Katharina Miller: «Ninguna empresa va a aceptar que discrimina a las mujeres, pero ocurre constantemente»

La jurista Katharina Miller acaba de terminar su intervención frente a decenas de mujeres abogadas, fiscales y juezas de todo el mundo. Madrid acoge estos días el I Congreso Internacional ‘Justicia con Perspectiva de Género’, que ha contado con casi medio centenar de ponentes de 21 países diferentes para analizar la importancia de incorporar la perspectiva feminista en todas las jurisdicciones. Miller, de origen alemán pero asentada en Madrid, es presidenta de la Asociación Europea de Mujeres Juristas (EWLA) y, gracias a su formación en Economía y Derecho, intenta que las empresas sean cada vez más igualitarias. Lo hace desde 3CCompliance, el proyecto en el que trabaja para asesorar a las compañías en cuestiones de género.

Uno de los elementos que lastran la aplicación de la justicia y que se pone de manifiesto en este congreso es la persistencia de los estereotipos de género. ¿Cómo se articulan?

Lo que ocurre es que buena parte de lo que pasa en los juzgados depende del juez o la jueza que aplica la ley, de cómo está conformada su mente y de cómo ve los hechos a partir de ese esquema, con qué gafas los ve. Si no lleva lo que solemos llamar ‘las gafas de género’, salen sentencias como la de ‘la manada’, que no estima la violación porque ella no se defendió o no se resistió con fuerza. Lo sesgos de género y este tipo de obstáculos para las mujeres en el acceso a la justicia están instalados en todos los países.

Para revertirlo, es fundamental la perspectiva de género y también la presencia de más juezas en ámbitos de poder. No quiere decir que esté garantizada con la presencia de mujeres porque nosotras tenemos nuestros propios estereotipos, pero hay más probabilidad. Si eres hombre y has vivido en ese rango social superior, va a ser mucho más difícil de partida entender y ver estos sesgos.

Al margen de la interpretación de la legislación, también se ha hecho hincapié en el congreso en que las propias leyes no son neutras al género…

Eso es claramente así. Vivimos en un mundo hecho por hombres y para hombres, por lo tanto las leyes están hechas por y para un mundo masculino. Eso tiene que cambiar y, para ello, se necesitan acciones de discriminación positiva. Para mí, ya empieza con el lenguaje… El hecho de que las leyes estén íntegramente escritas en masculino es simbólico. Si hablamos, por ejemplo, de legislación penal, podemos observar con la sentencia de ‘la manada’ que el delito de violación en el Código Penal está desarrollado partiendo de una perspectiva que, cuanto menos, no tiene en cuenta la realidad de las mujeres. Me refiero a la violencia e intimidación que requiere el delito, que no tiene en cuenta la forma en que se da hacia las mujeres en este tipo de casos.

En el mundo del derecho empresarial y corporativo en el que estás especializada, ¿qué traducción tiene esto de la perspectiva de género?

En este ámbito nadie se debería quitar las ‘gafas de género’ en ningún momento porque nos encontramos con bastantes discriminaciones, entre ellas, en la contratación, discriminación salarial, acoso sexual… Hay recientes estudios que demuestran, por ejemplo, que las mujeres tienen bastantes menos posibilidades de ser llamadas para un proceso de contratación o para una entrevista que los hombres. Y mucho menos si tienen hijos… El embarazo y la maternidad todavía les sigue pasando factura a ellas.

De todas formas, la discriminación empieza desde muy pronto. Nos encontramos con una mayoría de niñas pequeñas que a edad muy temprana ya excluyen las STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, en sus siglas en inglés) porque creen que no son lo suficientemente listas como para dedicarse a una carrera técnica. Así que entramos menos mujeres en las grandes empresas digitales, que ahora están dominando el mundo. Su potencial es brutal, es una nueva revolución industrial y las mujeres no estamos formando parte de ella.

¿Hay muchas resistencias en el mundo empresarial y del derecho a la inclusión de esta perspectiva de género?

Sí. Primero tienes que ser sensible y, además, el ser humano en sí es bastante resistente en general al cambio. Solemos pensar y tener muy interiorizado que si tenemos una creencia y nos va bien con ella… ¿por qué tenemos que cambiar? Y de repente vienen unas locas feministas que cuestionan cosas. El verdadero reto es dirigirnos a estas personas que están resistentes al cambio. Lo que ocurre es que no es cómodo, porque el cuestionamiento siempre nos saca de nuestra zona de confort.

¿El panorama es esperanzador?

Se están haciendo cosas en las empresas, pero sigue siendo muy complicado. Ninguna empresa va a aceptar que discrimina a las mujeres, pero ocurre constantemente, cada día, cada minuto. Si preguntamos a las compañías si pagan igual a hombres y a mujeres, la respuesta será sí. La brecha salarial es más sutil que eso, está en el detalle… Ocurre que luego ganan más los hombres porque son los consejeros delegados, porque participan en más comités que ellas, porque se llevan un bonús por aquí y otro por allá… Y ahí está la discriminación. La discriminación no es tan directa como se piensa, es más compleja.

¿Cree que se combaten eficazmente este tipo de discriminaciones?

Yo creo que hacen falta sanciones que duelan. Con ello me refiero a dolores económicos, porque si no, es muy difícil que las compañías cambien. La Ley de Igualdad de 2007, por ejemplo, que para mí es perfecta… Creo que falla en que da flexibilidad, dice que estaría bien, pero no obliga. Por ello la receta tiene que ser doble: más transparencia y más sanciones. Todo esto, claro, debe estar acompañado del trabajo pedagógico y educativo.

El acoso sexual en las empresas es uno de los delitos de violencia sexual que menos se denuncia – 2.183 denuncias en seis años –. ¿Por qué?

Yo creo que hay una parte importante de miedo. Si lo denuncias, todo el mundo va a saber que eres tú… Y eso es duro. Por otro lado, hablamos del ámbito laboral, que es algo muy delicado porque la gente necesita el salario y el trabajo. Creo que ese miedo nos pasa factura. No digo que sea fácil, pero un #MeToo al estilo estadounidense pero de todos los sectores, no solo actrices, creo que es prácticamente imposible a día de hoy en España y en Europa. Todavía las mujeres tienen que defenderse y demostrar que era acoso, que no se lo han inventado ni lo han exagerado. Por otro lado, hay temor lógico a que afecte a la reputación y al desarrollo profesional.

Pero más allá de lo individual, el sistema sigue sin proteger a las víctimas. Y, en muchas ocasiones, tampoco protegemos a las mujeres entre los compañeros y compañeras. Hay un término que está empezando a estudiarse que es el de victimización de segundo grado, que afecta a la gente que apoya y denuncia ese acoso sexual y se convierte también en víctima. Hay miedo a eso. Debemos promover una cultura en la que protejamos a las víctimas.

Ahí las empresas también juegan un papel…

Claro, es que el propio sistema falla en ese sentido. En esto tienen que colaborar muchas partes: las instituciones, la sociedad civil, la abogacía y las propias compañías. Primero, en crear la conciencia suficiente sobre que hay cosas que sufren las mujeres por parte de los hombres que no son normales, aunque hayamos sido educados y educadas en que sí. Por otro, hay que naturalizar que este tipo de cosas sean denunciadas y las empresas deben promover el clima y habilitar los canales adecuados para ellos. Además, hay que garantizar el anonimato de las víctimas.

FyF/eldiario.es