Hace 120 años nació el Gran Timonel|Con Mao Zedong la pluma y el fusil se unieron para hacer de China una gran nación

A la distancia se percibe mejor el exacto perfil de una de esas figuras, radicales, volcánicas y visionarias que de tiempo en tiempo definen un nuevo rumbo en la historia universal.

Y dentro de tan selecto elenco se inscribe el nombre de Mao Zedong, sin cuya presencia en una extensa región del Asia, China, sería virtualmente imposible comprender el papel que esta emergente potencia comienza a jugar en esta nueva centuria.

En efecto, el tránsito de China, uno de los territorios con predominio feudal más atrasados del mundo en 1893 -año del nacimiento del Gran Timonel-, y sometido al férreo control del poder comercial, financiero, cultural y político-militar imperialistas de su época, a ser una de las primeras potencias industriales y científico-técnica planetaria en esta segunda década del siglo XXI, difícilmente puede ser entendido sin la existencia del héroe de la Larga Marcha.

Y, de otra parte, la resonancia del pensamiento de Mao, necesariamente debe ser expuesta al trasluz del pensamiento crítico de nuestros días, a objeto de determinar fortalezas e insuficiencias de su legado. ¿Qué quedó luego de la tempestad de la Revolución Cultural? ¿Cuál es la vigencia de la estructura reflexiva e ideológica, integralmente examinada, de dicha herencia? Arribar a conclusiones en esta materia requiere de un acopio de información y profundidad de análisis a cuyas gradas puede asomarse de modo somero el analista que maneja niveles medios de conocimiento respecto al proceso histórico chino de los últimos cien años; y, en todo caso, la tentativa debe cubrirse despojándola del manto de prejuicios y tergiversaciones acerca de quien se constituye por sus ejecutorias en un personaje central del mundo contemporáneo.

TRES ETAPAS

Para una mejor comprensión del significado del gran líder socialista del Asia, su existencia puede dividirse, desde su nacimiento el 26 de diciembre de 1893, hasta su desaparición física en 1976, en tres grandes períodos: el primero, de formación, y que culmina en 1923, con su asunción de la jefatura del Partido Comunista Chino, el segundo, de intensas luchas , tanto por el poder del Estado -guerras civiles y contra los invasores japonenes-, como las luchas internas en el seno del partido, que cierra en 1949. Y un tercero que va desde la proclamación en Beijing de la República Popular China hasta su muerte.

Durante la primera etapa destaca su voraz disposición a la la lectura, la expectación de la Revolución de Xinhau de 1911, su graduación en la Universidad Normal de Hunan en 1918, su arribo a Beijing al año siguiente, donde ingresa con el cargo de asistente a la biblioteca de la Universidad de dicha ciudad, en la cual se registra como estudiante a tiempo parcial. Allí asiste a cuanta charla se dicta, prestando desde entonces especial atención a las primeras disertaciones públicas que sobre marxismo se dieron en China, a cargo de Chen Duxiu, rector de la Universidad de Beijing, así como Hu Shih y Quian Xuantong activistas de movimientos culturales antiimperialistas.

Este acercamiento a las teorías revolucionarias le hará pronunciar en el Primer Congreso del Partido, celebrado en 1921 que “el marxismo salvará a China”. Será a partir de 1923 cuando tenga una participación destacada dentro de la organización política, especialmente desde su nativa región de Yunán, la que se convertirá en el centro de su actividad revolucionaria de estos primeros años.

Mao, quien privilegiaba la labor política en el campo, tras el aplastamiento por el gobierno del Kuomintang -a cargo de Chiang Kai-shek- de las insurrección de Shanghai, encontró motivos para distanciarse de la dirección oficial de su entidad partidista, así como del Komintern y el gobierno de la Unión Soviética, cuya visión para entonces privilegiaba las luchas del proletariado urbano en Asia.

