La vigencia del bolero depende del amor

La semana pasada hablamos de la importancia que tuvo la rockola, victrola o vellonera en Cuba y otros países para la expansión de, no sólo del bolero, sino de la música en general. Leímos en torno al lugar dónde se hicieron famosos los grandes ídolos de entonces, como La Lupe, Fernando Álvarez, Olga Guillot o el gran Benny Moré. Esta semana, para no salirnos del tema, abundaremos sobre el supuesto fin del género, hecho que lógicamente preocupa a los investigadores caribeños.

Una afirmación del investigador colombiano Orlando Montenegro en la página web del colega José Emilio Castellano llama nuestra atención: “¿El Bolero: En vías de extinción? Como es de suponer nos “bebimos” el texto y como siempre sacamos nuestras propias conclusiones.

Inicia su artículo Montenegro con una sorprendente aseveración: el bolero va rumbo al olvido. Acota que si bien es cierto es que el bolero va de la mano del amor, “el ritmo va rumbo a apagarse en las estaciones de radio, TV, casas disqueras, corazón y cuerpo de los enamorados y en las pistas de baile no se programa por la escasez de bailadores (y de locales). Lo más sorprendente parece ser que la musa voló muy lejos de los cráneos de los compositores y arreglistas. Acaso porque su temática está desgastada o agotada”. Recordamos una rueda de prensa donde Tito Allen expresaba su intención de recopilar los boleros interpretados a lo largo de su carrera para presentar un Cd. Nos preguntamos entonces si no sería más fácil y loable encargar a un compositor unos ocho temas para junto con un arreglista presentar un nuevo proyecto, por demás inédito…

“Desde la óptica del mercado es entendible lo que ocurre hoy. La música hace rato dejó de ser una inspiración y casi un estado celestial del alma, para ser un simple y burdo negocio; quizá el más desabrido de esta globalización de la economía y las restantes actividades de la humanidad. Un producto manufacturado por encargo, porque así trabajan ahora los escritores, arreglistas y la gran mayoría de intérpretes de eventualidad”.

Apunta Montenegro en su escrito, luego de algunas disquisiciones sobre el origen del bolero, que musicógrafos e historiadores coinciden en que el bolero fue más el producto de un arranque que del sesudo estudio del género en sí, porque cuando el sastre de Santiago de Cuba, músico empírico, guitarrista y director musical de la Trova de Santiago de Cuba, José Pepe Sánchez compuso el reconocido primer tema reconocido del género llamado “Tristezas”, éste nada tenía que ver con el “Bolero ibérico” en lo rítmico y mucho menos con lo semántico.

“Tristezas” es un tema escrito en dos períodos musicales de 16 compases cada uno, separados por un pasaje instrumental ejecutado melódicamente con las cuerdas de guitarra y conocido como “pasacalle”. De eso hacen ya más de 120 años. Su letra deja en claro los motivos de la creación: “Tristezas me dan tus penas mujer /profundo dolor que dudes de mí. / No hay prueba de amor que deje entrever / cuánto sufro y padezco por ti. / La suerte es adversa conmigo, / no deja de ensanchar mi pasión. / Un beso me diste un día / y lo guardo en el corazón…”.

Conclusión: “el Bolero siempre ha estado al servicio del amor. Ha caminado descalzo por el mundo haciendo propias historias que le han servido de excitación a los sentidos para abrazar con ansias a su lírica… La misión nunca se ha desdibujado: aliñar y preñar el lenguaje amatorio para juntar a los amantes. Además, por ser el fruto de una cultura popular de mestizaje entre etnias con todo y su acervo, fue posible que se compenetraran de tal manera que se fundieran tan sólidamente que parecen una sola”.

Resulta inconcebible aceptar que la inspiración y el discurso del Bolero haya sido cercenada de un tajo del cerebro y sentimientos de los compositores, arreglistas e intérpretes. Coincidimos en creer que la culpa del descenso en el auge del Bolero se debe al salvajismo en la sociedad de consumo de nuestros días, que encierra los vicios de los últimos lustros; es así como llegó a las puertas del siglo XXI desensibilizada y condicionada a una existencia de “chatarra” camino a ser desechable con el sexo como parte de la inmediatez física como único objetivo. La mente fija en la provocación mordaz para el orgasmo y la eyaculación como pasajeros de la velocidad de la luz. Fiel reflejo del instinto animal irracional. Nada diferente a un rebaño en el que el macho dominante, como todo un semental, se reserva el derecho de penetrar a cuanta hembra se le atraviesa y provoque. Se trata de una simple violación. Distante de caricias y tramas amatorias que refrescan y seducen al enlace de los cuerpos de una pareja al cadencioso compás de… un Bolero.

Se pregunta Montenegro al igual que nosotros, que de no mediar el jugueteo previo antes de hacer el amor, ¿Queda algo después del acto? ¿No será mejor guardar el dulce recuerdo de la conquista sincera o no inducida por un apasionado Bolero? El género no respeta barreras idiomáticas. Ello se puede comprobar al presenciar en un rincón a una pareja de europeos disfrutando del baile de un ardiente y provocador Bolero latinoamericano… A ellos, aunque no entiendan de momento su letra castellana (español) la melodía les penetra por los poros y los excita, o viceversa. El Bolero es el único género que globaliza emociones en el lenguaje más natural y simple: El romántico. Por su condición visceral, ha resistido los embates de todas las modas y tendencias musicales, abriéndole los brazos a todas las fusiones e hibridaciones posibles: Bolero son, Bolero chá, Bolero mambo, Bolero montuno, Bolero moruno, Bolero Pop, Bolero Guajira, Bolero ranchera, etc… y sin perder su identidad y fija misión: Estar al servicio de los amantes. ¡Es la cosa!

Ángel Méndez
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