Los Gamberros “dejaron a todos picaos” en El Cuchitril

Desde la primera presentación de Los Gamberros en los espacios abiertos del Eje del Buen Vivir (en septiembre de 2017) hasta comienzos
de este año, se ha notado una transición de la banda a un sonido un poco más áspero, más brusco y, quizás, un poco más grasiento de taller, propio de las búsquedas musicales que surgen dentro de espacios como, en este caso, una cocina destartalada que, al mismo tiempo funge como comedor de trabajadores, depósito de tubos, sillas plásticas y bloques de cemento, pero también como Departamento de Servicios Generales y ¡de paso! como sala de ensayo, cosa con la que no cuenta ningún periódico de este país, salvo el Correo del Orinoco.

Esa transición sonora, todavía en pleno sancocho de clavos y tuercas, como todo proceso creativo hecho desde el alma, se exhibió la noche del pasado viernes, cuando Los Gamberros, trío rockanrolero formado por José Sinue Vargas (letras, guitarra y voz), Vladimir Vargas (bajo) y Jonathan Manzano (batería), se presentaron en el Café Bar El Cuchitril, ubicado en pleno bulevar del centro de Caracas, frente a las
torres de Fogade.

POLÍTICO, FILOSÓFICO, COTIDIANO, ÍNTIMO

El toque de estos seres influenciados por The Cure, Sentimiento Muerto, Dermis Tatú, Kortatu, La Polla Records, La Misma Gente y Soda Stereo, por citar solo algunas agrupaciones, comenzó a las seis y cuarto de la tarde y terminó cerca de las 8 y media de la noche. ¡Tocaron bastante! Un total de 13 temas, más un poema de Víctor “El Chino” Valera Mora para ser exactos.

Mucho contenido político, filosófico, satírico, íntimo y cotidiano se aprecia en esta propuesta, configurada por letras sobre temas como la legalización del aborto y los “Sifrifachos” (nombre de uno de los temas que denuncia la actuación que tuvieron los neofascistas en
las guarimbas en 2014 y 2017 en nuestro país), entre otras píldoras musicales que seguramente se registren cuando estos panas se dignen a sacar un disco.

DE TODO

Pero lo más importante: aun en medio de tanta roncha sufrida durante los últimos días a causa de las agresiones contra al sistema eléctrico venezolano, y todo el corre-corre que eso implicó, hubo tremendo zaperoco en El Cuchitril.

Batuqueadera de cabezas al ritmo del redoblante y el hi-hat, vasos y más vasos de bebidas espirituosas pasando de mano en mano mientras se escuchaban las notas punteadas saliendo del pecho de una guitarra eléctrica, hombres y mujeres cayéndose, queriéndose mientras sonaban las pulsaciones del bajo, gente haciendo la vaca para comprar la próxima jirafa (es decir, la botella), abrazos ebrios y colectivos, compartidera
familiar y, sobre todo, gente seria y real que no perdía de vista cada detalle de la presentación musical de Los Gamberros, dándoles una lección a todas esas personas que asistieron a un toque con fines meramente sociales y faranduleros.

Como en una escena cinematográfica del director finlandés Aki Kaurismaki, que se caracteriza, entre tantas cosas, por dejar sonar completa a una banda en vivo en cada película, la música de Los Gamberros bien pudiera usarse para musicalizar algunas escenas particulares que ocurren en nuestras ordinarias vidas.

PARA TODOS

Poetas populares de la plaza Bolívar, cirqueros, artistas plásticos, actores, actrices, trovadores, trabajadores de ministerios, padres de familia, madres, solteronas, casadas, bailarinas, bailadores, adolescentes, filósofos, abuelos, abuelas, asesores de cualquier cosa, obreros, obreras, rumberos, perros callejeros, gatas callejeras del centro y periodistas coincidieron en algo no consultado, pero sí percibido: ¡este toque
hacía falta!

T/Luis Lovera Calanche
F/Cortesía Henry Valenzuela y Arnaldo Michelangelli