Historias: cuando la comunicación se pone al servicio del odio

En México, los periodistas valientes son víctimas del silencio mediático

No es nueva la historia de medios de comunicación y de periodistas que se entregan a la tarea de ser colaboradores de intereses ajenos a los de su pueblo y peor aún cómplices o protagonistas de crímenes de odio. Peligrosas personas que bajo el talismán de la libertad de expresión y conscientes de mentir o de ser ordenados a mentir, se convierten en los artífices de la manipulación, especialistas en el engaño.

La misma prensa que se encargaba en la IV República de servir de árbitro en las disputas por el botín de la élite gobernante, es la misma que se convirtió en la V República en las viudas de unas cúpulas que no se resignan a que el pueblo mande. Hoy callan también los desmanes que comete ese grupo, que silencia o justifica crímenes de odio, crímenes que atentan contra la paz del país.

En 2002, hubo en torno al golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez evidentes farsas mediáticas. Recordemos, por ejemplo, cómo un ancla de televisión narraba una supuesta masacre ejecutada por chavistas desde Puente Llaguno. Sin ningún rubor y burlándose de la fe de un pueblo todavía novato ante el aluvión de manipulaciones de los medios, nos contaban una historia que nunca ocurrió. No hubo tal masacre desde Puente Llaguno, hubo una emboscada planificada contra el pueblo chavista y contra el pueblo opositor.

Aunque no esté de moda en estos días, hay un Código de Ética del periodismo venezolano que aquellos que defienden crímenes de odio en nombre de la libertad de la expresión, que pisotean impunemente. En su artículo 4, dicho código menciona: el periodista tiene la verdad como norma irrenunciable, y como profesional está obligado a actuar de manera que este principio sea compartido y aceptado por todos. Ningún hecho deberá ser falseado y ningún hecho esencial deberá ser deliberadamente omitido”.

Diario chileno La Segunda fue cómplice de la dictadura de Pinochet

Pero el pasado 10 de julio el país fue testigo de cómo un grupo de comunicadores estuvo presente en un lugar donde los grupos violentos de la derecha detonaron a distancia un explosivo, en una acción de emboscada contra la Guardia Nacional Bolivariana. ¿Qué dijeron entonces? … Que los guardias habían sido heridos por una “explosión”, es decir algo fortuito, algo sin responsables, sin culpables.

En su artículo 33 el Código de Ética establece que: “El periodista rechazará de quienes ejerzan cargos o funciones de directivos empresariales, presiones que le induzcan a transgredir el Código de Ética ni cualesquiera otras disposiciones que emanen de los órganos del Colegio Nacional de Periodistas o de las leyes de la República”. Pero esos mismos comunicadores presentes en la emboscada contra la GNB presenciaron la comisión de un delito, de un ataque de intenciones letales, ejecutado con premeditación y alevosía. Callaron, fueron cómplices de una acción que pudo segar la vida de un grupo de ciudadanos, pero se limitaron a ser parte del macabro circo romano.

Como decíamos, no son los primeros casos, tampoco serán los últimos. Hagamos un breve recorrido sobre cómo los medios concentrados y algunos de sus periodistas se hacen cómplices, victimarios del odio. También periodistas que terminan siendo víctimas de la trama de mentiras y revanchas que promueven sus jefes.

PERIODISTAS MEXICANOS, VÍCTIMAS DE SUS PROPIOS COLEGAS QUE OCULTAN LA VIOLENCIA

A pesar de lo que se percibe a partir de lo que difunden los grandes medios (y sus periodistas), es México y no Venezuela el país más peligroso para ejercer el periodismo en América Latina. Pero ni siquiera para la propia opinión pública mexicana esto es un drama evidente debido a que al propio pueblo de esa nación se le oculta la tragedia.

Los comunicadores mexicanos no solo corren el riesgo de ser asesinados por denunciar o informar sobre verdades, también están a merced de las propias empresas donde trabajan y de sus propios colegas cuando estos forman parte ciega de esa maquinaria de silencios y manipulaciones. Es una sociedad que vive una paradoja: no puede conmoverse de lo que sufre, pero se le oculta.

Peor aún, señala el investigador y comunicador Froylán Enciso: “La prensa en México ha sido un brazo propagandístico del poder en turno en todos los niveles de Gobierno, y los dueños de los medios se han acomodado plácidamente a esta relación, que les ha permitido enriquecerse a costa de regatearle a la sociedad la información”. En tal sentido, no solo son invisibilizadas las amenazas contra los periodistas, sino que han quedado solos ante una sociedad que los cuestiona por su rol al servicio de la mentira. Ello ocurre cuando los periodistas usan su condición para ser parte de las estrategias de sus verdugos y sus aparatos de dominación.

Los periodistas que dicen la verdad en México resultan víctimas solitarias que denuncian vivir en un país con uno de los más altos índices de violencia en el mundo, mientras los medios hacen ver un escenario distinto. Siete periodistas han sido asesinados durante 2017, 36 durante el mandato de Enrique Peña Nieto.

LA PERIODISTA HÚNGARA QUE NO GUARDÓ APARIENCIAS

La reportera húngara Petra Laszlo, pateando a inmigrantes

El 8 de septiembre de 2015, una reportera húngara mostró al mundo una de las peores facetas que puede presentar un periodista: ser protagonista de la promoción del odio. Petra Laszlo fue con su equipo a cubrir incidentes con refugiados sirios en las cercanías de la frontera entre su país y Serbia, de repente corrió a participar de la represión contra familias desesperadas que huían de la guerra. Laszlo los pateó, les metió zancadillas, agredió inclusive a un niño, sin ningún otro motivo que el odio.

