Juchitán está bajo el amparo del cielo y el desamparo del Gobierno mexicano

Al sur de México, del lado de su costa Pacífico y en la región conocida como el Istmo de Tehuantepec, queda la Heroica Ciudad de Juchitán, una pequeña población de alrededor de 100 mil habitantes, la más afectada por el terremoto de 8,2 en la escala de Richter que sacudió a la nación azteca el pasado 7 de septiembre.

Aunque no es una de las ciudades mexicanas más conocidas en el mundo, Juchitán sí logró hacerse de renombre en México, a pesar de ser una localidad pequeña en un país tan grande y densamente poblado. En esa ciudad del estado de Oaxaca se libró una de las primera derrotas electorales del PRI en todo el territorio mexicano. Ahí la “dictadura perfecta” debió bajar la cabeza, debido a la organización social y la lucha desde las bases de las organizaciones de izquierda que fundaron a finales de la década de los 70 el Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (Cocei).

En alianza con el Partido Comunista de México, la Cocei obtuvo la victoria en las elecciones municipales de 1980. Sin embargo, como suele ocurrir en aquella nación, en cuestión de segundos los resultados fueron cambiados y el PRI se apoderó del gobierno local, por obra y gracia del todopoderoso fraude. El pueblo no se rindió y luego de un mes de protestas se convocaron a nuevas elecciones, entonces la ventaja fue mayor y la izquierda, por primera vez, destrona al PRI en un municipio mexicano.

La izquierda logró repetir varias veces su experiencia al frente del gobierno municipal de Juchitán. Inclusive allí en el año 2000, fue recibido oficialmente por las autoridades locales el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Desde unos años el panorama empezó a ser nuevamente turbio, cuando la Cocei se fue disolviendo, el Partido Comunista de México fue mutando y el PRD asumió el espacio de la izquierda con las características que hoy se conocen del PRD, un partido cuya cúpula anda de pactos con el PAN.

A pesar de estar ubicado en Oaxaca, uno de los estados más pobres de México, Juchitán poseía hasta la noche del terremoto uno de los índices de desarrollo humano más alto de la región. Además era reconocida por su aporte cultural, sus escritores, sus artistas. Gabriel López Chiñas fue uno de los poetas del pueblo más importante del siglo pasado y así dibuja el orgullo de hablar y escribir en zapoteco, la lengua originaria de sus habitantes:

Dicen que se va el zapoteco,
ya nadie lo ha de hablar;
terminó inexorablemente dicen
el idioma de los antepasados.

El idioma de los zapotecas,
se lo llevará el maligno,
ahora los instruidos
todos hablan español.

¡Ay!, zapoteco, zapoteco,
los que te dieron la espalda,
no saben cuanto
sus madres te amaron.

¡Ay!, zapoteco, zapoteco,
idioma que me revive,
se que morirás,
el día que muera el sol.

La sensibilidad histórica del pueblo juchitense fue encarnada por un grupo de cultores de toda la nación mexicana, que luego del sismo emprendieron una campaña de solidaridad con el pueblo juchitense.

La escritora Natalia Toledo fue una de las voceras de ese movimiento de solidaridad y así sintetizó el drama que vive la localidad: “Juchitán no tiene comida, la gente que tiene recursos no tiene que comprar. Hay mucha gente en la desesperación y nosotros estamos haciendo colectas que van a continuar porque la desgracia fue muy grande. Juchitán desapareció”. Toledo nació allí en ese pueblo y es una poeta bilingüe, que maneja el idioma de sus ancestros indígenas.

DESDE LA NOCHE DE LA TRAGEDIA

La sensibilidad de los cultores, del mexicano común contrasta con la desidia de los gobernantes. Desde la noche trágica de aquel 7 de septiembre hasta el sol de hoy, Juchitán es un gran campamento a cielo abierto, la mayoría de las casa y estructuras civiles de la ciudad quedaron destruídas o severamente deterioradas. Los lugares habilitados como refugios son escasos y la gente temerosa de abandonar lo que fueron sus viviendas viven al descampado, bajo el amparo de la luna y el desamparo de las autoridades.

El diario La Jornada de Méxio relata así el escenario: “Alrededor de 150 personas se refugian en el albergue provisional instalado en el Instituto Tecnológico del Istmo. No pueden habitar sus viviendas hasta que sean valoradas por autoridades federales ya que sufrieron severos daños por el temblor del pasado 7 de septiembre. En este lugar permanecen varias familias, desde los abuelos en sillas de ruedas hasta los recién nacidos, quienes en los últimos días duermen en colchonetas al aire libre o en las pocas casas de campaña instaladas sobre los jardines”.

También cuentan la historia de don Marcos Valdivia Martínez: “Su nuera y nieto no sobrevivieron. El día del sismo murieron aplastados por una barda, su hijo se fracturó la cintura. Mi nieto se iba a recibir de ingeniero el próximo año, pero el temblor le cortó sus aspiraciones», relata con voz entrecortada mientras se humedecen sus ojos.

Él, dice, sobrevivió de milagro. “Los escombros del techo de su casa cayeron sobre la cama segundos después de abandonar la habitación”.

Es paradójico cómo se narra en diversos medios de comunicación locales y nacionales de México cómo muchos dirigentes políticos pasan por Juchitán a entregar algunas dádivas por separado, como un cruel juego de cambiar tragedias por votos. En el fondo se revela que es muy poco lo que coordina realmente el Estado mexicano para apoyar a los juchitenses y a los cientos de miles de afectados por el sismo en otras partes de Oaxaca y en estados como Chiapas y Tabasco, las otras entidades que sufrieron más agudamente los efectos del movimiento telúrico.

