La lucha libre punteaba el raiting en los años del “puntofijismo”

Jorge Battah se enfrentó a Oso Bongo en 1972 en el programa Sábado Sensacional, un maratónico espacio televisivo sabatino de variedades que conducía Amador Bendayán por Venevisión. Al animal de 270 kilos, traído de Argentina, le colocaron un bozal y guantes para evitar el peligro de las garras. Había una gran expectativa por la campaña que precedió al encuentro. Era Jorge Battah, una de las estrellas del espectáculo de la lucha libre, peleando contra una gigantona fiera, cuya corpulencia y aspecto metían miedo. Sin embargo, la intriga duró poco en el ring. El desenlace se produjo más rápido de lo esperado por el impaciente público, tanto los asistentes como los centenares de miles que miraban la transmisión por televisión. Se impuso la fuerza.

“La lucha duró nueve minutos. Ganó Oso Bongo; me dio una paliza”, dice hoy Jorge Battath con una ligera sonrisa.

Muestra en la pared una fotografía en la que aparece con Amador Bendayán, el popular animador a quien llamaban “el pequeño gigante”.

Sin embargo la derrota ante Oso Bongo no le cayó tal mal: le pagaron 13 mil bolívares por el combate.

De las paredes de la sala de estar de su casa ubicada en las afueras de Bejuma, estado Carabobo, cuelgan fotografías en blanco y negro que testimonian la trayectoria de Jorge Battah y de su hermano, Bassil Battah, considerados ambos entre los protagonistas estrellas de los llamados años dorados de la lucha libre, espectáculo de masas que gozó de una alta popularidad entre los años 50,60 y 70 del siglo pasado. Allí está Bassil mostrando su musculatura con su cinturón de campeón mundial alrededor de la cintura. Jorge Battah aparece con su traje blanco de judo o en algunas de las secuencias que congelaron su famoso “salto de la muerte”, con el que se elevaba unos seis metros y caía sobre su rival, mientras el público gozaba y celebraba de lo lindo.

En aquellos años de la era “puntofijsta”, con la televisión en pleno apogeo, la lucha libre disputaba al boxeo y al beisbol el favoritismo entre los pasatiempos más populares de los venezolanos. La magia de la pantalla televisiva entraba a los hogares fijando pautas de consumo. Entre las cuñas de detergentes que sacaban el sucio profundo o blanqueaban en extremo, como el Caballero blanco de Ajax, y los artículos de bienes de consumo y electrodomésticos, las amas de casa disfrutaban de las telenovelas, llorando con El derecho de nacer o siguiendo en Radio Rumbos o Radio Continente las aventuras de El Gavilán o Martín Valiente, combatiendo a los bandidos de la comarca.

“En el deporte de la lucha libre, la sintonía en televisión del canal 8 llegó a 96 puntos de raiting. El Show de Renny (un programa musical) tenía nada más 32 puntos de sintonía. Mientras que la lucha libre llegó a tener sintonía de 96, 98 puntos”, indica Jorge Battah.

Las luchas se montaban en el Palacio de los Deportes, ubicado en la avenida San Martín, o el en Nuevo Circo, cerca del hoy Parque Central. Era la Caracas que bailaba en los Carnavales con Billo’s y Los Melódicos, la de los Leones del Caracas con Vitico Davalillo, José Tartabul, César Tovar, Luis Tiant en la lomita, y Paulino Casanova de refuerzo sacándola de jonrón con tres en base para sellar el triunfo ante los Tiburones de La Guaira. En aquellos años, los muchachos de los barrios caraqueños acostumbraban colearse (quien escribe incluido) por la puerta trasera de los autobuses de circunvalación que recorrían casi toda Caracas. Subían agachaditos los dos escalones, evitando que el conductor los descubriera por el espejo de atrás.