La periodista húngara reconoció el hecho, mas no pidió perdón. Al contrario aseguró que demandaría a uno de los refugiados sirios a los que pateó. Meses más tarde fue condenada por la justicia. Laszlo fue el eslabón más débil de la cadena. El canal de televisión donde trabajaba la despidió, sin embargo siguió con una línea editorial apegada al partido de ultraderecha Jubikk, es decir, era el canal que propagaba con mayor énfasis el odio contra los inmigrantes.

Y no son solo los medios, es el modelo al que responden. Hungría emprendió desde 1988 una ruta de derechización mucho más profunda que otros países vecinos que formaban parte del campo socialista. En 1999, ya Hungría formaba parte de la OTAN y su sistema político y económico era absolutamente neoliberal. Por supuesto sus medios de comunicación respondían a ello.

En el año 2015, el Gobierno húngaro instauró terribles leyes que consideraban a los inmigrantes como criminales. La legislación fue adoptada de forma urgente en el Parlamento con una mayoría de 140 votos contra 33. El régimen del primer ministro Viktor Orban había también impuesto en 2012 una nueva Constitución, sin diálogo con ningún sector, solo imponiendo la mayoría de derecha en el Parlamento. Dicha Carta Magna fue reseñada como una de las más conservadores en toda Europa. El partido de extrema derecha Jubikk, el mismo vinculado al canal donde trabajaba la reportera Laszlo, si votó en contra, consideraron que no era suficiente, que no se habían limitado lo suficiente los derechos de los ciudadanos.

La nueva Constitución húngara estaba al margen inclusive de los parámetros establecidos por la Unión Europea sobre derechos democráticos, sin embargo los grandes medios no hablaron de dictadura en Hungría. Los gobiernos de la vieja Europa no resultaron “alarmados”, como cuando se trata de atacar a Venezuela por su proceso popular constituyente. Viktor Orban no fue acusado de dictador por pisotear los principios fundamentales que establece la Unión Europea.

Al final Laszlo demostró ser un instrumento al servicio de un sistema cuyo fin único es la opresión; ella quiso ser protagonista de tal opresión y el sistema la sacrificó. No guardó las apariencias suficientes.

PERIODISMO CON PINOCHET: «LOS EXTERMINARON COMO RATONES»

En el Chile del dictador Pinochet hubo un periodismo que se encargó de contarnos una historia diferente a la real, a la verdad. Diarios que fueron la agencia de lavado de los crímenes cometidos por el régimen instaurado luego del derrocamiento de Salvador Allende.

De vez en cuando “se les pasaba la mano”, tal cual como a los torturadores. Fue el caso del diario La Segunda, que el día 24 de julio de 1975 festejó la masacre de un grupo de militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). “Exterminados como ratones” fue el titular usado por La Segunda, acompañado de un sumario que expresaba: “59 miristas chilenos caen en operativo militar en Argentina”. En realidad se trataba de una operación de exterminio denominada Operación Colombo, mediante la cual la dictadura asesinó a 119 personas. No por emblemática fue esta la peor expresión de los medios chilenos y de sus periodistas en complicidad con el régimen de Pinochet y la violación de derechos humanos.

Todo fue una gran farsa, una estrategia para ocultar lo hecho a esas 119 personas, quienes en realidad eran desaparecidos, quienes en realidad habían sido torturados y ejecutados, mientras la dictadura y la prensa a su servicio decían que eran organizadores de una ofensiva guerrillera en territorio argentino. La nota de La Segunda era particular en lo descabellado de su estructura, citaba como fuente de la operación militar de “combate” a los miristas a un diario del interior de Brasil, más precisamente O Día, de Curitiba. No había internet. No había cómo comprobar nada, pero en Curitiba sabían más de las acciones militares de la dictadura chilena que en Santiago.

Los principales medios a cargo de tal tarea eran propiedad de Agustín Edwards: El Mercurio, Las Últimas Noticias y La Segunda. El Mercurio hizo editoriales en los cuales descalificaba a los comunicadores que intentaban despejar la verdad: «Los políticos y periodistas extranjeros que tantas veces se preguntaron por la suerte de estos miembros del MIR y culparon al gobierno de la desaparición de muchos de ellos, tienen ahora la explicación que rehusaron aceptar”.

El 24 de marzo de 1976, el diario Clarín festejaba el inicio de una dictadura en Argentina: “Se abre una etapa con renacidas esperanzas” era el titular con el que acompañaban a un régimen que violó sistemáticamente los derechos humanos, que se sustentó en el odio y que ejecutó a 30 mil personas. Además obtuvieron, junto al otro “gigante” impreso, La Nación, un importante provecho económico.

Ocultar los crímenes de la dictadura y justificarlos tuvo también una multiplicación de la ganancia económica, por ello, la dictadura los premió arrebatando a sus dueños la primera fábrica de papel para imprenta instalada en Argentina. Directo al botín de los dueños de Clarín y La Nación.

Las revistas de farándula no faltaron al festín de horror. En 1979, el magazine Para ti encargó al periodista Alberto Escola y al fotógrafo Alberto “Tito” La Penna una entrevista a Thelma Jara de Cabezas, quien se encontraba secuestrada por la dictadura, maquillada y forzada, no tuvieron escrúpulos para ocultar los crímenes de odio. Para aparentar que todo estaba “normal”.

Para Clarín y La Nación no hubo desaparecidos durante la dictadura. Hubo “lucha contra la subversión”. No hubo bebés robados por la camarilla que se había apoderado de todo en el país. “El proceso cumple hoy cinco años”, así de portada completa el diario Clarín festejaba los aniversarios del régimen de facto.

La dictadura asesinó al periodista Rodolfo Walsh por denunciarlos. Obviamente, eso tampoco conmovió a los medios concentrados. Todo vale por imponer el “orden” del odio.

T/ Chevige González Marcó
F/ Archivo CO
Caracas