La Escuela Decolonial de Rodríguez

MEMORIA

POR: ALÍ R. ROJAS OLAYA

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La obra de Simón Rodríguez, bastión de teoría crítica y praxis revolucionaria, es todo un emporio ontológico, epistémico, axiológico y metodológico con la que radiografió su tiempo y vislumbró decolonizar el poder a través de la causa social para llenar el espacio inmenso que hay entre la independencia y la libertad en América.

El hombre mas extraordinario del mundo, como lo llamó Bolívar, comprendió la modernidad/colonialidad y sus relaciones de dominación signadas por inequidades e iniquidades derivadas de plagas sociales como las invasiones territoriales para saquear riquezas naturales, el tráfico de seres humanos para esclavizarlos, la servidumbre de la gente originaria, el avasallamiento patriarcal, la supremacía racial, la acumulación de capital y la contracultura. Su legado significa una ruptura con la hegemonía epistémica eurocéntrica a la que le atesta una estocada para hacer dialogar los saberes que habitan la periferia del pensamiento.

En 1828 Simón Rodríguez, acota en el pródromo de Sociedades Americanas: “…Se echarán, tal vez, de menos, en este Pródromo, las citas de la antigüedad, que adornan de ordinario los discursos. En lugar de pensar en medos, en persas, en egipcios, pensemos en los indios”. También nos dice que: “…la decadencia que experimentaron en su propio suelo los griegos y los romanos después de algunos siglos de dominación no nos importa tanto como la decrepitud prematura en que empieza a caer (casi a su nacimiento), las repúblicas que han hecho los europeos y los africanos en el suelo de los indios”. Más adelante avizora: “Los indios y los negros no trabajarán siempre, para satisfacer escasamente sus pocas necesidades, y con exceso las muchas de sus amos”.
En Luces y virtudes sociales, publicada en 1840, nos dice: “…la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América”. En la misma obra arguye “…No se alegue la sabiduría de la Europa porque, arrollando ese brillante velo que la cubre, aparecerá el horroroso cuadro de su miseria y de sus vicios, resaltando en un fondo de ignorancia”.

Luego nos da esta lección: “…En nuestros días, no es permitido abogar por la ignorancia: consérvenla, en hora buena, los que estén bien hallados con ella, encarezcan su importancia, los que vivan de la honrosa industria de comprar y vender miserables. Los que no se avergüencen de tener cría de cautivos para subsistir, y se llenen la boca hablando de su esclavatura, síganlo haciendo; pero encerrados en los límites de su conveniencia. No insulten la sana razón, haciendo pregonar papeles, por las calles, para disponer la opinión en favor del tráfico de negros, no ofendan al gobierno con indirectas, para que apoye una pretensión tan opuesta a los principios de humanidad, que han consagrado las leyes modernas, no aprendan, pero dejen aprender. Guarden para sí lo que saben, o afecten no querer saber, para recomendar mejor la ignorancia; pero dejen a otros tomarse el trabajo de instruir…seguros de que nada enseñarán que no lleve el bien común por objeto”.

En 1842 da esta lección a los políticos: “…Piensen los americanos en su revolución, y recojan los materiales de sus pensamientos en suelo, producciones, industria y riqueza, en situaciones, comercio interior y exterior, en razas, condiciones, costumbres y conocimientos, en su genio, en su deuda interior y exterior, y en sus rentas y en esto verán sus relaciones con la Europa, y las pretensiones que deben temer, sus deberes paternos y sociales, su conciencia y su honor. Poco tiempo les quedará para dormir y menos tiempo quedará para pelear. Los consejos les parecerán pocos, los discursos les parecerán cortos y las mayores precauciones les parecerán descuidos. Los presidentes, sus ministros y sus consejeros, deben tener este apunte sobre sus bufetes, y en sus dormitorios, las Sociedades Americanas y la Defensa de Bolívar, para llamar el sueño. Olviden que son obras de un americano, o bórrenles el nombre y pónganles John Krautcher, Denis Dubois o Pietro Pinini, miembros de todas las Academias, etc. etc. Si el apunte les parece recargado, si las Sociedades y la Defensa no tienen nada de nuevo, sigan destruyéndose y desacreditándose, y cuando ya no sepan qué hacerse llamen a un rey, denle sus poderes y retírense a descansar”.

La obra de Rodríguez trasciende la idea eurocéntrica de supremacía epistémica, política, cultural y social y propone un mundo descolonizado, para hacer menos penosa la vida, dice). Conoce la jerarquización racial y la división internacional del trabajo entre centros del saber y poder, y las periferias epistémicas, donde concibe su obra, porque vive 30 años en el siglo XVIII en América (Venezuela, Jamaica y Estados Unidos) y 54 en el XIX (De 1800 a 1823 en Francia, Austria, Italia, Inglaterra, Prusia, Alemania, Polonia y Rusia y de 1823 a 1854 en la República de Colombia, Perú, Chile, Bolivia y Ecuador ya desmembrada Colombia).

Rodríguez analiza el sistema mundial, la civilización occidental y el mundo moderno que se desprende del Renacimiento europeo. Organiza la geopolítica del conocimiento y la hace girar a través de la historia (Abramos la historia, dice). Entiende que las ansias expansionistas del capitalismo, que él define como una enfermedad causada por “una sed insaciable de riqueza”, implica la invasión de la epistemología desde la razón instrumental inherente al capitalismo y a la Revolución Industrial, hasta las teorías políticas, pasando por la crítica a la monarquía europea, a la República angloamericana y a las nuevas repúblicas que se oponen al proyecto bolivariano y que ansían copiar culturas ajenas.

Sobre esto escribe en 1842: “…Con el mayor descaro se habla ya, en nuestras tertulias, de la llegada de una Colonia de Maestros, con un cargamento de catecismitos sacados de la Enciclopedia por una sociedad de gentes de letras en Francia, y por hombres aprendidos en Inglaterra. El fin es, no solo desterrar el castellano, sino quitar a los niños hasta las ganas de preguntar por qué piden pan”.

Su crítica es implacable: “…Todo ha de ser puro: matemáticas puras, gramática pura, mitología pura. Y todo jía y fía, sea el que fuere, puro. Porque está demostrado que eso de andar materializando las cosas, es cortar el vuelo al espíritu”.

Sobre Estados Unidos, que para él es un apéndice de Inglaterra, dice: “…los angloamericanos han dejado, en su nuevo edificio, un trozo del viejo, sin duda para contrastar, sin duda para presentar la rareza de un hombre mostrando con una mano, a los reyes el gorro de la libertad, y con la otra, levantando un garrote sobre un negro que tienen arrodillado a sus pies”.

Consciente de que una revolución para que sea irreversible debe ser cultural, en su última obra escrita en 1851, Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga, nos dice en 11 palabras de qué trata tal máxima: “…Más cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio”.

rojasolaya@yahoo.es
Caracas