Los barbarazos que acabaron con todo

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

___________________________________________________________________

La ineptitud del sector privado para la comprensión de la economía es directamente proporcional a su manifiesta torpeza para gerenciar sus propios negocios.

Un sector cuya única fórmula para asegurar el funcionamiento de sus empresas es el incremento en el precio de los productos que fabrica, no puede calificarse jamás como un sector de individuos ni siquiera medianamente lúcidos en asuntos de economía.

Elevar precios puede hacerlo cualquiera. Para ello no se necesitan conocimientos técnicos avanzados ni títulos académicos de ningún tipo, sino la sola condición de propietario de la empresa productora. El problema es hasta dónde el libre albedrío de esa libertad individual para decidir arbitrariamente sobre ese bien público que es el sistema económico, afecta negativamente al resto de la sociedad, incluso a los propios negocios del capital privado.

El grave problema de la economía venezolana ha sido desde siempre que los actores fundamentales del sistema, es decir, los empresarios que conforman el grueso de la economía, ya sea como productores, industriales o comerciantes, solo ha sido gente que ha estado al frente de empresas particulares (que han dependido casi siempre de los subsidios del Estado para llevar adelante su producción), y que, así hayan adquirido mucha experticia técnica y de conocimientos en su ramo, no tienen sin embargo destreza ni dominio para la toma de decisiones en las complejas áreas de la macroeconomía.

Esa subjetividad es la que termina por limitar la capacidad del empresario para entender las leyes que rigen la economía, llevándole finalmente a creer que su dinámica (de la economía) obedece al simple y arbitrario antojo de un funcionario o de otro.

Por eso el empresario cree en verdad que la inflación es culpa del Gobierno, cuando es él mismo quien incrementa a diario los precios sin razón o justificación económica alguna para hacerlo. Argumenta que la crisis económica la generan los aumentos de salarios y los controles de precios, y por eso decide aumentar como le viene en gana el precio de venta al público en todos sus productos, presentándose siempre como la víctima.

Al respecto mucho han reflexionado los analistas del portal 15 y Último, demostrado fehacientemente cuán falsas o infundadas son esas argumentaciones del capital privado para tratar de explicar la crisis económica que agobia hoy al país.

Luis Salas, uno de esos destacados analistas, se pregunta y se responde a la vez: “¿En qué piensan los empresarios y comerciantes venezolanos, en especial los pequeños y medianos? Pues de los grandes y transnacionalizados especialmente concentrados en los productos más sensibles o de los cuales a la gente por las más diversas razones le cuesta prescindir o sustituir, es fácil saber qué piensan, dado que la especulación les resulta provechosa porque refuerza sus posiciones monopólicas. A mi modo de ver el problema es que los pequeños y medianos empresarios y comerciantes, por un lado, están atrapados en una fantasía gremial que les hace creer que sus intereses son exactamente los mismos que los de Lorenzo Mendoza y compañía, que a la misma “clase” pertenecen el panadero de la esquina y los dueños de Kimberly Clark. Pero también pasa que termina privando en ellos una mentalidad de pulpero que se ve dramáticamente expresada en el famoso diálogo publicado por Alex Lanz entre él y su amigo pizzero, cuando este último le explicaba por qué se veía “obligado” a vender las pizzas cada vez más caras para “protegerse”. Y es que en materia de precios, particularmente en contextos especulativos como el que vivimos, la falta de criterio amplio, la ambición, la costumbre, el miedo o todo a la vez, sumado a la miopía y las peligrosas recomendaciones de los “expertos”, lleva a nuestros comerciantes y productores a emprender una carrera alcista de precios, que puede que en lo inmediato les reporte ganancias extraordinarias, pero a la larga les hará incurrir inevitablemente en pérdidas”.

Apelando a leyes neoliberales absurdas (que muchas veces ni siquiera conoce, sino que considera correctas por ser las leyes del capital privado), el empresario venezolano cava la tumba de su propio negocio a través de la irracional elevación cotidiana de precios, cada vez más convencido de que el responsable del descalabro que al día siguiente encuentra en la economía es el Estado.

