Gibelys Coronado: «Mi único propósito era lograr conectar con el espectador»

Gibelys Coronado, según cuentan quienes la conocen, es una directora bastante observadora y detallista en lo que hace. Y en su ópera prima en largometrajes, «Dos otoños en París», muestra en cada encuadre y situación planteada, una mano precisa en el cómo se debe desarrollar una escena.

La cinta, que ya se estrenó en Venezuela y ha ganado varios premios internacionales, nos sumerge en un tórrido amor entre un acomodado venezolano y una paraguaya que vivió la tortura y combate la dictadura de Alfredo Strossner a finales de los año ochenta, todo ambientado en París, Francia. Una relación donde la justicia, la lucha continua y la comprensión van de la mano para hacer cómplice al espectador de esta relación no tan color de rosa.

Particularmente nos gustó la ambientación de París (ciudad en la que nunca filmaron) en Caracas, utilizando locaciones como el Cuartel San Carlos, El Calvario, Sabana Grande y Chacao, entre otras, que se prestaban para ello, aparte de última tecnología para lograr fondos de la ciudad. Otro acierto fueron los planos secuencias que se utilizaron para imprimirle más acción y dramatismo a las escenas (una en un calabozo estuvo muy buena). Con sus detalles, pero es una cinta que muestra una directora segura de sus decisiones.

Esta joven se graduó como licenciada de cinematografía en la Escuela de Artes de la UCV y, como toda persona que se quiere desarrollar en este mundo, ha pasado por varios cortos, largos, comerciales, tanto de Venezuela como en el exterior. La edición, producción, dirección y hasta la escritura de guiones no le son ajenas. Actualmente está en República Dominicana, sumergida en varios proyectos de cine y televisión. Vía correo electrónico, el Correo del Orinoco pudo conversar sobre su ópera prima y otros temas.

¿Por qué escogiste este tema para debutar como directora en largos?

Esta historia llegó a mi en 2017, cuando Francisco Villarroel me regaló una copia de su novela “Dos Otoños en París”, la historia de una refugiada política”. Al leerla conecté de inmediato con la historia, conecté con el universo de María Teresa, una mujer aguerrida, luchadora, líder de activistas políticos en pro de los derechos humanos de su país. Conecté también con su interior, con esa mujer que sufre al extremo, ama al extremo, se divierte al extremo, apasionada y extremadamente erótica. Supe de inmediato que era lo que estaba buscando para dirigir mi ópera prima. Estaba consciente que era un gran desafío producir en Venezuela una película de época con temática parisina, pero estuve encantada de asumir este reto, pues me atraen los proyectos ambiciosos porque te invitan a explorar el lenguaje cinematográfico en todos sus aspectos.

¿Habías participado en otras cintas como asistente? ¿Y cómo fueron esas experiencias?

― Si. Antes de dirigir trabajé por seis años como asistente de producción, dirección y script mientras estudiaba cine en la Universidad Central de Venezuela (UCV) El proyecto que encendió la chispa en mi para soñar con la dirección fue «Corpus Christi» de César Bolívar, una película que narra la historia de los diablos danzantes de Yare en un género dramático policial. Independientemente del alcance que haya tenido o no ese proyecto, lo trascendental es lo que viví como asistente de dirección cuando apenas tenía 19 años y estaba comenzando mi carrera. Fue el primer proyecto donde tuve que viajar a una ciudad lejana de la capital, estuvimos aislados por dos meses en un pueblito de Ocumare de la Costa, estado Aragua.

Una producción con muchos exteriores.

― Era una mega producción, por lo menos así lo veía. Tuvimos un despliegue técnico importante y escenarios naturales alucinantes. Era un goce todo aquello. Durante la filmación hubo una escena con la que realmente me conecté. Fue una escena de noche, los diablos estaban en su cofradía bailando, era un especie de ritual y la puesta en escena tenía una atmósfera mágica. En algún momento todo se tornó irreal, la luz, la danza, el humo, los colores, las siluetas, estéticamente era algo hermoso lo que Cesar creó en el set. En ese momento supe que quería ser directora, porque quería construir escenarios que me permitieran trasladar al espectador, quería construir esa magia que despertara emociones.

En tu ópera prima, ¿cómo fue la selección del casting?

Hicimos casting por meses. El productor de la película y yo comulgamos con la idea de elegir rostros con verdad, con talento orgánico, actores que vinieran del teatro con métodos stanislavskianos. Esto considerando la complejidad de la historia y las exigencias dramáticas, eróticas y de acción desarrolladas en el film. Vi muchos rostros interesantes. Fue realmente difícil seleccionar el cast porque no encontrábamos a los personajes. Estábamos contra reloj según el plan de rodaje y era algo desesperante no hallar al indicado o la indicada. Hasta que un día llegó María Antonieta Hildalgo al casting con una extraordinaria interpretación llena de fuerza, luz, carácter y sensualidad. Ella se quedó con el personaje protagónico de María Teresa, porque sin duda era María Teresa desde que entró al estudio.

¿Y el resto?

Al tener a la protagonista, ya después con calma elegimos al talento que faltaba. Me llevé el material de todo el casting realizado para mi casa y con tiempo pude seleccionar a los actores con propuestas interesantes como lo son Alberto Rowinsky, Juan Belgrave, Calique Pérez, Jorge Melo, Edinson Boorosky y Ramón Roa. Luego evaluamos la posibilidad de trabajar con actores de trayectoria para la interpretación de dos personajes que representan el carácter en la historia y logramos conversar con Sonia Villamizar y Raúl Amundaray. Por fortuna para el proyecto, ellos quedaron encantados con la historia y logramos hacer un trabajo maravilloso. Considero que uno de los grandes aciertos de «Dos Otoños en París» es el casting. Ellos me permitieron narrar la historia con verdad.

¿Qué fue lo más difícil a la hora de filmar?

― Lo más difícil fue la postproducción, específicamente los efectos especiales. Desde que concebimos el proyecto sabíamos que este tema representaría una complejidad a la hora de finalizar la película, asumiendo que no iríamos a París y no quedaba de otra que recrear los escenarios de esta «ciudad de la luz» en Caracas. Lo que conllevó largas horas de rodaje y meses en el montaje de los efectos. Fue una etapa de la película donde sentí eterno lograr lo que teníamos diseñado.

¿Y cuál fue lo más fácil?

― Dudo que exista algo fácil en la producción de una película. Todo el proceso de creación implica un enorme trabajo que es realmente agotador y exigente. Considerando eso, te puedo decir cuáles fueron los procesos que más disfruté dirigiendo esta película, que fueron especialmente dos: el diseño artístico y la elección del casting. El primero tiene que ver con la creación y la composición de cada aspecto del cuadro, siempre parto de un marco vacío que luego voy trazando en su interior los planos, texturas, colores que especialmente puedan narrar la historia. El segundo es cuando en tus manos está la decisión del cast de la película. Para mí es un momento de euforia, de inmensa alegría. Es tan emocionante ser el único espectador de innumerables propuestas escénicas, donde cada rostros trae consigo una propia historia.

Ahora trabajas afuera. ¿Esta internacionalización la consideras positiva para tu carrera?

― Actualmente continúo haciendo cine en República Dominicana y estoy ampliando mis conocimientos en el área. Vivo nuevas experiencias con diferentes formatos y maneras de hacer cine con talento dominicano y de otras partes del mundo. Estoy en el lugar y en el momento correctos para seguir impulsando proyectos interesantes. Todos los días trabajo incansablemente para construir una carrera notable en el mundo cinematográfico.

T/Eduardo Chapellín
F/Cortesía G.C.