Por William Castillo B.|Mediocracia (Opinión)

La «mediocracia» es el Gobierwacastillo@gmail.comno de los medios (y de sus propietarios) por encima no solo de las mayorías si no de las propias formas jurídicas e institucionales de la democracia. Es una forma fáctica, oligárquica y brutal de ejercer el poder. El «cuarto poder» ha devenido en dispositivo único de un poder total. Instrumento dictatorial que no se detiene ante la soberanía política del ciudadano ni del Estado, ante ninguna barrera cultural, y que encarna, a la vez, la mas atroz forma de control político. Posmoderna y chic, la mediocracia, es decir, el dominio mediático sobre las pulsiones y tensiones naturales de la vida, justifica el saqueo de los pobres por parte de los ricos. El dominio de las corporaciones sobre los Estados. De lo privado sobre lo público. De lo individual sobre lo colectivo.

El poder se vuelve omnipresente, porque los medios han invadido todos los espacios públicos e incluso el espacio íntimo. Las redes sociales, y el «libre acceso», operan en este esquema como una suerte de piel de zapa, que promete el paraíso, la feliz comunión del individuo en un mundo de bits, pero que te pide a cambio la vida misma. Quien aspira a realizarse en el imaginario mediático de la conexión virtual, termina transmutado en monstruo de sí mismo.

Su bandera es la libertad absoluta de la libertad de expresión y su escudo: el dinero. Pero esa libertad es, en el fondo, profundamente excluyente y clasista. Es la libertad de los poderosos para mentir mientras sus medios sirven de paraguas al saqueo. Derecho de los propietarios para manipular cuando las cosas (como en Venezuela) no van «por donde es debido». Canalla libertad, liberada de responsabilidad y de ética. Autonomía de las élites que se postulan superiores al pueblo. Que reduce la participación a una caricatura frívola.

En nombre de su defensa, la mediocracia engaña, manipula, destruye las conciencias. En el reino mediatizado, los inmigrantes de Medio Oriente son «el problema», no las miserables guerras que los matan. Para los dispositivos mediáticos, alineados en un milimétrico consenso, los instigadores y asesinos de los ciudadanos que fallecieron durante las guarimbas son héroes. No hay nada que discutir. Si difieres, tienes libertad para callarte.

Solo una profunda revolución de la conciencia. Una revolución cultural, desde abajo. Crítica y radical. Una revolución de la producción simbólica, de los mensajes y no de los medios, puede enfrentarse al diseño de este modelo que busca hoy su restauración en Venezuela. Ese sigue siendo el desafío.

No podemos optar en leer o mirar. ¡Necesario es vencer!

wacastillo@gmail.com

Excelente articulo de opinion.