Las tesis del capitalismo que acusan a las regulaciones del Estado de frenar el desarrollo de la economía, surgen de la exacerbación irracional de ese instinto de autodefensa que es tan importante para el capital privado. En la medida en que se exacerba esa preservación a ultranza del carácter privado de la propiedad, se generan las tensiones sociales que a la larga se convierten en la “interminable lucha de clases” de la que hablaba Carlos Marx. De ahí que el modelo sobre el cual tendrá que asentarse una economía para ser capaz de alcanzar los niveles ideales de bienestar a los que aspira toda sociedad, no podrá ser jamás el capitalismo.

Sus propias leyes lo demuestran. La Ley de la Oferta y la Demanda, por ejemplo, columna vertebral del capitalismo, es sin lugar a dudas la más irrefutable prueba del fracaso y la inviabilidad del modelo capitalista basado en el libre mercado. Por donde se le mire, su formulación teórica es todo un dechado de incongruencias e inexactitudes que en ningún sistema económico podrían llevarse jamás a cabo en la forma eficaz en que lo promete.

En primer lugar, porque una ley que para ser cumplida requiere de la agudización perpetua de la confrontación entre los distintos sectores de la sociedad (la ley de la oferta y la demanda dicta que el precio de cada producto surge de la pugna entre el productor por incrementar su ganancia y el deseo del comprador por pagar siempre la menor suma por ese producto), no puede ser, por ningún respecto, una ley conveniente para ninguna economía. Bajo ese aborrecible principio, la confrontación entre los dos más importantes actores sociales de toda nación está condenada a ser eterna.

En segundo término, porque el único resultado posible de esa absurda confrontación a la larga es un modelo en el que el consumidor, si quiere comprar algo a buen precio, deberá conformarse con adquirir el producto que nadie quiera comprar. Es decir, aquel que por ser muy poco demandado podría gozar todavía de buen precio.

De esa manera se termina llegando al escenario de guerra en el que la gente no compra movida por la publicidad o por el prestigio de la marca sino por la necesidad, lo que acaba con el propio concepto neoliberal de la “libre competencia”, que a la larga determina la calidad de los productos, según rezan sus propias leyes, y  termina por arruinar la poderosa industria publicitaria sobre la cual se sostiene el capitalismo de la que viven los medios de comunicación, entre muchas otras empresas, como las productoras de comerciales para la televisión por ejemplo.

Sobre esto concluye acertadamente Salas: “La paradoja keynesiana de los agregados nos ayuda a comprender esto: y es que si en un contexto determinado un actor económico sube los precios puede, en efecto, obtener ganancias extraordinarias. Pero si todos lo hacen se genera el efecto contrario. Y solo podrá ganar la carrera alcista aquel que es más fuerte, por lo general la transnacional hiperconcentrada o monopólica. Pero además, como el único en este contexto que no puede ajustar el precio de su mercancía es el trabajador que vende su fuerza de trabajo y a cambio recibe un salario (que es el precio de su trabajo, que ni fija ni mucho menos puede variar a voluntad), termina resultando que al reducirse su poder adquisitivo por el alza de los precios relativos, forzosamente el trabajador asalariado a la hora de consumir se vuelve más selectivo y disminuye, reorienta o simplemente suspende la compra de determinados bienes y servicios, lo que se traduce en una caída de las ventas que empieza por afectar a aquellos que son vendedores o prestadores de bienes o servicios no esenciales o de los cuales más fácil se puede prescindir. La respuesta automática de los comerciantes y productores ante esta situación, suele ser subir aún más los precios buscando “protegerse”. Pero está claro que por esta vía lo único que se logra es profundizar aún más la tendencia regresiva, que es exactamente lo que está pasando en este momento en nuestro país.”

Como en el viejo merengue dominicano, los empresarios venezolanos son los barbarazos que están acabando con todo. Solo que para ellos es más fácil echarle la culpa al gobierno.

@SoyAranguibel