Por William Castillo|Golpes Mediáticos (Temática)

El Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal) acaba de publicar, bajo la edición de Francisco Sierra Caballero, “Golpes mediáticos”, un libro escrito a varias manos que amablemente Fernando Casado ha puesto en las mías.

Se trata de una investigación en caliente que pone sobre el tapete un debate vigente en Venezuela, sobre todo, a partir del  dramático 2002: Recordemos a Venevisión: “Vean… hombres del MVR, con franelas del MVR cómo disparan a una marcha pacífica…”  A Globovisión: ”Debe ser sometido por la fuerza y arrestado…”  O la insólita portada de El Nacional: “La batalla final será en Miraflores…”

Un debate actual, sí, pero cuyas raíces -hundidas en la historia de Latinoamérica- hay que buscar al menos cinco décadas atrás. Se trata de las mutaciones que las estrategias imperiales de guerra y desestabilización contra Gobiernos democráticos han  experimentado a raíz de la globalización. Es decir, las nuevas formas de la guerra: el rostro mediático de los Golpes de Estado.

El libro, de creación colectiva, recorre -entre teoría y praxis- algunos de los acontecimientos políticos más recientes en nuestra región en los que la prensa y los medios en general, o bien fueron factores decisivos para el derrocamiento de un Gobierno democráticamente electo (Chile, 1973) o fueron, ellos mismos, protagonistas y autores del diseño del golpe (Venezuela, 2002). Entre estos casos paradigmáticos, media el análisis del conflicto entre Cuba y EE.UU desde la comunicación, el rol de la prensa en el derrocamiento de Fernando Lugo, la parcialidad abierta de los medios contra Dilma Rouseff, y la función de agitación mediática puesta en marcha noquear a Rafael Correa.

“Golpes mediáticos” se inscribe  en la larga tradición analítica de los medios,  y tributa –en primer lugar- a Noam Chomsky quien en su análisis acerca de la “manufacturación del consenso”, puso de relieve cómo la industria de la información es usada por los grandes poderes mundiales para diseñar campañas de descrédito, inoculación de odio o histeria guerrerista contra líderes, pueblos o Gobiernos “enemigos”, que terminan  indefectiblemente en  la generación de estados de opinión pública favorables a los propósitos belicistas de los “manufacturadores”

Hay una idea central que recorre el texto, más allá de la diversidad de enfoques. Y es que América Latina es hoy un campo de experimentación y aplicación masiva de las nuevas formas de la guerra,  de las guerras del siglo XXI. Y esa aplicación sistemática abarca desde la doctrina de la guerra no convencional,   hasta el  uso directamente bélico de la información (mentir es válido en una guerra), pasando  por la articulación del periodismo, ya no como artillería del pensamiento, sino como una suerte de práctica intelectual mercenaria, que acompaña, ejecuta y valida la estrategias violentas desde “el lugar de los acontecimientos”.

El fenómeno va más allá de la simple manipulación de la información o de las desviaciones éticas del periodismo. Hablamos de una estrategia de amplio espectro, articulada desde los dispositivos globales (agencias de noticias, grandes diarios y sus mega estructuras virtuales en Internet), la industria global cultural del entretenimiento –encargada de la creación del imaginario de guerra, sangre y violencia que adormece y prepara la conciencia colectiva- hasta el caótico espacio de las redes sociales que vienen a ser, forzando la analogía militar, las trincheras de los terroristas de la información.

Y aunque la estrategia de falsificación de la realidad encuentra referentes en los golpes contra Allende (1973), y antes contra Joao Goulart en Brasil (1964) y Jacobo Arbenz en Guatemala (1954), se inserta en el momento actual en la contraofensiva de la derecha mundial e imperial para barrer los procesos revolucionarios, progresistas y de izquierda popular en América Latina. Por ellos, las conspiraciones mediáticas se convierten en el ariete fundamental para legitimar una violenta y criminal estrategia política  a través de una profunda violencia simbólica y cultural.

El grado de intensidad,  perversidad y saña con que los grandes dispositivos mediáticos actúan contra la conciencia colectiva, la profundidad de la agresión a través de un desembozado desenfreno informativo, y su visceral odio de clase, convierten a los golpes y conspiraciones desde los medios en una amenaza permanente.

Los golpes mediáticos son, como diría José Vicente Rangel, golpes continuados. No duermen. No paran. No se van de vacaciones. Para enfrentarlos no basta con enarbolar ingenuamente la verdad o desmontar las mentiras. La gran tarea de la transformación radical de los medios, de la industria cultural y la generación de un nuevo imaginario social, pasa por una nueva forma de leer y entender los medios; por una redistribución del poder comunicacional  y por la apropiación popular del sistema de mediático. Y esta es quizá -junto al desarrollo de un nuevo modelo productivo- el más duro desafío que le toca a las Revoluciones populares y democráticas en América Latina.

Por eso, aprender de los “golpes mediáticos”, de su génesis, su lógica y sus métodos perversos es para un pueblo una sana forma de vacunarse contra ellos.