Por Tulio Monsalve|Hippies de tercera edad (Opinión)

Comento una película que trata el problema social y humano de la tercera edad: ¿Y si vivimos todos juntos, del francés Stéphane Robelin. Relato encantador en tiempo de comedia inteligente, que recorre lugares no santos de la vejez y detalla un grupo de personajes dispuestos a defender su ideal de lo social y lo humano.

Seres a quienes la memoria falla, el corazón se les descontrola y arriba el espanto de la vivienda para ancianos y ellos se rebelan y deciden irse a vivir juntos. Obvio, una locura. Al fin, prevalece la fibra sensible del apoyo la cooperación y, sobre todo, el valor del compartir.

Los de nuestra edad –tercera- encontraremos a la bella Jane Fonda. La Barbarella 1960 soñando sus desnudos envueltos en pieles. Sus diálogos en la peli con seguridad les dará piquiña a muchas doñitas de nuestra clase media; a algunos, un suspiro al recordarla enfrentada, junto con su hermano “Easy Rider” contra la policía por estar en contra de la guerra de Vietnam

Si bien la ruptura de ciertos tabúes en boca de Fonda despertará más simpatías entre quienes recuerden a la heroína que en los años 60 gritaba contra la guerra de Vietnam y en la peli se atreve, a pesar de su lógica o ilógica adultez, a mostrar rasgos de notable erotismo.

Causa sorpresa y abundante gracia oír confesar a su personaje que a su edad aún practica la masturbación.

Su personaje no es apto para mentes reducidas donde lo pacato y lo cínico rige, mientras padecen de su normal y previsible proceso de arrugamiento de los tejidos.

Sobre todo porque la película se atreve a defender con gracia, dignidad, y, espíritu cultivado, lo que significa la tercera edad.

El grupos de actores con Jane Fonda de portaestandarte, que martiriza al joven y serio antropólogo Daniel Bruhl, a quienes acompaña la renovada Geraldine Chaplin y los otros ancianos del combo, Guy Bedos, Claude Rich, y Pierre Richard. Tribu que adelanta su ensayo de una vida en Comuna, muy sofisticado y diferente, a aquello que con seguridad alguno debió intentar y no se atrevió a hacer en su tiempo de hippies.

Al tiempo que se burlan con humor ligero de sus trágicos como esperados conflictos producidos por rodillas que fácilmente se doblegan al peso de sus cuerpos, o se burlan amablemente de su pérdidas ocasionales de memoria, o de sus torpes desplazamientos y el ocultamiento de sus dolencias terminales.

Todo tratado por el director Stéphane Robelin forma muy sobria y digna, y desenfadada sin llegar a atravesar esa tenue línea que podría llevarnos al indeseable campo del melodrama.

Él prefiere llamar la atención y atacar los sistemas de prestación de estos servicios para “ancianos” en residencias adonde el horror es la constante.

El director apuesta con decisión y sin complejos físicos a quienes aplaudimos su versión, nada de telenovela, sobre el grupo de la población al cual algunos pertenecemos. Film de gran calidad en tono respetuoso y digno, qué entretiene, que al fin y al cabo es lo que, mínimo, se le pide al cine: ser recreativo.

Vean esta película, porque, como diría Perogrullo, arrieros somos y en el camino cumplimos años, y al final, seguro y verdadero allí llegaremos. Mientras tanto, vacílense el asunto.

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