En estos tiempos de arremetida violenta lo que más me inquieta no es la perspectiva de la arremetida en sí.
Por supuesto que me preocupa un poco, ciertamente, pero no tanto como pudiera pensarse, porque nuestro pueblo no va a permitir que le arrebaten sus conquistas.
Y por eso mismo a los conspiradores golpistas los vamos a derrotar.
A los terroristas, fascistas violentos y mercenarios paramilitares los vamos a ir poniendo presos uno a uno. A los medios de comunicación mentirosos y sediciosos, sabremos mantenerlos a raya. A la MUD le vamos a dar palo una y otra vez, electoralmente hablando o en cualquier otro escenario de lucha política que se plantee.
Y en cuanto al imperio, estoy seguro de que si intenta algo todavía más serio que lo actual lo vamos a contener, puesto que hoy tenemos Patria, además de la Patria Grande de la América Nuestra.
Me preocupan, repito, pero no tanto. Son nuestros adversarios y una y otra vez los derrotaremos.
Mis queridos compatriotas: les voy a decir lo que de verdad me preocupa, lo que considero “el tema difícil” de todo esto que hemos venido viviendo.
Me preocupa la “gente decente” (bien entrecomillado) de la clase media opositora, que, habiendo perdido la capacidad de ver, pensar y comprender la realidad, para aceptar con generosidad los cambios que están ocurriendo en Venezuela, y cegadas por un odio inexplicable, nunca van a poder recuperar la cordura suficiente como para aceptar vivir en paz con nosotros, la mayoría del pueblo. Así lo creo de verdad.
Pasarán los años y seguirán con sus mismos perturbados resentimientos, cultivando los odios como si fueran tomates.
¡Pobre gente! ¡Qué amargura la de sus vidas interiores, si es que las tienen!
Así, de tal manera, con una parte de la ciudadanía atrapada por esa neurosis, ¿cómo vamos a lograr la tranquilidad espiritual tan necesaria para la convivencia? ¿Qué diálogo político o social podrá encontrar la cura para tamañas obsesiones? ¿Qué vamos a hacer con todo esto?
Me preocupa sinceramente. Y sinceramente lo digo. Pues no va a ser fácil convivir con el odio de esos ciudadanos que preferirían que no existiésemos.