“La gente mayor de 48 años, 50 años, nos recuerda. Era el espectáculo favorito en Venezuela. La Lucha Libre se transmitía por Venevisión, el Catch as Catch Can por el canal 8. Yo estuve como diez años en el canal 8. Nosotros éramos las estrellas. Cuando luchábamos el coliseo se llenaba. El Palacio de los Deportes en San Martín. También en el Nuevo Circo de Caracas. En la plaza de toros de Valencia, y el Arena Valencia, que estaba en la avenida Bolívar. Catch as Catch Can en castellano significa agarra como puedas”, recuerda Jorge Battah.

El bien versus el mal

En un artículo publicado en el diario El Universal, firmado por la periodista Maritza Jiménez, en agosto de 2008 (En esta esquina…¡ El Dragón Chino!), sobre el artista plástico valenciano Carlos Zerpa, al presentar su obra sobre el Dragón Chino, relata: “La lucha libre americana fue uno de los espectáculos que gozó de mayor popularidad en Venezuela entre fines de los años 50 y hasta los 70, cuando niños, jóvenes y adultos seguían rigurosamente por las pantallas de la cadena Venezolana de Televisión la magia de aquellos combates entre los buenos y los malos del ring”.

“El presidente Raúl Leoni”, indica la nota, “la prohibió con un decreto ejecutado con mayor rigor por su sucesor, Luis Herrera Campíns, por considerar que ‘producía muchas lesiones a niños y jóvenes que imitaban a los luchadores”.

Los nombres de los luchadores que menciona Zerpa son los mismos que hoy recuerda Jorge Battah en su casa de Bejuma: Dark Buffalo, Ray Mendoza, Joao Benfica, Huracán Ramírez, el Dr. Nelson, el Enfermero, el Ciclón Venezolano, el Rayo de Jalisco y Mil Máscaras. También a Heny Awed, el Chiclayano, el Gladiador Croata, Bassil Battah, el Gran Jacobo, el Gorila, con su máscara peluda, que llegaba encadenado y enjaulado al ring, conducido por una mujer malvada llamada La Dama de las Cadenas.

Battah señala a Bernardino La Marca, a Mike Demon, Apolo Venezolano, Indio Apache, Indio Mara, El Rebelde, El Tigrito del Ring, Guanche Canario, El Cóndor de Los Andes, Tony Garibaldi, El Carnicero.

Maritza Jiménez refiere la devoción de Carlos Zerpa por el Dragón Chino: “Los nombres de estos luchadores del Catch as Catch Can llegan a mi mente: El Tigrito del Ring, el Santo (el enmascarado de plata), Blue Demon, Black Shadow, el Gran Lotario Pero el Dragón Chino -continúa- era el más rudo de todos los rudos, el hombre temido por todos, quien con un pedazo de hierro que se sacaba de las vendas golpeaba a su contrincante y lo hacía sangrar de verdad… y luego con su sustancia “tóxica” que untaba en los ojos de sus oponentes y los desesperaba con el ardor, haciendo que se revolcaran por la lona con el dolor tan fuerte que se les salían los ojos y se les ponían ojos como el fuego”.

El Dragón Chino era en verdad Carlos Jorge Prussing, nacido en Chile en 1920. Antes de asentarse en Venezuela, según contó en una entrevista, se inició en la lucha en 1948. Luego fue contratado en Argentina. Trabajó para Eva Perón recorriendo Argentina en exhibiciones para la Fundación de Ayuda Social. A Venezuela llegó en 1958, después de estar en Brasil, Perú, Uruguay, Paraguay, Puerto Rico, Panamá, Santo Domingo. Prussing falleció pobre a los 82 años, en 2002, en una pensión de Barquisimeto.

El Dragón Chino, por su maldad, tal como dice Zerpa, era de los más odiados, pero atraía mucha gente al espectáculo. Algunos asistían con la esperanza de verlo perder.

Jorge Battah confiesa que ellos, “los técnicos”, los buenos, se enfrentaban a los malos, considerados por el público y los seguidores como “los sucios”. Para no pocos entendidos se trataba del enfrentamiento en el ring del bien contra el mal.