MAO, EL ESTRATEGA

Entre 1931 y 1937 subsistió el Sóviet de Jiangxi -también conocido como República Soviética de China-, desarrollando una política agrarista a favor del campesinado, con emisión de papel moneda propio y medidas administrativas dirigidas a implantar el socialismo. Dicha base territorial del Partido Comunista fue hostilizada y finalmente destruida por el gobierno de Nankin encabezado por Chiang Kai-Shek. Éste ejecutaba un plan de destrucción de los focos comunistas en el país asiático al temer su expansión y arraigo en el seno de las masas rurales. Para entonces Mao había ascendido al Comité Central de su Partido, confrontado con los grupos que todavía estimaban que el centro de las luchas revolucionarias estaba en las ciudades. El joven líder, desde temprano y apoyándose en la preeminencia de la población rural sobre la urbana, había caracterizado la lucha revolucionaria en China para conquistar el poder político, a partir del campo, desde el cual debía rodearse y subsecuentemente tomar las ciudades.

Por tanto, ya desde los primeros años de su figuración en la dirigencia partidista, el nombre de Mao se asocia a la asunción de posturas que contrarían las “verdades establecidas”. En China no se trata de provocar levantamientos en las grandes ciudades, por cuanto su población es abrumadoramente campesina, y lo correcto, según la teoría de Mao, es consolidar las bases agrarias de la revolución y el partido, para culminar con el asalto a la ciudad; invitanto por ello al estudio de la realidad social de aquel inmenso país postrado que era China a principios del siglo XX. En tal sentido Mao en 1936 afirma “Las leyes de la guerra constituyen un problema que debe estudiar y resolver quienquiera que dirija una guerra. Las leyes de la guerra revolucionaria constituyen un problema que debe estudiar y resolver quienquiera que dirija una guerra revolucionaria. Las leyes de la guerra revolucionaria de China constituyen un problema que debe estudiar y resolver quienquiera que dirija la guerra revolucionaria de China” (Problemas Estratégicos de la Guerra Revolucionaria de China).

Desde entonces, sus escritos y sus alocuciones en el seno de los colectivos partidistas, así como las dirigidas al ejército rojo, que para entonces se organizaba, y las masas de campesinos a las cuales guiaba, presentaban una visión de conjunto de los distintos componentes de la construcción revolucionaria, del proyecto de nueva sociedad socialista y el modo de darle tangibilidad. En sus escritos, Mao aborda el tema económico, dictando directrices en las regiones sobre las cuales se asentaban las bases comunistas, y que perseguían dos objetivos centrales: asegurar los recursos para el esfuerzo bélico y de defensa frente a los enemigos internos y exteriores de la revolución en China de una parte, y de la otra mejorar las condiciones de vida del pueblo, de modo que los habitantes de las zonas de influencia de los núcleos revolucionarios, percibiesen la diferencia entre éstos y el régimen de exacción feudal defendido por el gobierno del Kuomintang.

Así, en su escrito ‘Nuestra Política Económica”, dado a conocer en medio de la primera guerra civil contra el Kuomintang de Shan Kai Shek, Mao establece dentro de sus grandes lineamientos el de desarrollar “la producción agrícola e industrial, el comercio con las regiones exteriores y las cooperativas” .

Para la década de los cuarenta del siglo XX, la perspectiva militar de Mao Zedong incorpora a plenitud dentro de sus análisis la visión de conjunto de las fuerzas en conflicto que se enfrentaban en la Segunda Guerra Mundial. La lectura de sus escritos sobre el tema constituye verdadera lección en cuanto al modo de abordaje estratégico y de geopolítica mundial que merece ser examinado hoy en las academias y centros de defensa especializados.

