Jean-Paul Belmondo: “Actuar es como en la vida, un día se llora y otro se ríe”

El actor Jean-Paul Belmondo, el feo de la sonrisa eterna del cine francés, falleció a los 88 años, una desaparición que deja a la pantalla sin una de sus grandes figuras a nivel mundial. Belmondo, que arrastraba problemas de salud desde que sufrió un accidente cerebrovascular en 2001, falleció «tranquilamente» tras pasar varios días «muy fatigado», explicó el abogado y amigo personal del actor, Michel Godest, quien anunció la noticia en varios medios.

«Belmondo era un tesoro nacional», afirmó el presidente francés, Emmanuel Macron, para resumir el significado de la pérdida para todo el país, ya que el intérprete era inmensamente popular y apreciado por la sociedad francesa.

Las cadenas de televisión francesas modificaron su programación para emitir ediciones especiales sobre la figura del actor y algunas de sus películas más destacadas.

Otro mito de la época, Alain Delon, que compartió cartel con Belmondo en varias películas pero sobre todo en «Borsalino», confesó estar «completamente destrozado», según declaró al canal televisivo Cnews.

«No estaría mal si nos fuéramos los dos juntos. Era una parte de mi vida», confesó Delon, de 85 años, quien compartió con Belmondo una gran amistad, disfrazada a veces de rivalidad cinematográfica para alentar el morbo del público.

POLÉMICO

Nacido en 1933 en Neuilly-sur-Seine, zona burguesa de París, fue hijo de un escultor y una pintora. Estuvo sumergido en el mundo de las artes plásticas, pero se interesó rápidamente por la interpretación y estudió en el Conservatorio de Arte Dramático de París. Como dato curioso, fue rechazado por el conservatorio en tres ocasiones. Cuando por fin entró en 1952 se convirtió en uno de sus alumnos más carismáticos. La leyenda asegura que en su tercer año, tras una actuación ante un jurado de dicho ente estudiantil, sintió que no se había valorado su trabajo con la puntuación adecuada y se despidió del tribunal con una burla. Y se fue antes de ser expulsado, dejando tras de sí la revuelta estudiantil de sus compañeros. Así comenzó también una leyenda de ser una persona polémica.

Comenzó en el teatro, pero luego poco a poco incursionó en el cine. A mediados de los años cincuenta se cruzó con un joven cineasta por la calle. Era Jean-Luc Godard. Le propuso rodar un cortometraje en un pequeño piso de alquiler.

“Dudé sobre sus intenciones reales”, explicó una vez al diario Libération: “Le respondí que el cine no me interesaba nada de nada”.

Sin embargo, ante su insistencia aceptó. Rodaron el corto “Charlotte et son Jules”, una primera colaboración que daría pie a otras más célebres, como “Al final de la escapada” y “Pierrot, el loco”. Su primer papel con peso llegó de la mano de Claude Chabrol en “Una doble vida” (1959), antes de la explosión que supondría al año siguiente Al final de la escapada.

Saltó a la fama en 1960 con la citada «À bout de souffle» («Al final de la escapada»), la cinta que también lanzó a Godard. Allí comenzó una serie de películas de cine de autor con algunas de las grandes figuras de la «nouvelle vague» francesa, como el mismo Godard, Claude Chabrol, François Truffaut o Louis Malle.

Un buen puñado de filmes de culto proceden de esa época, como «Un singe en hiver» («Un mono en invierno», 1962), «Pierrot le fou» («Pierrot el loco», 1965) o «La Sirene du Mississipi» («La sirena del Mississippi», 1969).

CERO ESTEREOTIPO

Con un físico particular muy alejado de los estereotipos del galán hollywoodiense (nariz rota de sus tiempos de boxeador, arrugas en la frente, labios gruesos y una sonrisa permanente), Belmondo se convirtió rápidamente en una figura casi imprescindible en el cine francés.

Pero poco a poco, sobre todo a partir de 1965, se orientó a un cine más comercial y de aventuras, a menudo con escenas de acción que insistía en rodar él mismo, sin doble, a las órdenes de directores como Philippe de Broca.

Estas escenas de acción acabaron convirtiéndose en una de las señas de identidad de «Bebel», como era conocido popularmente. De esa época son cintas en las que encarna a “gángsters”, aventureros o agentes secretos: «L’Homme de Rio, El hombre de Río 1964)”, «Borsalino» (1970), «La scoumoune», («El clan de los marselleses, 1972); «Le magnifique»/»El magnífico» (1973); o «Leon (El profesional, 1981)”.

Los principales premios llegaron muy al final de su carrera. En 1989 fue el ganador del César al mejor actor por «Itinéraire d’un enfant gâté”, aunque jamás lo recogió; y en 2016 recibió el «León de Oro de Honor» en el Festival de Venecia.

Al recibirlo comentó: “Mi secreto es no pensar en el pasado. Yo pienso en el mañana. A lo largo de mi vida lo he hecho y lo he tenido todo. No tengo remordimientos. He hecho todo lo que quería hacer y hoy amo las cosas que tengo: la vida, el sol y el mar”.

A finales de los ochenta volvió al teatro. En 1991 compró su propia sala en París, y apareció en unas cuanta obras en su vida.

SÍMBOLO

Con una carrera cinematográfica que se extendió medio siglo, de 1959 a 2009, Belmondo se convirtió en un símbolo de Francia, donde sus personajes de pícaro seductor, pero que en el fondo es un sentimental de buen corazón, acabaron casi formando parte de la familia.

Su última película fue “Un hombre y su perro”, en 2008. Para muchos, la versión de la célebre novela “Los miserables” de Víctor Hugo, ambientada en la Segunda Guerra Mundial y en el rol del fugitivo Jean Valjean, fue uno de sus roles más celebrados.

«En él, todos nos encontrábamos», afirmó Macron en Twitter, donde señaló que el actor era a la vez «héroe sublime y figura familiar».

Más aún, Belmondo daba la impresión de autenticidad, «en la vida real era como en las películas», como recordó el director Claude Lelouch, otro de los grandes realizadores con los que trabajó.

El historiador del cine Philippe Durant, que publicó en 2011 su biografía «Belmondo», escrita en colaboración con el desaparecido actor, resumió su figura de forma escueta: «Era más que una leyenda, era Belmondo».

Sobre su carrera cinematográfica, que abarcó noventa cintas, Belmondo reflexionó ya entrado en años: “Cuando un actor tiene éxito, la gente le suele echar en cara que ha tomado el camino fácil, que no quiere tomar riesgos ni hacer esfuerzos. Pero si fuera sencillo llenar las salas, la industria cinematográfica tendría una mejor salud financiera. No creo que yo haya hecho basura: el público no es tonto ni mi carrera habría durado tanto. (…) Las dos vertientes son buenas. Igual que en la vida, un día se llora y otro se ríe”.

Aunque feo, tenía carisma. De ahí que muchas de sus coprotagonistas, fueron sus amantes o novias del momento, como Sophie Marceau, Ursula Andress, Jean Seberg, Annie Girardot y Emmanuelle Riva, entre otras. La misma Marceau comentó: “Incluso vestido con sotana, te las llevabas a todas por delante”.

T/EFE-Agencias
F/Archivo CO
Caracas