Eugenio Montejo pintó con su verbo los techos de Caracas

Nació en la capital pero se crió en Valencia; ha sido catalogado como uno de los poetas más prolíficos de los últimos tiempos

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Cierto… “Tan altos son los edificios que ya no se ve nada de mi infancia. Perdí mi patio con sus lentas nubes donde la luz dejó plumas de ibis, egipcias claridades, perdí mi nombre y el sueño de mi casa…”. Solo un alma definitivamente pura puede bordear la orilla del mar con su verbo sin pecar en el ahogo.

Eugenio Montejo cumpliría este próximo jueves 79 años de edad. Caraqueño, aunque siempre se pensó que había nacido en Valencia, donde pasó gran parte de su vida y donde se refugió en sus últimas horas. A Eugenio le conocimos a propósito de un estudio sobre Antonio Ramos Sucre, poeta cumanés que siempre admiró. Fue Eugenio quien nos convenció de hurgar en la “secretedad” del bardo, de estudiar su prosa más que su poesía, con la resultante de que su prosa es la misma poesía.

Eugenio Hernández Álvarez fue su verdadero nombre, lo de “Montejo” fue seudónimo que terminó por quedarse para siempre. Junto con Alejandro Oliveros, Reynaldo Pérez Só, Teófilo Tortolero, entre otros, creó en Valencia la revista Poesía, publicación excepcional en el país, tanto por su calidad como por su longeva vigencia; alcanzó la cuarentena de años regalando flores marchitas a quienes la quisieran oler. “Es un olor extraño, inmerso en la descomposición, me solía decir una critica literaria”.

El poeta hizo casi todo su bachillerato en un liceo militar y se graduó en Derecho en la Universidad de Carabobo. Fue Eugenio un personaje amigable, uno de esos seres etéreos; perteneciente a esa legión de almas libres que solo son propensas a regar amistad y amor, tanto por sus pares como por su haberes.

Terredad, en opinión de quien esto escribe, es una de sus obras cumbres. Quizás lo vea yo de ese modo porque tienen que ver con la Caracas que nos vio nacer. Hubo similitud en nuestros pasos y en mi corta estadía por la ciudad de Valencia aprendí a querer la soledad… “perdí mi nombre y el sueño de mi casa. Rectos andamios, torre sobre torre, nos ocultan ahora la montaña. / El ruido crece a mil motores por oído, a mil autos por pie, todo mortales. / Los hombres corren detrás de sus voces, pero las voces van a la deriva detrás de los taxis…”.

Se sorprendería Eugenio de esta Caracas que no conoció. Una que abandonó definitivamente los techos rojos para convertirse en la gran ciudad de hierro. Una ciudad que cumple su triste epitafio: “Más lejana que Tebas, Troya, Nínive y los fragmentos de sus sueños, Caracas, ¿dónde estuvo? Perdí mi sombra y el tacto de sus piedras, ya no se ve nada de mi infancia. Puedo pasearme ahora por sus calles a tientas, cada vez más solitario, su espacio es real, impávido, concreto, sólo mi historia es falsa”.

LA ÚLTIMA RELIGIÓN

En el prólogo para su libro Terredad, escrito por el también poeta Rafael Cadenas, señalaba Eugenio Montejo que “la poesía era la última religión que nos queda», queriendo significar que “poesía” podía ser aplicado a todo tipo de arte. Acota Cadenas que en este sentido podría coincidir Montejo con Goethe, para quien el arte era la religión de los que no tienen ninguna. Una frase que no se aplicaría a Eugenio, porque siempre en él hubo una profunda religiosidad, ajena a instituciones, pues tenía lo que más la caracteriza: una percepción muy viva de la energía que subyace en todo lo existente, la que «expande la raíz / la que muda las hojas y mueve los planetas, / asciende por el árbol hasta el nido / y rompe la cáscara», como lo apunta en su poema “Diciembre” de Alfabeto del mundo.

Eugenio Montejo murió a los 69 años; un viernes 6 de junio en Caracas, víctima de un cáncer. Ese mismo día la noticia se corrió en los medios literarios a nivel internacional. Le correspondió a Gustavo Guerrero informar sobre el particular en la Feria del Libro de Madrid al presentar Conversación a la intemperie, una antología conformada por seis poetas venezolanos que cerraba, justamente, con la obra de Eugenio Montejo, uno de los autores latinoamericanos más influyentes de las últimas décadas. Dejamos, al descuido, un hermoso poema de este insigne hombre de letras que nos distinguió con su amistad.

T/ Ángel Méndez
F/ Internet
Caracas
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