El análisis que Mao realiza acerca de las causas por las cuales el bloque de los Aliados derrota a Hitler, constituye un esfuerzo que resalta en el conjunto de su obra como teórico de la guerra. Así, en su artículo “Punto de Viraje” escrito a finales de 1942, en los días en que comenzaba en Rusia la larga batalla de Stalingrado -jornada que constituyó sin duda, con la destrucción del 6to Ejército alemán a cargo de von Paulus, el trazo de giro de la terrible conflagración, puesto que tras la victoria de los sitiados se inició la contraofensiva soviética en el frente oriental, la cual culminaría como se sabe en 1945, con la toma de Berlín por el Ejército Rojo al mando del Mariscal Zhukov-, se observa la capacidad dialéctica del teórico chino. En su magistral examen de los hechos Mao señala que “antes de su victoria en el frente occidental [Francia, Holanda, Bélgica y los Balcanes] parecía que Hitler era prudente”, puesto que con habilidad “concentró en cada ocasión todas sus fuerzas contra un solo objetivo, sin atreverse a dispersar su atención”. En cambio, dice el teórico chino, la embriaguez de dichas victorias le hizo creer que podía “derrotar a la Unión Soviética en tres meses”, desencadenando un plan de operaciones desde Murmansk al norte, hasta Crimea en el sur, ordenando una ofensiva general que, necesariamente implicaba la dispersión de sus fuerzas en el vastísimo territorio al cual penetraba.

LA PLUMA Y EL FUSIL

Uno de los capítulos en la trayectoria de Mao Zedong que aún en nuestros días enciende debates acalorados es el referido a la Revolución Cultural. El tema, dentro de su mismo país ha dado pie a que, si bien se le considere con toda relevancia como artífice de la independencia e iniciador de la nueva China, se le imputen graves errores en el período tumultuoso protagonizado por los Guardias Rojos de la década de los sesenta del siglo XX..

Sin embargo, el pensamiento de Mao en materia de arte y cultura, y que guiará su labor como estadista en este campo a partir de 1948, había sido plasmado desde 1942 en las célebres ‘Intervenciones en el Foro de Yenán’, donde propone un conjunto de reflexiones en torno al papel que corresponde ejercer a los artistas e intelectuales en a construcción de la sociedad comunista, en el marco de la guerra que para entonces adelantaban las fuerzas al mando del Gran Timonel. Nudos críticos de los planteamientos que Mao presenta ante dicho foro son las definiciones sobre los creadores, el para quiénes escribir, el público; y la relación entre literatura y clase social, así como entre popularización y elevación, lo que hoy se definiría como “calidad y masificación del conocimiento”.

Y estos temas, que apuntan al centro de dilemas fundamentales, actitudes y valoraciones de carácter filosófico en muchos casos, son abordados por el teórico de la Revolución China desde una perspectiva muy definida en su perfil marxista-leninista. Mao postula una visión militante de la creación cultural, sosteniendo, en cuanto a la literatura que debe difundirse en las zonas liberadas, el carácter ya establecido por Vladimir I Lenin, a quien cita en las siguientes palabras: “Será una literatura libre, porque no ha de ser el afán de lucro y el arribismo, sino la idea de socialismo y la simpatía por los trabajadores(…)Será una literatura libre porque no servirá a ‘los diez mil de arriba’, cargados de aburrimiento y de gracia, sino a millones y decenas de millones“.

POTENCIALIDAD E INSUFICIENCIAS

La lectura de un legado que se desparrama hacia distintas direcciones, al tocar el ámbito militar, la organización de la vanguardia revolucionaria, organización del ejército y de la juventud, las tareas de las mujeres y los planos de educación y cultura, todo desde la trinchera del marxismo-leninismo, corre el riesgo de incurrir en inconsistencias o percepciones fragmentarias de parte de quien hoy se aboque a la investigación de las ideas políticas y su historia. Y ello responde al método de estudio y amplitud de comprensión de los fenómenos del poder y la posibilidad de transformaciones de gran escala que están en las manos de algún protagonista singular de la historia y los procesos sociales, como lo fue Mao Zedong.

CHINA COMO ECONOMÍA EMERGENTE

¿Qué deja Mao para el mundo de este siglo XXI y especialmente, en materia del modelo político y social del Estado y en cuanto a la viabilidad del socialismo como respuesta al capitalismo salvaje de nuestro siglo, especialmente, para la China que despunta como la gran potencia de estos tiempos?

