Por Fernando Buen Abad|Hugo Chávez y las formas del compromiso (Opinión)

La Fuerza de los Juramentos

Ante la tumba del beisbolista Isaías “Látigo” Chávez o ante un árbol vuelto símbolo de Patria: “…Nos fuimos al Samán de Güere y lanzamos el juramento aquel…1”el 17 de diciembre de 1982 , Hugo Chávez puso, en ocasiones diversas, valor político al acto personal y colectivo del “juramento”, profundo, sincero y convencido… en el que la vida se decide al poner en sincronía los dichos con los hechos. Tal como lo hizo sobre aquella “moribunda Constitución”.

Visto en la perspectiva que ha dejado el capitalismo, con su andanada incesante de mentiras a raudales, la palabra no parece ser el mejor referente para afincar confianzas ni parece prenda suficiente para garantizar que las acciones correspondan con las promesas.

Todo lo contrario, bajo la idea de que “las palabras se las lleva el viento” o “de lengua me como un plato”, la burguesía desfondó toda forma de confianza en las palabras y remplazó los juramentos por contratos que, a firma y sello, aparecen como la única base segura para la credibilidad. El mercado impone sus reglas leguleyas como si fuesen valores morales. Gana la ideología de la clase dominante.

“Dar la palabra”, “empeñarla” o ponerla “en prenda” parecen ser, en la vorágine de la palabrería burguesa, ritual demodé (pasado de moda) en los que solo confían los incautos o los ingenuos. Y no obstante la demagogia burguesa usa y abusa de las palabras para tender las redes de sus promesas incumplidas sempiternamente. Hasta que llegó, por ejemplo, el comandante Chávez y cambió el paisaje.

El “juramento” no es una figura retórica, no es un decorado verbal, tampoco es un fetiche. Según quien lo pronuncie, las circunstancias y la entereza moral que lo anima y proyecta, es su vida. Por eso, un “juramento” dicho desde el pecho, en tiempo y forma, con todas las de la consuetudio y engarzado con los episodios de la sociales que reclaman decir, es el monto de la apuesta que con acciones se pone a hombros de las palabras. Y cambia la Historia.

Hipócrates, (460 a.C- 377 a.C.) entre otros, amasa en el hecho de “jurar” un caudal enorme de sueños y de compromisos que serían nada si no tuviesen como vector basal la definición y asunción de una lucha, a toda costa y por todos los medios. A nadie sorprende, y a muchos convence, que un médico “jure” al finalizar sus estudios, por lo que hará denodadamente por cumplir un código ético que cuanto más riguroso más dignifica al que “jura”. Y más cuando en la práctica se expresa lo que se puso en las palabras.

Hugo Chávez es de esa estirpe que esculpe su moral y sus actos, incluso con juramentos trascendentes en los que se sintetiza y proyecta una lucha que al “jurarse” se asegura un punto más de “no retorno”. Le juró al beisbolista “Látigo” Chávez que sería como él, le juró a Bolívar, le juró a su pueblo y enseñó a la Revolución el poder del juramento compartido por un pueblo que tiene, ante sí, el futuro como espacio exigente donde cumplirá lo que se juró a sí mismo y lo que le juró al socialismo.

Hay testimonios, y testimoniales, en los que Hugo Chávez habla de sus juramentos, hay pruebas donde muchos de los suyos que, a su lado, juraron también y sintieron el poder moral de ese hombre que juró por la “vida buena” de su pueblo, por la justicia social, por el cumplimiento de las tareas pendientes y por la construcción del socialismo. Nada más y nada menos. Y del acto de esos juramentos jamás se desprendió una duda. Ese es el efecto de las convicciones más profundas. Es juramento dignidad, deseo y compromiso.

Es verdad (es gran verdad) que no es suficiente con “juramentos”, más verdad es que la práctica es el examen de todas las teorías y que hay muchos que “juran” con histrionismos asalariados y son capaces de hacernos creer –casi- cualquier cosa.

Pero es también gran verdad que en la lucha de clases aprendimos a no confiar en “juramentos” de terratenientes, empresarios y banqueros. Que no creemos en burócratas ni en reformistas camaleónicos, amaestrados para el ilusionismo que tanto nos daña y nos cuesta. Por eso, uno se detiene y mira lo valioso que es un “juramento” decisivo que renuncia a rutinas “oficialistas” y a desplantes de pantalla. Por eso uno se detiene y admira a los luchadores que juran, ante otros y ante sí, elevarse a la altura mayor del ser humano que no es otra que la del ser un revolucionario. ¡Júralo!

México, DF.