La literatura de luto|Gabriel García Márquez: Mil años en su compañía

Hace diez días murió Gabriel García Márquez y ya, con los últimos homenajes brindados, se han empezado a marchitar sus rosas preferidas, las amarillas, que miles de lectores han colocado aquí y allá como un modo de expresarle nuestro cariño, el cariño de todos; y un día, ―como bien lo escribió Monterroso en su texto “Los libros tienen su propia suerte”―, los niños de la escuela irán el día de su aniversario, mil quinientos años lejos, quizás, y él podrá ver desde el lugar en que esté a aquellos seres extraños diciendo palabras en un idioma que ya no comprende, y en un momento dado el ministro, que deberá luchar contra la emoción en su voz entrecortada, levantará la vista y el brazo y agitará su papel en la mano como saludándolo y como diciéndole no te preocupes por tu mensaje, estamos contigo y te queremos mucho. Mientras, los niños mirarán hacia lo alto y se llevarán la mano a los ojos cubriéndolos y no se sabrá si del sol o de su propio resplandor, pero seguramente será antes de que pasen cien años, y será también después de que pasen cien años y cien más y cien más. Mil quinientos años cerca, quizás. Será un momento mágico para todos y no será, porque no puede serlo, ni un instante de soledad. Ni en él ni en nosotros.

Pero mientras el futuro nos alcanza, en este hoy, Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, es noticia. Y desde el pasado 17 de abril hasta ahora se ha escrito, hablado y escuchado tanto o más, ―y a todas luces de manera justa, merecida y necesaria, honor a quien honor merece, o mejor dicho, amor a quien amor merece, siempre―, que todo lo que ha escrito en vida. Y sin ser un santo el querido escritor, es lo que menos que se esperaba en esos días de procesiones, reflexiones e introspecciones. Aunque esos espacios se den a orillas del mar, o en la ladera de una montaña.

Empero, y con la modestia que amerita, puede apreciarse que quedan muchas cosas aún que considerar, compartir, muchas cosas aún que contar. Y los cuentos, diría el también cariñosamente llamado Gabo, son para contarlos. Como una suerte de retazos o de fragmentos, o como escenas, destellos o momentos, aún el tintero (aunque sea digital y techno) guarda mucha tinta en torno al paso existencial del autor de “Cien años de soledad”.

ANTES, ASTURIAS Y CARPENTIER

Por premura o desconocimiento, muchas de las noticias dadas por estos predios fijaron en él los arranques del llamado realismo mágico, haciendo a un lado a tres nombres fundamentales: Juan Carlos Onetti, Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier. Esto los propios colombianos lo tienen muy presente. Carlos Rincón, en “La palabra como provocación”, así lo atestigua sin desmerecer, obviamente, su presencia en el concierto.  “La segunda etapa en la historia latinoamericana del concepto de realismo mágico, entremezclada con una amplia recepción internacional, arranca con la publicación de ´Cien años de soledad´ (1967) de Gabriel García Márquez, novela que convertida en clásico desde el momento de su aparición, se consideró de inmediato epítome del realismo mágico”. Y después, el Boom.

LA VERDADERA REVOLUCIÓN CULTURAL

Así titula el uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), una eminencia en cuanto a crítica literaria, el texto donde recuerda que el triunfo de la revolución cubana “es uno de los factores determinantes del Boom”, ese fenómeno editorial sin precedentes en nuestro continente que sitúo en el mapa intelectual y comercial de España y otros países a autores como José Donoso, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, nuestro querido Adriano González León y el propio, claro está, Gabriel García Márquez, fenómeno de fenómenos con su obra cumbre. El gobierno de Fidel Castro “asume una posición cultural decisiva y que tendrá incalculables beneficios para toda América Latina”, apunta Rodríguez Monegal, y que se manifiesta palpablemente con la creación de la Casa de Las Américas, centro revolucionario de la cultura latinoamericana.

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ EN MARCHA

Así como la casa insular de todo el continente, así algunas publicaciones periódicas, revistas especialmente, fueron muy importantes en el reconocimiento de la letra creadora latinoamericana. Tierra histórica de poesía, y por lo tanto de poetas, pero juzgada como elitista, el fenómeno novelístico, con más presencia entre los lectores, puso un pie en la cima. Un periodista cultural destacado de ese entonces, nada más y nada menos que el argentino Tomás Eloy Martínez (quien también ejerció el periodismo en Venezuela, autor de reconocidas novelas), destacó en un trabajo publicado en la revista Primera Plana que el año 1967 podría considerarse glorioso.

Gracias al no menos importante crítico uruguayo Ángel Rama, promotor del proyecto de creación Biblioteca Ayacucho, y posteriormente su director literario, se puede leer en su libro La crítica de la cultura en América Latina la siguiente afirmación: “No es improbable que dentro de mil años Güiraldes y Rómulo Gallegos y Azuela y José Eustasio Rivera figuren como palimpsestos perdidos de la infinita historia literaria; que Macedonio Fernández y Arlt y Borges, sean apenas la semilla natal de un mundo cuyos padres se llamarán Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Guimaraes Rosa, Carpentier. Este padre mayor, que se les ha unido definitivamente con su ´Cien años de soledad´, viene a aportar, él solo, una bandera nueva para la aventura: la novela que acaba de publicar resume, mejor que ninguna otra, todas esas corrientes alternas”.