Al respecto cabe indicar, al menos, que la nación del mandarín, cuna de la primera imprenta, la pólvora y la brújula hoy representa frente al modelo de mundo hegemónico unipolar regido por Estados Unidos, baluarte importantísimo para la construcción de reequilibrios globales. Será en medio de dichos reequilibrios que algunas regiones periféricas, como el Caribe y Suramérica encuentren niveles de inserción y reagrupamiento con suficiencia tal como para conformarse en el hoy modesto bloque económico ALBA-TPC-Petrocaribe, integrado por 18 países y con un mercado cercano a los 100 millones de personas.

No es poca cosa el respaldo del bastón de China para que, en medio de las acechanzas y omnipotencia del imperio con mayor poder de destrucción que ha conocido la historia, los EEUU, se abran paso las propuestas emergentes de un mundo posible, sin que ello quiera decir que el modelo chino deba seguirse a pie juntillas. Y esa realidad en la cual esta economía emergente pasa a ser interlocutor de los grandes poderes que hoy diseñan la historia global, no hubiese sido posible sin el paso de Mao por la China de su siglo.

LA DOCTRINA DEL «AMOR A LA HUMANIDAD»

De otra parte, colocado bajo el tamiz del humanismo más exigente, el pensamiento de Mao Zedong, con aportes indudables a la teoría revolucionaria de los últimos 100 años, contiene aspectos en torno a los cuales las respuestas del largo plazo resultan todavía insatisfactorias. Él mismo debió comprenderlo aunque dejase en penumbra la contestación.

Su tentativa de transformar e industrializar en muy pocos años la realidad de pobreza y feudalismo de su país, China, emprendida sin la suficiente masa de cuadros profesionales ni el financiamiento y los lapsos indispensables para la feliz culminación de las medidas profundas contempladas en el Gran Salto Adelante de mediados de los años 50 del siglo veinte, así como la pretensión de transformar el alma de masas educadas en un tradicionalismo de milenios, apelando casi exclusivamente a la emulación, el heroísmo y la mística del militante, en tiempos de la Revolución Cultural, representan un empeño el cual no encontró la retribución que esperaba el gran líder asiático.

Y sin embargo, es este empeño en promover los resortes morales -el mismo que Mao retrata con verosimilitud en su fábula de ‘El Viejo Tonto que removió la Montaña’-, el que incita a los seres humanos a desplegar las supremas y más íntimas fuerzas de su espiritualidad para acometer grandes tareas y sobreponerse a riesgos, sacrificios y carencias materiales cuando se compenetran con el sueño de la Revolución.

Asimismo, uno de los nudos críticos en la herencia teórica de Mao es su aproximación a la doctrina del “amor a la humanidad”, la cual el gran personaje no subestima, si bien la supedita al carácter de la clase de quienes la proclaman. El asunto, que constituye eje del humanismo radical defendido por grandes revolucionarios, como Ernesto Che Guevara, mereció de Mao la siguiente reflexión

“En cuanto al amor a la humanidad, no ha habido un amor tal que todo lo abarque desde que la humanidad se dividió en clases. A todas las clases pasadas les gustaba predicar este amor, y también a muchos de los pretendidos santos y sabios, pero nadie lo ha llevado nunca verdaderamente a la práctica por la sencilla razón de que es impracticable en una sociedad de clases“.

Tiene razón Mao en cuanto a que en una sociedad donde imperen el banquero, el vendedor y el egoísta de toda laya, el amor a la humanidad, en tanto fraternización de todos para con todos, constituya una utopía, por cuanto entre unos y otros media el riesgo del interés particular. Sin embargo, este “amor a la humanidad” ha constituido manantial de energía en el cual, en medio de una civilización conservadora e individualista, abrevan seres como Mahatma Gandi, el mismo Ernesto Che Guevara y el propio Mao Zedong, o Hugo Chávez Frías en el caso latinoamericano, cuando resuelven arriesgar su tranquilidad y posibilidades de éxito personal, sus bienes y la vida misma, en pos de un sueño de renovación del mundo y de construcción de una sociedad de iguales, justa y regida por valores morales, propósito en torno al cual cada uno de estos paladines apostó sus sueños.

Texto/Néstor Rivero
Foto/Archivo