Hay un despertar «del monstruo del racismo», sostiene el Premio Nobel de Literatura 2017

La memoria como un acto urgente de preservación y la amenaza del monstruo del racismo en una era cuyo futuro es incierto figuraron en el discurso del ganador del Premio Nobel de Literatura 2017, Kazuo Ishiguro, quien con optimismo habló de la lección de que una voz humana que canta es capaz de expresar una mezcla inconmensurablemente compleja de sentimientos.

En la antesala de la ceremonia real, el escritor británico hizo un llamado del Nobel. Es difícil arreglar el mundo, pero pensemos al menos en cómo podemos mejorar nuestro pequeño rincón, el rincón de la literatura, donde escribimos, leemos, recomendamos, criticamos y damos premios a los libros, dijo durante la lectura de su texto en inglés que se transmitió en vivo desde Estocolmo.

El Japón de su infancia que sobrevivió reconstruido en sus recuerdos, una visión mítica de Inglaterra donde creció y la pregunta sobre qué vestigios de la memoria preservar, ¿cuándo es mejor olvidar y mirar hacia adelante?, fueron parte del mensaje que pronunció ante la Academia Sueca, donde ingresó acompañado por la secretaria permanente, Sara Danius, en la que ya es una tradición protagonizada por el galardonado en las letras.

De modo que aquí me tienen, un sesentón que se frota los ojos e intenta discernir los contornos entre la bruma de este mundo que hasta ayer ni siquiera sospechaba que existiese.

Con el título Mi velada con el siglo veinte y otros pequeños descubrimientos, Ishiguro tomó casi 50 minutos para el mensaje que antecede a la ceremonia oficial de premiación que se efectuará este domingo –excepto el de la Paz, que se entregará ese mismo día en Oslo– en el aniversario del fallecimiento de Alfred Nobel.

¿Puedo yo, un autor fatigado de una generación fatigada, encontrar la energía necesaria para escrutar este escenario desconocido? ¿Dispongo todavía de algo que pueda ayudar a proporcionar perspectiva, que pueda aportar matices emocionales a las discusiones, peleas y guerras que vendrán mientras las sociedades luchan por ajustarse a estos enormes cambios?, inquirió frente a los asistentes en el pequeño salón con columnas doradas y brillantes candiles.

Estocolmo acogió así al elegido de este año, quien de acuerdo con la Academia Sueca, en las novelas de gran fuerza emocional ha descubierto el abismo debajo de nuestro sentido ilusorio de conexión con el mundo.

Ishiguro destacó que 2016 estuvo marcado por deprimentes acontecimientos políticos en Europa y Estados Unidos que lo obligaron a admitir que los valores liberales podrían ser una mera ilusión; la época que surgió de la caída del Muro de Berlín parece marcada por la autocomplacencia y las oportunidades perdidas.

Se ha permitido que crecieran enormes desigualdades y el racismo, en sus formas tradicionales y en sus versiones modernizadas y maquilladas, vuelve a ir en aumento, revolviéndose bajo nuestras civilizadas calles como un monstruo que despierta.

Ahí, ante el mundo a la expectativa de estas cuántas páginas que quedarán en la posteridad del galardón más importante de la literatura, afirmó que un punto de inflexión de su labor fue comprender que todas las buenas historias, no importa lo radical o tradicional que sea el modo en que se cuentan, deben incorporar relaciones que nos importen; que nos conmuevan, nos diviertan, nos irriten, nos sorprendan.

DE JAPÓN A REINO UNIDO

Kazuo Ishiguro nació en Nagasaki, Japón, en 1954. Cuando tenía cinco años, sus padres se mudaron a Reino Unido, aunque por varios años pensaron ser visitantes, mas no inmigrantes.

Con larga melena y bigote de vagabundo, a los 24 años, estaba bien documentado sobre el último disco de Bob Dylan, expuso, sin embargo para él Japón y su cultura eran un tema que ignoraba.

A la vuelta de la esquina de la revolución sexual, los Beatles o las protestas estudiantiles, le tocó crecer como el único niño no inglés entre la clase media de un suburbio londinense, donde encontrarse con alguien procedente de Francia o Italia era algo notorio, no digamos a un japonés. De manera simultánea con otra vida en el hogar de sus padres, entre reglas, expectativas y un idioma diferente, en una espera permanente de volver a casa, a Japón.

La música de Dylan, su predecesor en el Nobel de Literatura; Tom Waits, Nina Simone, Emmylou Hoarrys o Bruce Springsteen aparecieron enumeradas entre las referencias que han alimentado su quehacer escritural, la de autores como Marcel Proust, Salman Rushdie, Milan Kundera, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, leídos tiempo atrás sólo por una minoría.

Un silencio y soledad inusuales, reveló, en una casa repleta de las presencias fantasmales de sueños naufragados lo ayudaron a convertirse en escritor, como ocurrió en los fríos meses en los que surgió su primera novela Pálida luz en las colinas (A pale view of hills, 1982), mientras estudiaba en la Universidad de Anglia del Este. Entonces ya había renunciado a los empeños de ser estrella de rock.

Pero fue lo que llamó un momento de vida en que se vio involucrado en un acto de preservación, cuando en una época en la que faltaban años para la explosión de literatura multicultural en Gran Bretaña, se sorprendió escribiendo sobre su ciudad natal de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.

Se trató de rescatar un origen construido en su cabeza que le proporcionó identidad y confianza, pues ante la lejanía física se volvió más vívido y personal. Lo que estaba haciendo era fijar en un papel sus particulares colores, costumbres y formalidades, su dignidad, sus defectos, todo aquello que se me había pasado por la cabeza sobre ese lugar antes de que se me borrase de la mente.

Años más tarde, Con los restos del día (The Remains of the Day, 1989) se propuso una novela extremadamente británica, pero en una ficción internacional que superara los límites culturales y lingüísticos.

Ishiguro perseveró, porque continúo creyendo que la literatura es importante y lo será en especial mientras atravesamos este difícil territorio. Pero recurriré a los escritores de la generación más joven para que nos inspiren y nos guíen.

Entre la memoria y las amenazas, se dijo optimista. ¿Por qué no iba a serlo?

F/La Jornada
F/AP