La señora Ortega

Por Ángel Miguel Bastidas

Y seguirá la pregunta; no será la primera ni la última vez. Eso de saltar la talanquera ideológica forma parte de un gran dilema: la teoría o la práctica.

Si sujetos «que parecían mas sólidos», como Teodoro Petkoff o Pompeyo Márquez lo hicieron, por qué no lo haría la señora Luisa Ortega Díaz. Escribieron su pequeña historia; fueron estudiosos militantes revolucionarios, pero en una cuantas líneas aparecerá la palabra «fueron» y «desertaron». Es decir, que verdaderamente no eran. Le pusieron precio a ese trocito de historia para venderla al mejor postor.

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son imprescindibles”, decía el poeta.

Uno de esos imprescindibles fue Ho Chi Minh, quien a la edad de 21 años (1911) comprendió que no estaba listo políticamente para asumir la tamaña misión de liberar a su país. Por ello se marchó a Estados Unidos, Inglaterra y Francia, a conocer al enemigo desde sus entrañas: «Nguyen -su seudónimo en París- escuchaba atentamente, pero se le escapaba el sentido de muchos términos (…): capitalismo, clase proletaria, explotación, socialismo, revolución utópica, Charles Furier, Carlos Marx, reformismo, colectivismo, comunismo»…, recordó el escritor Tran Dan Tien, quien afirma que fue en Europa donde Ho Chi Minh descubrió el marxismo, el cual asumió como arma teórica en su tarea liberadora.

En 1924 -a 13 años de su salida de Vietnam- regresó y viajó al sur de China, desde donde inició la creación de la Asociación de Jóvenes Revolucionarios Vietnamitas, uno de los pilares del futuro Partido Comunista de Vietnam.

El tío Ho concibió la teoría y la práctica marxista como una unidad dialéctica inevitable para poder liderar a una de las revoluciones mas originales de la historia contemporánea.

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