En Agua Blanca celebraron 123 años de este festejo popular portugueseño |La locaina es una tradición que camina

Las cuatro locainas del estado Portuguesa se concentraron de nuevo en la población de Agua Blanca, en una expresiva manifestación popular que llenó de música y colorido las calles y la iglesia de esta población llanera. Este es un festejo que se escenifica cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.

Las Locainas, expresión folclórica de elementos indígenas y católicos, comenzaron en 1890, según referencias históricas; entre ellas, la expuesta por doña Teresa de Montesinos, una mujer que en Agua Blanca ha dedicado toda su vida a la cultura, o según la versión de don Gerardo Durán, hoy de 83 años, quien comenzó como cachero en la agrupación y durante 22 años fue presidente de las cuatro agrupaciones de locainas

Las cuatro locainas que coinciden en Agua Blanca, donde está la capilla principal, son la propia de Agua Blanca, que es la número 1; la de El Hato, o número 2, que viene de San Rafael de Onoto; la de Gavilán, un caserío, que es la número 3 y la de Chaparral, integrada por gente de Acarigua, Payara y otras aldeas cercanas.

Las agrupaciones de locainas comienzan generalmente cada 18 de noviembre hasta el 27 de diciembre en la noche hasta el amanecer del 28, cuando todas se vienen para Agua Blanca. Durante estos días acuden a las casas, según un cronograma o “nombramiento” establecido con antelación, en la que los anfitriones y otros lugareños pagan las promesas ofrecidas a través de los llamados galerones. Luego del pago de las promesas se inicia el baile, hasta el amanecer, para las y los asistentes. Se baila sabroso bajo la luz de las estrellas sobre el patio de tierra convertido en una gran pista. Los dueños de casa se ocupan de la comida, generalmente un hervido o un mondongo y del aguardiente.

Las y los integrantes de las locainas, mujeres, hombres y niños, portan sombreros adornados con cintas multicolores y plumas de aves. En los recorridos llevan banderas y cuatro muñequitos o personajes, sujetos a largos palos y movidos con una cuerdita al son de la música. Estos personajes (Don Cayetano, Juan de Dios Rumbos, doña Simona y la Muy Aparecida) son considerado los jefes de las locainas, según explica José Torrealba, primer cari cari de la locaina El Hato, de San Rafael de Onoto. El cari cari es el jefe de la agrupación.

Torrealba, de 54 años y unido a la locaina desde los 14 años, interpreta la guitarra en el grupo musical; también canta y sopla el cacho con el que se anuncia el paso del grupo.

“La locaina es una tradición dedicada a los Santos Inocentes. Muchos pagan promesas. Es como un velorio pero se baila. En noviembre se hacen los nombramientos para velorios y bailes, para fijar las fechas de los bailes que si en Acarigua, Apartaderos, San Carlos, para donde nos llamen, para pagar las promesas. Nosotros somos como 60 personas”, refiere.

En la fiesta, una vez que se pagan las promesas mediante los galerones, se baila al ritmo de un alegre joropo, aunque la música no es con arpa, cuatro y maracas, sino con guitarra, violín, bandola, tambora, cuatro maracas, o mandolina.

“Es un ritmo de joropo que nosotros tenemos. Se zapatea más como asentadito. Es diferente a otros golpes. A veces se toca golpe tocuyano”, confiesa.

Antes de comenzar la especie de ceremonia se leen las leyes o reglas a que deben ajustarse todos los asistentes. Todo infractor es penalizado o metido en el “burro” o cepo, que es un tronco cuadrado de madera de unos 4 metros de largo y con 12 agujeros cuadrados. Por allí se le mete el pie, hasta que un oficial considera que deba ser liberado.

Para “acondicionar” o “preparar” el patio de tierra, una mujer pasa rociándolo con una botella de aguardiente. A medianoche se riega de nuevo el patio, echándole agua para aplacar el polvo.

Los cantadores improvisan versos o contrapuntean acompañados de la alegre música. Rubén Darío Romero, de 65 años de edad y con 45 en la locaina, es uno de ellos. Gerardo Durán, en Agua Blanca, recuerda algunos versos que resaltan por su ingeniosidad y picardía:

Las mujeres me preguntan

cómo te fue por allá

a mí nunca me va mal

y solo ver y callar

ronca el tigre en la montaña

el páramo en la quebrá

así retumba mi amor

cuando bien gana le da

Tradición viva

José Torrealba menciona que en la agrupación se maneja un vocabulario propio utilizado por los miembros. Detalla que el “mogote” es la casa donde se efectúa el baile o pago de promesa; la “camaza” es el sombrero, el “burro” es el tronco donde se pagan las infracciones, “echarle candela” consiste en regar el patio con agua. “La creolina” es la bebida. La “puñalada” es la comida.

