La rebelión necesaria (4a parte)

SENTIR BOLIVARIANO

POR: ADÁN CHÁVEZ FRÍAS

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I

El proceso comicial del venidero mes de diciembre avanza según lo previsto por el Consejo Nacional Electoral (CNE); un proceso que será determinante para la estabilidad política del país y cuyo desarrollo pretende boicotear el gobierno supremacista de Estados Unidos, que con la complacencia de sus lacayos, desde dentro y fuera de nuestra Patria, persigue en última instancia tratar de acabar con el proyecto de amplias transformaciones iniciado por el líder histórico de la Revolución Bolivariana, que tiene como antecedente inmediato la rebelión cívico-militar del 4-F del año 1992.

Esta insurrección no alcanzó los objetivos que se había propuesto, un desenlace que provocó en mi -como en la mayoría de nuestro Pueblo, asqueado del nivel de deterioro ético, moral, económico y político durante la IV República-, profundos sentimientos de dolor, rabia y preocupación, por el propio resultado de la acción militar y por el hecho de no tener información respecto al paradero de Hugo. Su aparición en televisión desencadenó todo un torbellino de emociones que se habían alojado en mi mente y en mi corazón, durante esas horas previas de angustia y desesperación; y aún recuerdo como si fuera hoy, el rostro de sorpresa de mi hijo mayor, al percibir los sentimientos que afloraron en aquellos momentos de gran tensión e incertidumbre.

Desde las primeras horas de la mañana, cuando ya era evidente la derrota de la insurgencia dirigida por el Comandante Chávez, no pude evitar formularme múltiples preguntas en relación con qué habría salido mal, casi todas ellas sin respuestas. El pequeño grupo de civiles que integrábamos el Movimiento en Barinas nos habíamos reunido en un espacio de la Unellez como a la 9 de la mañana, para analizar la situación; decidiendo esperar el desarrollo de los acontecimientos para, a partir de éstos, definir qué hacer. Yo permanecí en casa, alerta ante cualquier acción que fuera necesaria realizar, y pendiente del resguardo de la familia.

II

Allí llegaron aquella mañana en el auto de Hugo, junto a dos soldados de su estricta confianza, enviados por él, su esposa Nancy, mis sobrinas Rosa Virginia y María Gabriela; y el hijo varón, Huguito; procedentes de Valencia.

Después de la alocución del Comandante, fui a casa de mis padres, con quienes había conversado previamente por teléfono. Mamá lloraba inconsolablemente y me reclamaba por no haberle advertido antes acerca de la conspiración en la que estábamos involucrados. Por supuesto, nada de lo que pudiese decirle en aquel momento era razonable para ella; entre otras razones porque todos y todas navegábamos en un mar de incertidumbres.

Recuerdo que a media tarde recibí la llamada de un abogado que se identifica como exmilitar, participante de El Porteñazo, un importante alzamiento militar de 1962 en contra del gobierno puntofijista de Rómulo Betancourt; poniéndose a la orden para la defensa de Hugo. Acordamos con él que, al día siguiente, nos veríamos en Caracas; a donde acudí acompañado de Nancy, a objeto de iniciar las gestiones correspondientes, con la asesoría del referido jurista, para investigar acerca de la situación del Comandante, de quien no teníamos la más mínima noticia desde que lo vimos en la pantalla de televisión.

El abogado, de nombre Carlos, nos esperó junto a su esposa -quien también era abogada-, en Parque Central, donde tenían sus oficinas. Luego de las presentaciones de rigor, nos explicó que habían ido hasta la sede de la vieja Dirección de Inteligencia Militar (DIM), donde tenían preso y aislado a Hugo Rafael; y que intentaron sin éxito verle. Solo lograron que les recibieran, con el compromiso de hacérsela llegar al Comandante, una tarjeta de presentación suya donde el mismo jurista escribió un mensaje, identificándose y poniéndose a la orden.

De manera que, y a pesar de la incertidumbre y los temores que nos producía conocer la práctica represiva de los gobiernos de la IV República, en contra de la cual irrumpió valientemente la muchachada militar del 4-F; Nancy y yo decidimos llegar al sitio de reclusión de Hugo, acompañados por la pareja de abogados. Seguros estábamos que no lo podríamos ver, pero nos animaba la idea de que a través de nuestra presencia allí fuera posible presionar y lograr al menos saber cómo estaba, ya que corrían fuertes rumores de posibles torturas, cosa que como se refirió antes no era de extrañar en esa época.

III

Sin embargo, y para sorpresa nuestra, las gestiones realizadas surtieron efecto y después de esperar varias horas, logramos ver a Hugo; quien se encontraba bien física y mentalmente, a pesar de que los participantes de la insurrección del 4-F estaban ya siendo objeto de maltrato psicológico. Llegó a la sala de espera donde estábamos, sonriente, transmitiendo mucha confianza y seguridad. Nos abrazamos y conversamos alrededor de media hora, con lo cual salimos del lugar con un poco más de tranquilidad, aunque por supuesto sabíamos que el panorama que se avizoraba no era halagador.

A pesar de la fortaleza que nos trasmitió en esa primera visita que le realizamos en la sede de la DIM, el Comandante Chávez confesó posteriormente a Ramonet: “…me sentía como muerto en verdad…que hicimos?, me preguntaba constantemente. Entré en una duda existencial terrible…”.

En ese estado de ánimo estuvo Hugo por varios días, acrecentado lógicamente por la situación de aislamiento en que permanecía; hasta que llegó a visitarlo un capellán militar, quien le llevó una edición pequeña de la Biblia y al despedirse lo abrazó y le dijo al oído: “animo, levántate, el Pueblo te quiere. Tú no sabes lo que está pasando afuera, no tienes idea hijo, en la calle eres un héroe nacional”. Posteriormente, nuestro Comandante Eterno contó respecto a ese episodio que “…nunca se me olvida ese cura. Me enteré así del tremendo impacto popular que había tenido nuestra acción. Allí empezó mi resurrección”.

Es importante recordar que en aquellos calabozos los Comandantes del 4-F estuvieron aislados alrededor de veinte días, incomunicados en sus celdas, durmiendo en el piso, donde les colocaban la comida, con una luz encendida permanentemente para que perdieran la noción del tiempo; además de ser objeto de interrogatorios con presiones y actos de violencia.

A pesar de ello, como también confesó Chávez a Ramonet luego “…poco a poco nos fuimos imponiendo. Hasta que llegó un momento en que tomamos el control de la cárcel. Adquirimos un enorme peso, incluso moral, ante quienes nos guardaban (custodiaban), también militares”.

A la par de ello, en las calles de Venezuela la popularidad de Chávez y los demás Comandantes del 4-F se incrementaba. El huracán bolivariano se hacía indetenible, sobre la base fundamentalmente del coraje, la valentía, la prestancia, la responsabilidad del líder bolivariano que lanzó aquel “por ahora”, y la esperanza de que más temprano que tarde, “…el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor…”.