La extinción de la verdad como activo de valor para el mundo

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

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“En el mundo al revés, las noticas falsas circulan libremente y aquellos que revelan la verdad son perseguidos y encarcelados. El derecho a la información de los ciudadanos y ciudadanas, bien gracias.”

Cristina Fernández de Kirchner

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En una entrevista concedida por mi a la periodista Anahí Arizmendi en marzo de 2004 a través de la emisora Unión Radio, sostenía que buena parte de la circunstancias que estaban determinando el curso del debate político en el mundo era que los medios de comunicación privados nos estaban llevando hacia un escenario en el que la verdad no tenía ningún valor, sino que más bien la falsedad y la prosa acomodaticia eran las que dominaban la narrativa de la comunicación social y sustituían, en buena medida, el papel de las ideologías y la capacidad transformadora de las ideas políticas. Que nos enrumbábamos hacia la destrucción sistemática de la verdad como un referente de importancia en la orientación del sentido ético para el mundo, lo que generaba a su vez una adecuación del discurso de las élites políticas en general, sujeto ya no a las ideas sino a la realidad fabricada por esos medios manipuladores.

La reflexión fue entonces registrada en las redes sociales con una marcada carga de burlona hironía por uno de los más encumbrados opinadores de la derecha, famoso por su vocación para la farsa y el infundio a través del formato del periodismo de chismorreos sin fundamento, dando a entender que lo que yo sostenía no era más que una barbaridad.

Desde entonces han trascurrido quince años de un creciente bombardeo mediático sobre una sociedad cada vez más atiborrada de basura comunicacional, embrutecedora y alienante, orientada a lograr el aletargamiento y la desmovilización de la gente como nunca antes experimentó la humanidad, durante los cuales la verdadera confrontación no ha sido solamente la pugna por la instauración de un modelo social, político o económico en particular en el mundo, sino la lucha comunicacional entre la verdad de la justicia y la igualdad social que defienden los pueblos del mundo y la mentira que se empeñan en imponer las élites del capital para hacer realidad su dominio con base en la explotación del hombre, y su consecuente generación de hambre y miseria sobre el planeta.

El propósito de esa mentira no es solo ocultar la verdad, sino erradicarla definitivamente, de ser posible, porque en cada resurgimiento de la verdad afloran siempre las luchas emancipadoras de los pueblos. Así lo ha determinado el devenir de la historia. El llamado “fake news”, ese género de la mentira usada como verdad surgido al amparo del sensacionalismo noticioso que promueven las redes sociales y su licencia universal para el anonimato, no es otra cosa que la concreción de esa hipótesis que desde hace lustros el estudio de la comunicación social ha planteado, devenida en un formato que es cada día más aceptado por la sociedad de consumo como una novísima modalidad de periodismo cuya naturaleza no sería en principio nada pecaminosa sino más bien interesante y hasta provechosa, en función de los intereses que dicho periodismo defienda o promueva.

Por eso es perfectamente razonable sostener hoy que lo que avanza en realidad en los espacios donde se supone que estaría avanzando la derecha en el mundo no es precisamente la fuerza política que aparezca liderando en cada caso tal avance, sino la convicción que en determinadas circunstancias de la coyuntura política logren posicionar las grandes cadenas de la comunicación a su servicio.

Con base en la mentira urdida en su contra y no en el respaldo popular, Dilma Rousef pierde el poder en Brasil, y con base en el mismo proceso de impopular exterminio de la verdad es encarcelado Lula DaSilva para impedir su retorno a la presidencia.

Con base en la mentira y no en el respaldo popular es presentado como dictador el presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, el segundo más votado en toda nuestra historia republicana después del comandante Hugo Chávez, y con base en el mismo impopular proceso de exterminio de la verdad es elevado a rango de presidente interino un diputado de tercera categoría como Juan Guaidó, por quien nadie ha entregado jamás ni un solo voto para tan alto cargo.

Con base en las mentiras contra Cristina Fernández de Kirchner, el gobierno de Mauricio Macri oculta la más estrepitosa crisis económica padecida hoy en el continente suramericano, que está elevando los índices de pobreza extrema a niveles nunca vistos desde hace al menos tres décadas y media, sin que ningún organismo multilateral se dé siquiera por enterado.