Jorge Battah explica que esa especie de agüita o sustancia que el Dragón Chino echaba en los ojos del rival dejándolo sin visión y tambaleante en el ring no era más que pimienta negra.

“La gente se emocionaba. Cuando se lo echaban en los ojos, uno se movía nervioso”, dice.

-¿Y eso no era un truco?

-No, era parte del espectáculo, de las artimañas de los sucios.

Jorge Battah también hacia delirar a los asistentes con el “caballito” con el que solía someter a los “sucios”.

“Con el caballito yo brincaba arriba, agarraba al tipo por la cabeza y lo volteaba al suelo con mi pierna. En el salto de la muerte brincaba hasta seis o siete metros en el aire y caía fuera del ring encima del luchador contrario. En la patada voladora yo era número uno”, dice.

Niega que la lucha libre haya sido una especie de circo bufo, un concierto de patadas y golpes de mentiras, en el que se preparaban las peleas y los resultados. Desde luego, se trataba de un espectáculo y los luchadores estaban conscientes de ello, pero todos eran profesionales en el oficio; algunos venían de las filas amateur.

“No, no, no. Claro, era un deporte demasiado fino. En la lucha libre es importarte saber acerca de la caída, saber recibir los golpes. Los golpes se oían hasta una cuadra. Había una sincronía total entre las llaves, la caída, los golpes. Los saltos hacia afuera del ring. En el salto de la muerte yo alcanzaba hasta seis metros. Eso no puede ser mentira No era para matarse uno y otros, ya que se acabarían los luchadores. Yo entrenaba todos los días. Me retire en el año 80.Tenía como 44 años. Ahorita tengo 78 años”, dice.

Vuelta al mundo

Jorge Battah y su hermano Bassil nacieron en el Líbano, en Trípoli. Bassil llegó a Venezuela en 1953, y Jorge en 1957, a bordo del barco Marco Polo, que hizo escalas en Nápoles y las islas Canarias.

Jorge fue campeón en el Líbano de lucha grecorromana en el peso de 39 kilos, con apenas 13 años.

A Caracas llegó a trabajar en el gimnasio del IND que estaba ubicado en El Paraíso.

“Semanalmente me daban 30 bolívares. Yo, junto con mi hermano y otro profesor llamado Henny Awed, fundamos en Venezuela la lucha greco romana. Aquí fui campeón nacional de lucha olímpica en el peso welter en 1962. Yo empecé en el año 1964 en la lucha olímpica pero mi hermano comenzó en 1953 en Televisa. Yo trabajé un año en México, también en California, en Houston, Nueva York, Texas, en España, Guatemala, Puerto Rico, Colombia, en el Líbano. Hice dos giras dándole la vuelta al mundo. Mi hermano Bassil, es más conocido que yo, es cuarto dan en karate. El también hizo varias giras mundiales y fue doce años campeón del mundo en el peso completo”, relata Jorge Battah.

Recuerda que en la plaza de toros de Valencia se enfrentó al Gran Jacobo. Asistieron 32 mil personas.

“A raíz de esa lucha monté la primera tienda en Valencia, Comercial Battah, en la esquina Giradot, venta de ropa, que llegó a tener sucursales en todo el país. Me hice comerciante. Después eso se vendió. Mi hermano Bassil nunca quiso entrar en los negocios. Era muy bueno, un maestro. Tenía la pinza libanesa. Agarraba una parte del cuerpo del otro con la mano y hacia que se rindiera. No podían hacer nada”, señala.

-¿Y usted qué hace ahora?

-Tengo estos galpones. Hago gimnasia todos los días. Camino, hago barra. Siempre entreno. Yo aconsejo a todo el mundo que camine. Caminar es la mejor medicina del mundo para una persona. Si estás mal del cuerpo, camina. No gastas pastillas, ni medicina, ni médico. Camina y te curas. Hay que caminar diario al menos una hora en la mañana.

T/ Manuel Abrizo
F/ CO
Caracas