DEL LADO DEL SOCIALISMO

Cuando en 1971, Mario Vargas Llosa, José Luis Cano, Emir Rodríguez Monegal, Antonia Palacios y Domingo Miliani eligen, como miembros del jurado del Premio Rómulo Gallegos, eligen su novela “Cien años de soledad”,  no lo bañó la felicidad del reconocimiento, ―a pesar de haber vivido y trabajado como periodista, en 1957, en el país para la revista Momento―, ya que, como apuntó en varios momentos su amigo, el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, no le satisfacía recibir honores del gobierno de turno de Venezuela.

Pero Apuleyo Mendoza le brindó la solución: que viniera, lo recibiera y donara los cien mil bolívares del premio a una organización política que representara de alguna u otra manera sus ideales, es decir, de Izquierda, de vocación socialista. Así lo hizo, el monto lo recibió Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez en nombre del partido Movimiento al Socialismo (Mas). Pero su incomodidad quedó hartamente reflejada en su discurso, uno de los más breves de todas las ediciones del prestigioso galardón venezolano. El final merece atención: (…) “Estoy aquí, amigos, sencillamente por mi antiguo y empecinado afecto hacia esta tierra en que una vez fui joven, indocumentado y feliz, y como un acto de cariño y solidaridad con mis amigos de Venezuela, amigos generosos, cojonudos y mamadores de gallo hasta la muerte. Por ellos he venido, es decir, por ustedes”.

UNA PACHANGA ESPASMÓDICA

Son, sin lugar a dudas, no un año, sino años gloriosos, vividos todos ellos en Europa, entre París y Barcelona principalmente. Amigos todos (queda para el corrillo de la chismografía, ―y es muy bueno en ese sentido el recurso del paréntesis―, un puño que sale años más tarde entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa y que rompe una amistad de años entre ambos escritores: un golpe, dos dolores y ninguna victoria), amigos todos, decíamos, existe una carta de Julio Cortázar enviada el 25 de agosto de 1970 a Eduardo Jonquieres que refleja el ánimo reinante:

“Me hubiera gustado tenerte aquí el 15 de este mes; con motivo del estreno de la pieza de Carlos Fuentes en el festival de Avignon, hubo una gran rejunta latinoamericana que terminó en una pachanga espasmódica en mi casa. Tuve a Carlos, a Mario Vargas, a García Márquez, a Pepe Donoso, a Goytisolo, todos ellos rodeados de amiguitas, admiradoras (y ores), lo que elevaba su número a casi cuarenta; ya te imaginás el clima, las botellas de ´pastís´, las charlas, las músicas, la estupefacción de los aldeanos de Saignon…”

UNA INSTANTÁNEA CON SALMAN RUSHDIE

Un paréntesis. Hay muchas, muchísimas, claro está, anécdotas de otros escritores con Gabriel García Márquez. Pero hay una, casi desconocida para el lector venezolano, que ilustra muy bien el escritor Salman Rushdie, el autor de esa obra tan polémica titulada Los versos satánicos. Un día, Carlos Fuentes le comenta a Rushdie lo extraño que le parecía que no conociera a García Márquez. Y a los minutos puso el remedio extendiéndole el teléfono: “Hay alguien que quiere hablar contigo”. Describe Rushdie, en su obra autobiográfica Joseph Anton (sinónimo que utilizó en la clandestinidad), que habló con García  Márquez de muchas cosas, “él (García Márquez) habló de los numerosos aspectos de la vida latinoamericana en sintonía con la experiencia del sur de Asia: mundos ambos con un largo pasado colonial, (…) en los que se observaban extremos de pobreza y riqueza, y mucha corrupción en medio”.

Tenían, en definitiva, ambos escritores, mucho en común. Y cuando colgó, y he aquí lo distintivo de este encuentro telefónico, Rushdie se percató de que García Márquez no le había preguntado por la fetua, ni de cómo era su vida en la clandestinidad. Habían hablado, así de simple, de lo que eran: dos escritores. Ni más ni menos.

DOCE CUENTOS PEREGRINOS

“Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hace más tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. ‘Eres el único que no puede irse’, me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos”. (fragmento del prólogo de “Doce cuentos peregrinos”)

ÚLTIMO DETALLE

En los últimos años, y siguiendo los mandatos inflexibles de los dioses y la naturaleza humana, han fallecido muchos escritores de destacada obra y presencia en muchas partes del mundo. Alvaro Mutis, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Juan Gelman. Y si afinamos la mirada hacia el pasado, no tan lejano, están las muertes de un Roberto Bolaño y más atrás Augusto Monterroso, y más atrás, otro Nobel como Octavio Paz. Ninguno de ellos, todos de obra sobresaliente e influencia pública notable, reiteramos, ha convocado tantas lágrimas y lamentos como el que despertó Gabriel García Márquez. Virtud explícita de una obra que sin perder el registro periodístico, hasta en los vuelos imaginativos más elevados, supo llegar a rozar las fibras sensibles de miles y miles de lectores. Y hay en el ambiente como una certeza de que esto seguirá siendo así año tras año. Tan sólo por este detalle pareciera toda una injusticia que sus rosas preferidas, las amarillas, colocadas allí y acá en su honor, conozcan en cada uno de sus pétalos qué es marchitarse.

T/ Rubén Wisotzki
F/ Cortesía