«Las generaciones anteriores de mujeres estaban menos sometidas que ahora a la presión de ‘la buena madre»

Diana López Varela (Pontevedra, 1985) empezó a escribir Maternofobia (Ediciones Península) cuando se enteró de que se había quedado embarazada. La periodista y guionista, autora de No es país para coños, acaba de publicar su segundo libro, en el que desgrana las presiones a las que, asegura, siguen enfrentándose las mujeres para ser madres. Varela toca varios de los asuntos que rodean a la maternidad y, en tono personal, se adentra en temas como la interrupción voluntaria del embarazo, la conciliación o el fenómeno del retraso de la edad para ser madres que se está dando en España, lo que ella llama «el síndrome del perpetuo aplazamiento».

Uno de los ejes del libro gira en torno a la maternidad como algo que sigue marcando la vida de las mujeres aunque no tengan hijos. Asegura que «ya sea lanzándose a la maternidad o huyendo de ella, no pueden escapar de esa condición». ¿De qué forma se articula esta presión?

Yo creo que la frontera está más o menos en los 30, es una frontera social que se construye en base a unas expectativas que dan por hecho que todas las mujeres queremos ser madres y queremos serlo a una edad determinada. Es esa misma cultura patriarcal que siempre nos pregunta a nosotras por los hijos y que hace recaer en nosotras el machismo demográfico que solo habla de las mujeres al hablar de la fertilidad como si fuera una responsabilidad absolutamente femenina. En el fondo, la sociedad nos sigue diciendo que el gran interés para las mujeres sigue siendo la maternidad.

¿En qué observa esa presión?

Se puede ver fácilmente a través de muchos comentarios, algunos bienintencionados, otros menos. Lo he visto en mi propio trabajo cuando me han preguntado si tenía pensado ser madre. Lo curioso es que cuando respondes que no, surge otra pregunta que es que por qué no quieres ser madre. En mi caso personal surge de una manera muy notoria después de haberme casado. Una vez que te casas se suma a la edad y alguien pone el contador a funcionar porque los matrimonios sin hijos son como una especie de aberración de la naturaleza y a todo el mundo le molesta muchísimo. Dan cierta alergia los matrimonios sin hijos y llega un punto en el que todo el mundo cuestiona tu fertilidad, piensa que no tienes hijos porque tienes algún problema y no lo quieres decir.

En el libro narra su propia experiencia con el aborto e incluye testimonios de decenas de mujeres que también se han sometido a la intervención. ¿Hemos contado lo suficiente lo que supone la interrupción voluntaria del embarazo?

En absoluto. Es algo totalmente silenciado. A mi cuando me ocurre busco literatura, textos, documentación… y no encuentro nada. Lo único que veo son blogs tóxicos de mujeres arrepentidas que lo estaban pasando fatal. Creo que hay situaciones que tienen que normalizarse y como el aborto está dentro de la ley, y esperemos que siga estándolo, creo que es necesario hablar de ello, salir de este silencio histórico, de este estigma y de este tabú que sigue rodeando al aborto.

Teje un hilo conductor entre las obligaciones de cuidados que recaían sobre las generaciones anteriores de mujeres y lo que ocurre hoy. ¿Ha cambiado tanto?

Yo creo que la generación de nuestras madres, las que lo fueron en los 70, 80 y 90, fueron más libres respecto a la maternidad. Aunque estaban absolutamente invisibilizadas, estaban menos sometidas a la presión de ‘la buena madre’. Cada una hacía como buenamente podía y se hacía más en comunidad. También creo que ahora hay una romantización absoluta de la maternidad como lo mejor que te puede pasar en la vida que no había antes. Hay una sacralización del vínculo materno que yo comparo con lo que Betty Friedman contó en La mística de la feminidad.

Desde ciertos sectores del feminismo se defiende este tipo de maternidad y yo creo que está muy relacionado con la crisis económica: cuando el sistema no es capaz de absorber a todos los trabajadores que hay en el mercado, intenta sacarse de encima a los más vulnerables, que son las mujeres y que le están regalando ese trabajo de cuidados gratis mientras el estado de bienestar está cercenado. Es un poco perversa esta romantización, no porque la maternidad no sea algo bonito, sino porque el discurso público está lleno de ese elogio a la ‘buena madre’.

¿Se ha puesto el listón de la maternidad más alto?

Claramente. Hemos rebajado el concepto de ‘mala madre’ al de ser humano normal que intenta tener una vida un poco más cómoda y creo que hay menos espacio para la queja que antes. Vivimos entre todo tipo de recomendaciones y advertencias que generan presión. En ciertos hospitales, por ejemplo, no querer dar la teta no está bien visto. La lactancia es buena, pero como ya esgrimió Beatriz Gimeno en su libro, falta información y hay cosas que si rascas un poco no están demostradas científicamente. Yo creo que las mujeres, tanto las que deciden lactar como las que no, deben tener suficiente información y decidir en libertad.

Sobre los discursos que naturalizan la crianza, también desde el feminismo, hay voces que afirman que es una forma de devolver a las mujeres al ámbito privado, pero también puede ser una manera de poner los cuidados en el centro de la vida, ¿no?

Las mujeres siempre hemos tenido el cuidado en el centro de nuestras vidas. Además sin ningún tipo de reconocimiento, no solo económico sino social. Yo creo que el equilibrio está en que los hombres también pongan los cuidados en el centro de sus vidas. Me preocupa que, incluso desde algunos sectores del feminismo, todo el tema de los cuidados acabe recayendo constantemente en las mujeres. Por supuesto que hay que poner los cuidados en el centro, también las que no somos madres, pero sobre todo en el centro del sistema público, que es lo que estamos destrozando cada día con las políticas neoliberales, la privatización de las guarderías y los recortes en sanidad y educación

Yo creo que tenemos que adaptar más el trabajo a las horas de vida, que es absolutamente incompatible con la vida familiar y social, y los hombres deben conciliar más. Las mujeres hemos demostrado ya con mucho esfuerzo y doblando jornada que somos válidas en el ámbito público, pero ellos siguen sin demostrar que son válidos en el ámbito privado.

En España cada vez más se tienen hijos más tarde. De hecho, ya hay más madres de 40 que de 25. Lo llama en el libro «el síndrome del perpetuo aplazamiento».

Sí, el primer motivo es una cuestión de precariedad. Las mujeres y los hombres tardamos mucho en tener sueldos dignos, si llegamos a tenerlos, que nos permitan sostener una familia, nos independizamos muy tarde y la conciliación es muy complicada. Creo que estos son los principales factores y hay otros de los que se habla menos, que son menos importantes pero están ahí. Y es que las parejas de las generaciones anteriores más o menos daban por hecho que el que se casaba con 25 su plan de vida era formar una familia y estar toda la vida. La sociedad ha cambiado mucho pero seguimos usando modelos familiares iguales que nuestros padres: dos personas que conviven y que crían a sus hijos juntos. Habrá que preguntarse también qué es lo que vemos en la maternidad para que se dé este rechazo colectivo o este posponerlo constantemente.

En su opinión, ¿qué hay detrás?

Creo que en parte es sobre esta sobreexigencia que se nos transmite constantemente desde el discurso político y público sobre lo que es ser una buena madre. No nos sentimos tan preparadas seguramente para asumir la maternidad como se podían sentir o no sentir las mujeres de 20 años hace 30, pero es que a ellas les tocaba porque era el mandato al que obligaba el matrimonio. Hay que cambiar el relato de la maternidad, entre otras cosas, poniendo el foco en los servicios públicos de cuidado.

FyF/eldiario.es