Aunque el presidente Nicolás Maduro sea hoy “blanco” de todos los ataques mediáticos imaginables, uno debe sacar lecciones de semejante hecho que se ha vuelto tara consuetudinaria de la oligarquía y de sus medios serviles.
La lección es cruda: el odio mediático es apenas el ariete de la mentalidad criminal de sus auspiciantes y nosotros tenemos detrás de cada ofensiva un problema de seguridad nacional. ¿Hacen falta pruebas?
La ya de suyo delincuencial costumbre oligarca de insultar, calumniar, desprestigiar y tergiversar cada dicho y hecho de Maduro contiene cargas de odio que debemos entender para desactivar.
Ni una sola palabra de esas ofensivas es solo “rabia inocente” o “impotencia coyuntural”. Se trata de odio destilado con desesperación de clase en alambiques golpistas de inteligencias perversas que operan en los frentes de infiltración psicológica de la guerra de IV generación. Nosotros no somos inocentes.
Algo que la oligarquía anhela es que nos “acostumbremos” a esa falta de respeto. Que seamos mansos al insulto y dóciles ante la calumnia. Quieren que aceptemos, como parte del paisaje, el martilleo inmoral de los insultos proferidos con la peor impunidad e impudicia.
Ellos creen que somos cloaca en la que se puede tirar cualquier detritus y que debemos sentirnos agradecidos y resignados. Y basta.
Defender a Maduro es defender la voluntad democrática de un pueblo y el patrimonio simbólico que él comporta como militante de una Revolución y como responsable ejecutivo de un mandato histórico que emerge del plan de la patria 2013- 2019.
No podemos permitir que la derecha más criminal juegue con eso. Hace falta unidad política para la acción de defensa y de vanguardia.