POR SUS PROPIOS MEDIOS

Alfonso Duarte, comandante de la región militar a cargo de la atención a la población en Oaxaca, dijo que “tanto el ejército como la Marina y Fuerza Aérea han realizado en la región del Istmo trabajos eficientes, organizado, en orden y con disciplina, todo en beneficio de la población civil perjudicada de la entidad».

Esas declaraciones contrastan con las impresiones recogidas por el medio mexicano Proceso, donde se señala: “Se erigieron en albergues por sus propios medios. En la parroquia del Señor de Esquipulas, barrio de la antigua Sección Séptima, la capilla cayó el jueves 8, y junto a sus escombros, en plena carpeta asfáltica, los vecinos y feligreses, juntan su miedo a los saqueos y se declaran en resguardo. Sus casas se desplomaron o bien registran cuarteaduras tan graves que en cualquier momento pueden venirse abajo. Eso les dijeron el fin de semana los agentes de Protección Civil que pasaron rapidito calificando riesgos, haciendo pintas con spray en sus fachadas e invitándolos a ir a los albergues comunitarios”.

El reporte de Proceso sobre la situación indica que las propias comunidades se han organizado para hacer rondas y cuidarse entre ellos: “De barrio en barrio, por toda la sección Séptima, cada hora los silbatos suenan. Una vez, todo en calma; dos veces, alarma. Juntos, apenas sacando la vuelta a los escombros de sus viviendas caídas, arman fogones, preparan alimentos, se dan ánimo armados con piedras y palos, atrincherados detrás de las barricadas que impiden el tránsito”

NO QUEDÓ NADA

“Vea mi casa. Mire las cuarteadoras. Vaya a la cocina ¿ve el escombro? Así nos fue, por eso estamos afuera. Allá, enfrente está la casa de mi abuela, donde vive mi hermana que es muy delgada y apenas logró salir. No quedó nada”.

La casa de José Antonio en efecto luce en una ruina. La de su hermana, la mujer delgada de edad, es solo escombro y una pared -“la pared reforzada” aclara él- de donde no hubo nada que sacar.

–¿Saben a dónde puedo ir? ¿Dicen que hasta Tehuantepec? –pregunta José Antonio desconsolado porque a esta Sección Séptima, tan tradicional y céntrica de Juchitán, ninguna dependencia de gobierno ha llegado.

Vecinos y hermanos, José Antonio y la mujer delgada que duerme a unos pasos, pasan los días entre mecedoras y catres.

Mecedoras, catres, hamacas, sillas, sillones y juegos de sala, colchones sobre el asfalto, mesas de centro y muebles, muchos muebles de rattán pero más de tejido plástico, camastros y colchonetas, sillas y mesas con la marca ya borrosa de alguna bebida comercial, cobijas, cajas de refresco, tarimas, bases de colchón, literas… una estampa inverosímil de no ser por el contexto: a media calle, una lavadora está funcionando.

La Congregación Cristiana “Puerta del Cielo” tendió un cable desde su interior hasta la lavadora. El rebaño de vecinos está ahí, con una banca y otros muebles, casi a media calle. Un toldo los protege y, resignados, señalan sus viviendas caídas, mientras su pastor, desenvuelto, lanza bendiciones.

Ahí en la calle 2 de Abril, Asunción departe con hijas y nietas. Su marido, en un colchón bajo la banqueta, está roncando. Ella quiere mostrar que se quedó sin nada. En lo que fue su sala, solo queda un altar, con sus veladoras que ella intenta acomodar, limpiar un poco. Quiere saber a dónde acudir.

ABANDONADOS

Aquí, la coincidencia es que todos acusan que no hay ayuda del gobierno. En Escupilas acusaron a la alcaldesa Gloria Sánchez y al gobernador Alejandro Murat del abandono. En Madero e Insurgentes, dicen que la alcaldesa reparte ayuda de noche en las zonas que controla su partido, el PRD pero nada con los demás barrios y comunidades. En 2 de Abril, un cartel exige a Peña Nieto que deje de tomarse fotografías y ayude a la población.

Lo dicen una y otra vez en cada zona del barrio: la ayuda llega por asociaciones, por fundaciones, por los profesores de la Sección XXII, por el maestro Toledo…

Son a ellos a quienes hoy, el gobernador Murat pidió que dejen de llevar ayuda y se la entreguen a la Marina y al Ejército.

De repente, un tumulto creciente se dirige a la calle Constitución. Un grupo de mujeres de la Ciudad de México decidió reunir ayuda sin siglas ni organizaciones. Llegan a bordo de una Suburban y varios camiones de despensa… las filas son interminables y ellas maniobran como pueden para hacer la entrega. Saben que será insuficiente, son cuadras interminables de una multitud hambrienta que lleva cinco días sin casa y viviendo bajo la banqueta.

ACÁ VIENEN A TOMARSE LA FOTO

Proceso también documentó la visita del gobernador Alejandro Murat Hinojosa, miembro del PRI. Así fue recibido: “Aquí nada más se vienen a tomar la foto y luego se van”, gritó una mujer al gobernador priísta, y otra le exigió que fuera a la séptima sección a ver las casas, familias completas y niños “que están durmiendo en la calle y expuestos a saqueos”.

En esa extraña democracia de castas que sufre México, Murat pertenece al entorno del presidente Enrique Peña Nieto y es hijo de un exgobernador de Oaxaca, Nelson Murat Casaab. Fue electo en junio de 2016. Tiene un amplio historial de denuncias por irregularidades en su carrera burocrática, como director del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores, se registraron pérdidas millonarias de los ahorros.

T/ Chevige González Marcó
F/ Proceso-Agencias
Caracas