jornada, le quedaban para él dos lochas de ganancia, que invertía en la montaña rusa y en la vuelta a la Luna. Nadie podría lucrarse con aquella industria de las arañas de lechosa de la abuela Rosa Inés; era pura economía familiar.

Aunque las “arañas” de “El Arañero de Sabaneta” no eran sino dulces de lechosa, para algunos pueblos, las auténticas constituyen un verdadero manjar. Sin irse demasiado lejos, los yanomami extraen de sus madrigueras a las enormes arañas mona, y se las comen asadas, después de haberles retirado los colmillos venenosos y la vellosidad urticante que les crece en el abdomen. Para las comunidades yanomami, forman parte de su dieta como el plátano, el ñame, los insectos y las ranas.

Estas arañas se corresponden en su mayoría con la especie Theraphosa blondi, también llamada tarántula Goliath por su gran tamaño, que se distribuye geográficamente por las selvas húmedas de Venezuela, Brasil y Guyana.

¿Sabía usted que la araña más grande fue una Goliath de 28 cm, capturada en 1965 en las riberas del Caura, en el estado Bolívar?

Lo que para algunas culturas es alimento, nutre además un lucrativo negocio en un mundo mercantilizado.

El comercio ilícito de fauna y flora silvestres tiene un valor monetario estimado en unos 7 mil a 23 mil millones de dólares anuales, según Naciones Unidas. Este tráfico ilícito perjudica, además de al equilibrio de los ecosistemas, a las economías de los países de origen de la fauna y flora afectadas, privándolas de miles de millones de dólares por las pérdidas de ingresos derivados del manejo ordenado de sus recursos naturales.

Con el propósito de regular el comercio internacional de especies silvestres e impedir que afecte a su supervivencia, se creó el Convenio Cites, al que los países pueden adherirse voluntariamente, y del que la República Bolivariana de Venezuela forma parte desde 1977.

La riqueza faunística y florística de las regiones tropicales intensifica su vulnerabilidad al tráfico ilícito de especies silvestres.

T/ joan.rodes@gmail.com
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