La peluquería para cabellos afro en Caracas que busca romper estereotipos

Al entrar a uno de los salones de belleza afro pioneros en Caracas no surge el ambiente habitual de una peluquería venezolana. En vez de toparse con quienes alisan su melena, entre el humo de los químicos y la plancha, se encuentran personas que hablan sobre el rescate de su rizos y de su autoestima.

Este centro estético, que forma parte del movimiento Afro Caracas, además de una peluquería para pelo rulo, es un sitio donde se asesora sobre cómo tratarlo y cuáles productos especializados usar.

Los testimonios del cambio también se van trenzando en este local ubicado en la parroquia Candelaria, en el centro de la capital. Tanto quienes trabajan allí como sus clientes hablan sobre el vuelco que significó dejarse de alisar la cabellera.

Si bien el censo de 2011 arrojó que, en Venezuela, 51,6 % de la población se autodefinió como morena; 2,8 % como negra y 0,7 % como afrodescendiente, no es común ver en las calles personas con afro o pelo ondulado debido a que se ha impuesto un patrón estético donde impera la cabellera lacia.

El yugo de la plancha

Aunque las cifras del censo y una caminata por la ciudad muestren la diversidad étnica que existe en el país suramericano, no es posible hallar con facilidad peluquerías especializadas para rizos. Por ello, el local de Afro Caracas se ha posicionado como uno de los pioneros en la capital.

En la antesala del local está su directora, Gabriela Delgado, que pudo concebir este concepto como consecuencia de su experiencia en Brasil. Mientras conversa con RT, mueve sus manos con agilidad alrededor de una trenza.

Afro Caracas se creó hace tres años, cuando solo era una tienda en línea con productos de belleza especializados. En noviembre de 2020 se inauguró un espacio físico, que comenzó a menos de una cuadra del lugar actual, donde están desde hace un año. Allí se realizan cortes de pelo, tratamientos capilares, trenzas y rastas sintéticas, entre otros.

Delgado habla del rescate y el cuidado del pelo natural, como parte del conocimiento personal. «No nos enseñaron a conocer y a aceptar nuestro cabello. El nuestro fue ‘malo'», dice. Para ella, todo este proceso es una manera del «volver a las raíces» y de «tratar de desligarse de la plancha, que es una prisión y un yugo».

Rechazo desde la niñez

Quienes deciden parar de alisar su pelo generalmente tienen una experiencia en común: el rechazo de su cabello natural desde la niñez.

Desde muy temprana edad las niñas empiezan a buscar junto a sus familiares los métodos para lograr el tan anhelado liso, a pesar de lo abrasivos y dañinos que puedan ser los productos y procesos para lograrlo. Los testimonios van trazando las escenas de discriminación y el racismo a través de la imposición de cánones de belleza.

«Todas mis tías se alisaban el pelo o se lo trenzaban, yo se lo pedía a mis padres porque quería tenerlo suelto, no podía llevarlo al colegio sin que la maestra me dijera: ‘amárreselo porque así no puede pasar’, mientras que las niñas con cabello liso sí podían», cuenta Delgado, que pasó 20 años alaciándolo.

La fotógrafa y creadora de contenidos venezolana Kenireth Lara relata que los únicos recuerdos que tiene de pequeña son alisándose el cabello. Su madre lo hacía para «controlar» su pelo, ante las burlas y apodos que surgían en su entorno.

Delgado se sentía «diferente» por su color de piel y por su cabello. «Quería encajar, y así lo hice hasta hace cuatro años que conocí mi cabello natural y entendí que más vale el amor propio que el supuesto amor que puedan tener los demás por cómo te ves».

«Nuestro cabello sigue viéndose como algo feo, pobre, que no está bien, que no está limpio y presentable», agrega.

Vida de limitaciones

El acto sencillo de hacerse una coleta y salir a la calle con el cabello húmedo es casi imposible para quienes se alisan. El temor a perder las horas de peluquería y el efecto de los tratamientos químicos domina su cotidianidad.

En un país caribeño como Venezuela, con casi 4.000 kilómetros de costa, ir a la playa significa no poderse mojar el pelo. Además, hay otras limitaciones como las condiciones atmosféricas, el sudor o la disponibilidad de dinero para ir semanalmente a la peluquería.

Lara dice que para saber si podía ir a un lugar tenía que fijarse en el estado del tiempo y en la compañía. «Te sugestionan de tal manera que terminas por no quererte ni reconocerte como eres».

Dimaris Martí, que luce una melena con rulos de color violeta, recuerda que pasaba horas en la peluquería los sábados, por lo que tenía que rechazar la invitación dominical a la playa que le hacía su ex esposo.

Mientras maneja las tijeras, Ludizay Gardona, que luce unas trenzas, recuerda los años de maltrato hacía su pelo cuando los productos químicos le quemaban el cuero cabelludo, la frente y las orejas. «Había estilistas que no sabían manejar este tipo de cabello y salías del lugar con tu ser lastimado».

La transición

Quienes hablan del reencuentro con su pelo natural se refieren a la transición como la etapa más difícil porque en ese lapso, que puede durar meses, conviven el cabello alisado y el que va naciendo.

Los motivos para tomar la determinación son variados. Martí explica que lo hizo durante la cuarentena cuando las peluquerías se mantuvieron cerradas, mientras que Lara cuenta que tenía un novio alérgico que le decía que su pelo olía a humo cada vez que la abrazaba.

«Es difícil lidiar con las dos texturas, verte al espejo y reconocerte, tienes un proceso de frustración, de aceptación. El cabello en transición no me gustaba, porque aún no era lo que no quería, y en ese proceso recibes muchas críticas», asegura Lara.

Gardona se refiere al «choque emocional y físico» de esta etapa «porque estás acostumbrada a que te alisen el cabello desde la niñez». Los comentarios surgen en la casa, en la oficina y entre las amistades. Algunos optan por hacerse un corte radical y otras esperan pacientemente el crecimiento del cabello.

El autoestima

Las entrevistadas destacan cómo el proceso de recuperar su cabello natural contribuyó con su autoestima, autopercepción y proyección personal.

«Me estoy acercando más a mi propia historia porque soy afrodescendiente y antes lo negaba. Esto no es solo es cabello, son nuestras raíces y cultura», dice Gardona, que ha hecho varias especializaciones y cursos sobre el manejo profesional de los rizos.

«Tenemos que empoderarnos», continúa, y afirma que el tipo de cabello no define la inteligencia o las aptitudes de las personas. «Me siento afropoderosa», agrega.

Lara, que tiene casi diez años con afro, sonríe al afirmar que la primera vez que fue a la playa y mojó su cabello se sintió libre.

En las redes, ha ido contando su experiencia y ha recibido comentarios de quienes quieren hacer lo mismo. «He visto cómo se han ido empoderando sobre su cabello muchas mujeres en Venezuela. No es una guerra de liso contra rizado, sino que tomaste la decisión porque te gusta y no porque te odias», concluye.

FyF/RT