Hace medio siglo “Morochito” Rodríguez ganó una pelea dorada

En su memoria permanece intacta la imagen de una muchacha catiense arrojándole la bandera nacional al ensogado del Arena de México apenas se anunció su victoria por decisión de los jueces 3-2 sobre el surcoreano Yong Ju Jee: “No se me olvidará nunca. Ella me la lanzó, yo la recogí y me puse a llorar”.

La voz de Francisco “Morochito” Brito Rodríguez todavía se quiebra al relatar ese episodio que marcó el clímax de ese 26 de octubre de 1968, cuando pasó a la inmortalidad deportiva: “No supe quién era ella, con todo el alboroto que se formó sobre el ring, no tuve chance de más nada”.

Sobre sus sienes ya encanecidas ha transcurrido medio siglo desde aquella jornada memorable, en la que fue el protagonista de la que ha sido tal vez la hazaña más importante del deporte venezolano.

“Cuando tocaron a la puerta para que saliera a pelear, me asusté, estaba un poco nervioso, pero al subir al ring se me quitó todo, me concentré en el rival, porque yo había llegado a México a ganarme esa medalla de oro, que era la única que me faltaba”, recordó muy emocionado.

La gentes la había ido hilando desde mucho antes

“Recuerdo cuando lo entrevisté antes de su partida a los Panamericanos de Winnipeg 1967. Me dijo: ‘Yo voy a traerme una medallita, aunque sea de oro’. Y me pregunté: ¿aunque sea, es que acaso él piensa que hay de más valor, de diamante, tal vez? Y terminó trayéndose la dorada”, cuenta ahora el periodista Diógenes Carrillo.

Sangre en la plaza

“Morochito” no tenía por qué saberlo, pero el México de esas fechas se hallaba convulsionado. El 2 de octubre, los suelos de la plaza de las Tres Culturas quedaron bañados en sangre en un hecho que fue conocido como la Masacre de Tlatelolco.

Ese día, en dicha plaza se congregó una multitud exigiendo el cese al autoritarismo y denunciando la utilización de los juegos para disfrazar la realidad mexicana. La manifestación fue reprimida brutalmente por el Ejército y el grupo paramilitar Batallón Olimpia, bajo lineamientos de la CIA, según se demostraría después, lo que dejó un saldo estimado extraoficialmente entre 250 y 1.500 muertos.

En medio de una tensa tregua, los Olímpicos fueron inaugurados el 12, pero el 16 otro suceso generó cierta conmoción: tras la final de los 200 metros, los ganadores de oro y bronce, los estadounidenses Tommie Smith y Jhon Carlos, al momento de interpretarse el himno de su país, hicieron la señal del Poder Negro en protesta contra el racismo en su nación, todavía imperante.

Camino al olímpo

Nada sabía de eso “Morochito”, por supuesto, quien era una de las principales figuras de la delegación venezolana, integrada por 25 atletas.

El cubano Rafael Carbonell fue su primer oponente y también su víctima inicial con una inobjetable decisión 5-0. Le siguió el ceilandés Hatha Karunaratne, derrotado por RSC, asegurando el pase al duelo ante el estadounidense Harlan Marbley, quien cayó 4.1.

Solo el surcoreano Yong Ju Jee lo separaba de la gloria. Rodríguez rememoró: “Era un boxeador muy difícil, durísimo, pero yo me fui adaptando a su estilo y lo fui llevando al mío. En el tercer asalto, solo pensaba en ser campeón”.

Llegó el campanazo final y la angustiante espera de la decisión de los jueces: “Lo primero que escuché fue el grito de Carlitos González: ‘¡Ganó Venezuela!’. Luego me levantaron la mano y comencé a llorar”.

“Carlitos tenía como una obsesión con ‘Morochito’, él como que tenía un presentimiento y por eso se fue a México a transmitir él solo esa pelea, que narró, comentó, hizo de todo”, rememora Diógenes Carrillo.

Venezuela, electrizada con la descripción del careo en la inolvidable voz de González, experimentó un estallido de alegría jamás vivido hasta entonces. La hazaña de “Morochito” se convertía en la más importante del deporte venezolano. El país entero estaba a los pies de aquel diminuto cumanés de 23 años.

Héroe en casa

“Cuando llegué al aeropuerto, el recibimiento fue grandísimo. Me hicieron una caravana desde La Guaira hasta Miraflores, donde me recibió el Presidente”.

Ese presidente era Raúl Leoni, el mismo bajo cuyo mandato se puso en práctica la política de los desaparecidos, diseñada en la Escuela de las Américas estadounidense y que luego, como aquí, serviría para aterrorizar a los pueblos del sur del continente y apuntalar a las sangrientas dictaduras de la región.

“Leoni no le dio nada a ‘Morochito’, solo una foto y listo. Era lo que se estilaba en la IV República, hasta que llegó Chávez y cambió todo eso”, apunta Diógenes Carrillo.

Legado

“Morochito” confiesa que cuatro años más tarde no quería seguir boxeando, pero lo convencieron y fue el abanderado a los Juegos Olímpicos de Múnich, Alemania, donde fue doblegado en el primer combate por el australiano Dennis Talbot: “Después de eso, fui con mi mamá a ver una pelea de Alfredo Marcano en el Nuevo Circo y ella me pidió que no boxeara más. Yo le prometí que no lo haría, porque ella estaba muy enferma y murió como a los dos meses, y se lo cumplí, a pesar de que me buscaron para que peleara en el profesional, pero no acepté. Le di ese gusto a ella”.

Dos más

“La de ‘Morochito’, en su momento fue la hazaña más importante de un deportista venezolano y tal vez lo siga siendo, porque ganó el máximo lauro en la máxima competición. Es el ícono, fue el único, hasta que llegaron Rubén Limardo y Arlindo Gouveia, a quien este año por fin le reconocieron su oro en el taekwondo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, en los que fueron 26 años de injusticia. Pienso que ahora, tras su huella, hay muy buenas perspectivas con el apoyo que le presta la Revolución Bolivariana a los deportistas”, sostiene Diógenes Carrillo.

En el apartamento que comparte con su hijo en Propatria, Francisco “Morochito” Rodríguez, de 73 años, echa un vistazo a esa media centuria transcurrida desde su llegada al pináculo olímpico, y no puede menos que sonreír: “Claro que estoy contento por lo que hice, por la medalla, porque todos lo recuerdan. Solo espero que antes de cumplir 100 años otro boxeador gane un oro olímpico”.

Seguramente en numerosos lugares del país este 26 de octubre muchas, muchos, recordarán que hace 50 años un pequeñín pero aguerrido cumanés hizo vibrar a Venezuela, cuando gracias a él se escuchó el himno nacional mientras nuestra gloriosa bandera ondeaba en lo más alto del Olimpo.

T/ Jimmy López Morillo
F/ Archivo CO
Caracas