Entre las reglas y normas que se deben cumplir, so pena de castigo en el burro, está la prohibición de hablarles al oído a las damas mientras se baila. Todo hombre que saque a una mujer a bailar debe colocar su sombrero en la cabeza de ella. Ningún hombre puede sentarse al lado de una mujer. Ellas pueden bailar únicamente en faldas o vestidos apropiados.

Doña Teresa de Montesinos, cuyo nombre lleva la casa de la cultura de Agua Blanca, encuentra que hoy día las locainas han mejorado y son más numerosas

De los orígenes de esta manifestación, detalla que surgió en 1890 cuando Suplicio Linares, un indio que se reunía en Las Margaritas, un cerro cercano a Agua Blanca, con su gente.

“Él bajaba los 27 de diciembre al pueblo a recoger comida en las bodegas”, relata. “Llevaba esa comida y la repartía con las personas que estaban en el cerro. Uno de los que estaba allí, al ver tanta gente reunida sin saber por qué, comentó: ‘Esto es una locaina’, y se quedó Las Locainas. Tenemos 123 años de tradición, aquí en Agua Blanca. Las locainas han mejorado, hoy yo las veo más numerosas. Lo único es la capilla de Los Santos Inocentes que todavía no se le ha hecho una reparación como tiene que ser”.

Gerardo Durán o Genaro Durán coincide en lo del origen de esta expresión popular:

“Venía un indio aquí al pueblo de Agua Blanca que tenía una bodega aquí, otra allá, retiradas. Él les quitaba a los bodegueros un papelón, un poco de café, se lo echaba en un morral y se iba. En el cerro Las Margaritas invitaba a sus indígenas. Les decía: ‘señores, esta noche les voy hacer un velorio a los Santos Inocentes’. Bebían café con papelón y comían. De medianoche en adelante se formaba un tronco de baile hasta amanecer, hasta el día de los Inocentes, que es el 28”.

Durán recuerda que antiguamente quienes bebían aguardiente eran los músicos. Algunas promesas se pagaban en dinero que llevaban a los santos, 50, 100 bolívares. En las casas daban comida y bebida.

“Yo tocaba cuatro. Todavía canto, pero me gusta cantar cuando se prende el baile”, dice.

Una tradición

Juan Gallardo, cuatrista y Juan Rufo Linares, ejecutante de la bandolina, músicos de la locaina Chaparral, deleitaron a las los asistentes interpretando piezas en la plaza Bolívar de Agua Blanca, mientras en la iglesia se celebraba la misa.

Linares señala que aprendió a tocar la bandolina por iniciativa propia. “Yo compré una cacharrita chiquitica y me puse a darle y a darle. Sacaba y después compré otra bichita y así me fui. Esta es la séptima bandolina que tengo”.

Juan Gallardo explica que los muñequitos (Cayetano, Juan de Dios y los otros) son los promotores de la locaina: sin ellos no se sale.

“Los santos inocentes son los principales. A esos es que se le rinde este tributo. Esto es una devoción de nosotros. Este es el único folclor que hay en Portuguesa. Es una tradición de nosotros los aguablanqueños”.

-¿Y El Silbón no es de Portuguesa?

-El Silbón es otra leyenda, es de Guanarito. Es una leyenda que no la caminan. Se sabe que es leyenda porque sale en la historia. Pero esta no. La locaina es un folclor que se ve. Sale a la calle a que nos vean. ¿Usted ha visto El Silbón? No lo ha visto. ¿Usted ha visto a la gente caminando, diciendo, ‘este es El Silbón’? No, tampoco. En cambio la locaina es el folclor de nosotros. ¿Por qué? Porque nos ven. Todo el mundo nos ve. El 28 (de diciembre) vienen de todas partes. Nosotros decimos La Sayona, que es otro folclor, pero, ¿quién la ha visto? ¿Quién la ha caminado? ¿Quién ha dicho vamos a cantar esto? Son historias…

-Pero hay gente que ha dicho que le ha salido El Silbón…

-Eso es un comentario. Yo no lo he visto todavía. El día que lo vea y me espante, diré que sí sale, pero la locaina si puedo decirle que sí sale porque nosotros mismos la cantamos, la vivimos en carne propia; eso es lo bonito: usted la ve, yo la veo, todos la vemos. Eso sí lo podemos decir, pero la leyenda de El Silbón, esta bien… Perfecta la leyenda, pero ¿quién la caminó, quien la ha visto, quién ha andado por ahí, diciendo ese es El Silbón? Nosotros sí podemos decir: esta es la Locaina. Es nuestro orgullo porque hemos ido para todas partes. Hemos ido para Caracas, para Barquisimeto, para Barinas. Nos hemos presentado donde han estado los de Yare (los Diablos). Hemos participado y hemos ganado. Es la que se ve más bonita. Y no porque sea de nosotros, pero se ve más folclórica, más nacional, más pura.

T y F/Manuel Abrizo