POR: MANUEL LÓPEZ
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La austeridad que propugnan desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) y economía desarrolladas como Alemania no es para priorizar el desarrollo de las fuerzas productivas en las economía que ellos consideran “satélites” de los centros industriales, sino para garantizar el pago de las acreencias al sistema financiero hegemónico.
Poco les importa a los centros financieros hegemónicos en qué cono monetario transen su comercio las economía endeudadas, lo importante es que sea en monedas convertibles en los mercados internacionales.
Ahora –si se trata de restarle poderío a la potencia dominante, reducir el comercio o las reservas internacionales en su moneda– pudiera ser una acción efectiva, si las grandes economías mundiales acuerdan un accionar común en esa dirección.
Este no es un objetivo de corto plazo, sino que debe ir construyéndose con metas a mediano y largo plazo, porque requiere ir cimentando otras monedas como referencia para efectuar las operaciones.
Estas monedas deben cubrir ciertos requisitos, como ser reconocida mundialmente, ofrezca estabilidad cambiaria y esté respaldada no solo por el Banco Central del país emisor, sino por la solidez económica de esa nación.
Distinta es una zona monetaria óptima tal como planteó el economista canadiense Robert Alexander Mundell. El trabajo del Premio Nobel 1999 fue referente para elaborar el armazón básico sobre el que se construyó la Zona Euro.
El estudio de Mundell explica las ventajas de una moneda común como base de costes de transacción y una reducción del margen de incertidumbre sobre los precios relativos entre las naciones suscriptoras del acuerdo.
También describe las desventajas que están suscritas a los choques asimétricos provocados por las diferencias económicas de cada país integrante de la unión monetaria, fundamentalmente por el régimen del tipo de cambio y los salarios reales. Problemas complejos para una realidad con influencia multifactorial.