¿Los EEUU entierran el hacha de la guerra? Un cuento sin principio y sin final (opinión)

Hace 60 años el Presidente demócrata John F. Kennedy, contrariando  sus propias palabras siguió el consejo de los servicios especiales y círculos políticos estadounidenses dando el visto bueno a la agresión militar contra Cuba. En estos días se cumple el 60º aniversario de la operación “Zapata” en la Bahía de Cochinos. El plan fue derrotar a Fidel Castro, la espina en el orgullo nacional estadounidense. El proyecto fracasó, claro, como la mayoría de las iniciativas intervencionistas norteamericanas.

Anthony Blinken, Secretario de Estado norteamericano hizo recientemente una declaración sensacional: EEUU no recurrirá más a métodos de fuerza para implantar la democracia en otros países. Uno puede decir que es un buen momento para cantar “aleluya” pero las cosas no son tan sencillas como parecen.

La historia suele repetirse y hoy día la situación en los EE.UU. es muy semejante a la de hace 60 años. Joe Biden, presidente demócrata, que apenas pudo arrebatar  una victoria en las pasadas elecciones, está tratando de seguir su propio camino para “reconstruir mejor” lo que ha “conmovido” el republicano Donald Trump. Parece que el nuevo presidente hace hincapié en realizar las cosas de manera contraria a su predecesor. La declaración bomba de Blinken es una parte de ese plan. La pregunta clave es si Biden logrará seguir el camino de la paz. Las probabilidades son que el mandatario estadounidense tropiece con la misma piedra que sus antecesores.

Durante años los EE.UU. se esforzaron mucho para hacer este mundo lo más “democrático” posible. El país norteamericano no se detenía ante nada para alcanzar sus objetivos. La geografía de las intentonas golpistas de Washington es muy extensa: desde Ucrania a Vietnam, desde Granada a Afganistán.

El 11 de septiembre de 1973, con el apoyo directo de Washington, en Chile se dio un golpe de estado, a raíz del cual fue derrocado el presidente legítimo Salvador Allende y establecida la dictadura de Augusto Pinochet que duró 17 años, estuvo acompañada de fusilamientos y brutales represiones y provocó una profunda escisión en la sociedad chilena.

En 1982, los servicios secretos de los EE.UU. “ayudaron” con su enérgica actividad a que llegara al poder en Guatemala un gobierno militar. En 1983, EEUU intervino militarmente en Granada. En 1984, financió a los contras en Nicaragua. La manifiesta injerencia de los EE.UU. en los asuntos internos de Nicaragua fue corroborada por la resolución del Tribunal Internacional de La Haya, del 27 de julio de 1986, en el marco del conocido caso Irán-contras.

En 1989, los EE.UU. intervinieron militarmente en Panamá. Una de las causas era la renuencia a cumplir el acuerdo suscrito por Washington en 1977 sobre el traspaso del control, dentro de 20 años, sobre el canal de Panamá al Gobierno de Panamá.

Según los datos de un investigador norteamericano de la universidad Carnegie Mellon a partir del año 1945 hasta el 2000, los EE.UU. han inferido más de 80 veces en las elecciones en otros países y eso sin contar todos los intentos de derrumbar los regímenes indeseables mediante los golpes de Estado.

Algunos Estados – víctimas de esa política – tuvieron que ceder ante la presión asfixiante, los que más se oponían  en su mayoría están recogiendo los pedazos de lo que fue una vez su identidad nacional, su estabilidad y seguridad económica. En retrospectiva histórica más de 50% de los intentos golpistas dirigidos por la Casa Blanca fracasaron y el éxito nunca fue garantizado. La terrible estadística demuestra que durante y después de esas operaciones intervencionistas, exitosas o no, la que sufre más es la gente común que tiene que afrontar la violencia, el caos y la pobreza. Por ejemplo Iraq, donde Washington realizó dos grandes invasiones militares. Después de así llamadas “transformaciones democráticas” el país quedo en plena inestabilidad. Cabe destacar que las tropas norteamericanas permanecieron en Iraq de hecho 9 años. Según los medios occidentales, el número documentalmente confirmado de víctimas civiles entre 2003 y 2011 (cuando las tropas norteamericanas fueron retiradas) totalizó entre 100 y 300 mil personas. Varias ONGs aducen cifras inconmensurablemente mayores.

Libia. 2011. Por medio de su resolución №1973, de  17 de marzo de 2011, el Consejo de Seguridad de la ONU estableció la zona de exclusión aérea para proteger la población civil contra los bombardeos. La cúpula directiva de la OTAN, tergiversando burdamente dicha resolución, empezó a desarrollar operaciones aéreas contra un régimen que había existido durante más de 40 años. Como consecuencia de la guerra civil, el líder libio Muamar Gadafi fue derrocado y asesinado en octubre de 2011.

Según el británico The Daily Telegraph, por ambos lados murieron, incluyendo civiles, 20 mil personas. El número de refugiados en la zona del conflicto ascendió a 180 mil.

A pesar de las declaraciones de Trump sobre la retirada de las tropas de EEUU de Siria, los militares estadounidenses todavía están allí. Su presencia, ocupación de los territorios sirios  y la ausencia de pasos prácticos para solucionar los problemas con refugiados agudiza la situación en la república árabe. Pero la inestabilidad en Siria es ventajosa para EEUU porque permite continuar explotando sus riquezas naturales, como el petróleo que exporta en forma ilegal.

Venezuela ofrece un ejemplo contemporáneo de una descarada y manifiesta injerencia de los EE.UU. en los asuntos internos de un Estado soberano. Desde hace ya varios años, presenciamos los intentos de asfixiar la economía mediante sanciones, incitar a las FF.AA. nacionales a dar un cuartelazo, organizar una invasión armada a través de la frontera para derrocar el gobierno legítimo del país. A principios de mayo del año pasado se repitió la historia de la Bahía de Cochinos versión “light” en Venezuela – la “Operación Gedeón” –  que tuvo por objetivo derrocar al gobierno de Nicolás Maduro.

Ahora según el Secretario de Estado Blinken empieza una nueva era cuando los EE.UU. no van a “promover la democracia” mediante intervenciones militares y métodos de fuerza: “No han funcionado”, asegura el jefe de la diplomacia estadounidense. Así que el rol de la policía internacional no atrae más a Washington. ¿Pero ese cambio de curso en realidad se debe al reconocimiento de los errores del pasado o se trata de algunos motivos más pragmáticos? “Haremos todo de manera diferente” – declara Blinken. Esa promesa del máximo diplomático norteamericano de poder denegar los enfoques imperialistas, que dominaron durante muchos años la política exterior estadounidense, inspira más sospechas que esperanzas. La convicción de los EE.UU. en su papel de mesías parece inquebrantable. No abandonó la idea de promover su versión democrática. Tan sólo se trata del cambio de táctica. Lo que no entienden las autoridades estadounidenses es que sería más prudente y beneficioso para toda la humanidad que se ocupen ante todo de sus propios problemas como los disturbios políticos, conflictos interétnicos y la agudización de la escisión en la sociedad. De lo contrario la nueva cara de EEUU será efectivamente parecida a la cara del famoso “cornudo” del Capitolio.

Por Sergey Mélik-Bagdasárov
Embajador de la Federación de Rusia en Venezuela