Por Fernando Bossi|La insurrección coriana (Opinión)

En Coro, a finales del siglo XVIII, habitaban un poco más de tres mil esclavos negros. A esto se le sumaban mas de 10 mil negros libres y pardos. La población blanca era absolutamente minoritaria y contaba con un sector, aun mas pequeño, constituido por los dueños de los esclavos, propietarios de las haciendas y plantaciones y por quienes ejercían el poder político. Dentro de las clases subalternas también se encontraban los indios, unos libres o exentos de tributos y otros tributarios. No hay dudas de que los mas perjudicados por ese orden social eran los negros esclavos y los indios tributarios, pero tanto negros, pardos como indios libres sufrían también las injusticias del régimen colonial.

Los ecos de la insurrección de Haití y de la Revolución Francesa habían llegado a las costas venezolanas. Seguramente también se conocían en aquella sociedad los levantamientos comuneros en Nueva Granada y la imponente insurrección de Túpac Amaru en el Virreinato del Perú. Las ideas de igualdad, libertad y de autogobierno comenzaban a fermentar en la conciencia de los explotados.

El 10 de mayo de 1795, en el trapiche de la hacienda de Macanillas, cerca de Curimagua, estalló el levantamiento popular, encabezado por el zambo José Leonardo Chirino.

El programa levantado por los insurrectos era simple y claro: a) Aplicación de la “Ley Francesa”, que implicaba el establecimiento de una República democrática; b) Libertad y la abolición de la esclavitud; c) Supresión de tributos pagados por los indígenas y de una serie de impuestos que recaían sobre los más humildes; y 4) Eliminación de la aristocracia blanca.

En un primer momento, las fuerzas rebeldes lograron tomar varias haciendas, pero mal armados y precariamente organizados fracasaron en el intento de tomar la ciudad de Coro. Las tropas colonialistas se impusieron y casi todos los líderes del alzamiento fueron pasados por las armas. Tomado prisionero, José Leonardo Chirino fue ahorcado en Caracas el 10 de diciembre de 1796.

Esa heroica insurrección fue un nuevo aviso sobre el comienzo de la decadencia del colonialismo español.

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