Con base en las mentiras contra Venezuela y apoyado en la destrucción de la verdad, el gobierno de Colombia oculta el genocidio que padece hoy el pueblo colombiano, así como el descomunal crecimiento de la producción de drogas y el narcotráfico que hasta sus propios amos del norte le reclaman públicamente.

Con base en las mentiras contra el expresidente Rafael Correa, el infame presidente de Ecuador, Lenín Moreno, entrega hoy a Julian Assange a las autoridades británicas, contraviniendo el derecho humanitario, cometiendo el más brutal ataque a la libertad de expresión que recuerde la historia y violentando flagrantemente el derecho internacional y la sagrada institución del asilo.

Con base en la mentira y amparado en su descomunal poderío bélico, Donald Trump amenaza hoy a Venezuela, acusando a su gobierno de ser un régimen hambreador y represor de las libertades democráticas, mientras el mundo arde por los cuatro costados con la brutal represión que desatan impunemente los gobiernos neoliberales contra sus pueblos que claman cada vez más por comida y oportunidades mínimas para una vida digna, como Haití, El Salvador, Guatemala, Honduras y Francia. Amén de aquellos que son masacrados sin piedad ni contemplación alguna, como Yemén, Colombia, Palestina, entre otros.

De ahí que la lucha más importante a librar hoy en el mundo no sea aquella que se dé por la liberación de Julián Assange, como exponente que es sin lugar a dudas del brutal ataque que hoy lanzan las grandes potencias capitalistas contra la libertad de expresión (como lo han hecho desde siempre con el secuestro de los medios de comunicación, puestos al servicio exclusivo de los intereses del capital) o en defensa de los derechos humanos del periodista australiano.

La lucha más importante que tiene que librar hoy en día la humanidad es por el repudio mundial a las perversas acciones delictuales, violatorias del sagrado derecho a la soberanía de los pueblos, que pretende esconder el imperio norteamericano con la prisión de Julian Assange. Esas acciones comprometedoras, de corrupción, promoción y ejecución de golpes de Estado, intervencionismo, espionaje y genocidio, llevado a cabo por las fuerzas de inteligencia y del ejército norteamericanos, que aparecen recogidas en los millones de documentos que posee Wikileaks, y de los cuales el mundo solo ha conocido hasta hoy apenas una pequeña cantidad.

No se trata del bienestar de un solo individuo, o de la salvaguarda de derechos en abstracto, por los que debe hoy elevar su voz el mundo entero, sino por el bien del derecho internacional a la libre determinación que hoy está siendo amenazado por la delirante prepotencia de un imperio cada vez más destartalado, dispuesto a llevarse por delante a la humanidad entera si es el caso en su intento por sobrevivir a costa del padecimiento de los millones de seres humanos que hoy claman por esa justicia y esa igualdad de acceso a la vida digna que el imperio pretende que solo esté disponible para el uno por ciento de la población que constituyen los más ricos y acaudalados magnates del planeta.

Se trata de contener la amenaza contra la humanidad que comprende la constante violación del derecho internacional por parte de los Estados Unidos en todos y cada uno de los escenarios del multilateralismo tratando de imponer su particular criterio y hacer valer exclusivamente sus intereses corporativos. Una violación cada vez más desaforada que ya muchos consideran el pavoroso umbral de la tercera guerra mundial.

Se trata, en defnitiva, de rescatar la esencia y el valor de la verdad como referente del cuerpo social en su conjunto, incluso en el marco de las sociedades capitalistas que se consideren con derecho a su sobreviviencia, independientemente de la carga histórica que sobre ellas pesa.

Una verdad que no es anotojadiza o parcializada en función de ideología alguna, sino que obedece a una realidad universal inocultable como lo es la verdad de los pueblos que por siglos han clamado por su redención y que hoy están de nuevo dispuestos a dar hasta su vida por alcanzar por fin el logro de ese sueño del mundo justo al que han aspirado desde siempre.

¡Basta ya de mentirle al mundo con el cuento del ilusorio confort capitalista!

¡Basta ya de pretender convertir la verdad en delito!

T/@SoyAranguibel