Por Freddy J. Melo| Martí en aniversario (Opinión)

“De América soy hijo: a ella me debo. Y de América (…) ésta es la cuna (…) Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo”.

Esas palabras, fechadas en Caracas el 27/7/1881, han andado bastante, pero tal vez no suficiente por los caminos de nuestra patria. Son, bien sabido, de un par de Simón Bolívar, uno que encarnó las enseñanzas del caraqueño y prefiguró las de los próximos gigantes, digamos Zapata, Sandino, Allende, Che, Fidel, Chávez, sus pueblos y otros grandes.

La actividad de José Martí, en apenas 42 años de existencia (28/1/1853 – 19/5/1895) nos dejaría estupefactos si no recordáramos que es esa una de las marcas de aquellos y de todos los colosos históricos. No descansó ni un día desde cuando se lanzó a preparar el desembarco en la “Isla idolatrada” para levantarla, “por su bien” y para con ello “impedir a tiempo que se extienda por las Antillas los EEUU y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.

Unificar y enrolar a la variopinta y contradictoria emigración cubana en el país del Norte, México, Centroamérica y el Caribe; establecer y sostener contactos con los revolucionarios en la Isla; convencer, limar roces, hacerse reconocer y despejar los rastros de caudillismo preexistentes en los grandes jefes –especialmente Gómez y Maceo; fijar las pautas esenciales de la revolución; agenciar recursos financieros, armas, provisiones, barcos, etc., le demandó miles de horas de trabajo, discursos, ensayos, cartas, proclamas, artículos, entrevistas, viajes, labor organizativa y educación política.

Y tuvo tiempo para venir y permanecer seis meses aquí en busca del espíritu de Bolívar, y para escribir una vasta e imponente obra intelectual, que recorrió todos los géneros, incluyendo la literatura infantil, y creó una poesía prodigiosa, con la más difícil sencillez y un camino abierto hacia Rubén Darío.

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