Por Ileana Ruiz|Juan Pueblo (Opinión)

En las distintas batallas que ocurrieron durante la guerra para obtener nuestra independencia, muchos fueron los sucesos heroicos. José Francisco Bermúdez fue el protagonista de muchos de ellos. Nacido en el estado Sucre, el 23 de enero de 1782, desde muy joven mostró inclinación por las causas justas. Sintiendo mucha identificación por los sectores populares fue conocido por afectos y opositores con el nombre de “Juan Pueblo”. Tuvo un carácter apasionado que en ocasiones le condujo a acciones valerosas y en otras, por el contrario, lo arrojaron a terribles equivocaciones.

Eso de que en el amor así como en la guerra todo se vale, es falso. La humanidad a fuerza de pérdidas irreparables ha ido aprendiendo que aún en las peores circunstancias no es posible la absoluta destrucción ni el trato cruel al contrario. Ese principio siempre acompañó al Libertador y fue motivo de sus desencuentros con Bermúdez al que reprendió por su falta de conmiseración hacia el enemigo.

Bernardo, hermano de José Francisco, es apresado por los españoles y condenado a fusilamiento. Ante las súplicas de los testigos, se le permite seguir con vida pero luego es ejecutado. Esto molesta profundamente a José Francisco quien jura exterminar a cuantos enemigos caigan en sus manos.

Bermúdez fue siempre un hombre ambicioso e impulsivo. Su carácter lo llevó a varios actos de desobediencia e indisciplina e, incluso, a atentar contra la vida del Libertador a quien contradijo y negó su fidelidad varias veces. Arrepentido luego de estas acciones volvía a solicitar ser tomado en cuenta para comandar fuerzas patrióticas obteniendo el perdón dubitativo de sus pares.

En 1817, cuando Bolívar reclama el auxilio de Mariño, el Libertador de Oriente, éste marcha en su socorro llevando a Bermúdez como jefe de División. Un espontáneo abrazo y las frases sinceras de Bolívar quien entre otras le dijo «Libertador del Libertador», volvieron a Bermúdez a la obediencia y hasta al afecto.

Con Bermúdez hemos buscado el lugar preciso para perpetuarnos, el hogar donde radicarnos con nuestros ímpetus y calmas, nuestros rasgos impertinentes, nuestra ética, el candelabro encendido al que nos aferramos mientras caminamos muchas veces a tientas. De su vida debemos aprender que jamás por buscar la verdad se puede herir la memoria, que la justicia implica respeto y que el bien común es la única elección en casos dilemáticos.

iradeantares@gmail.com