Mirar desde el género

A deslumbrar

Por: Ana Cristina Bracho

_____________________________________________________________________________

Algunas amigas creen que el feminismo es una moda. Una idea, de esas que están en la maleta del pensamiento que conocemos como chavismo e incluso, como nueva izquierda latinoamericana. Por eso, para ellas el asunto va de par de fechas, dos consignas y visibilidad mediática. Incluso, consideran que el feminismo se nutre –o se potencia- con tener dentro de la estructura del Estado instituciones y nadie se sienta a revisar hacia dónde van estos pequeños elefantes que hemos llamado a la selva burocrática.

Pienso que el feminismo no es una idea prefabricada ni una institución mas a la que ponerle nombre. Es una pregunta abierta sobre las condiciones en las que vivimos, sobre cómo funciona el Estado y qué consecuencias tienen los procesos que enfrentamos. Así, el feminismo puede ser de izquierda o de derecha; puede ser socialista o no serlo; nacionalista o no; revolucionario o no.

Tan grave es el asunto que podemos ver en despachos dedicados a erradicar la violencia de género prácticas violentas del patriarcado como obligar a las hijas a casarse o asignar los roles de la oficina en función del sexo del trabajador. Por no meternos en el tan naturalizado discurso que una madre no puede ejercer roles gerenciales porque los niños se enferman. En este automatismo incluso a veces ocurren otras cosas como la utilización del Estado para pequeñas revanchas personales, como tarjeta roja que sacarle a quién sea que por un asunto de cualquier naturaleza se nos enfrente.

De esta naturaleza, cuando empezaba a ejercer el Derecho pude conocer historias absolutamente alocadas, como una señora que rogaba le admitieran una denuncia de violencia psicológica y económica en contra de su exmarido porque había descubierto que había llevado a pasear a su nueva pareja en un carro que habían comprado juntos; o, una señora que acusaba de amenazas a un señor al que le había quitado un puesto en el estacionamiento.

El asunto, en el contexto de pensar cuál perspectiva debe tener una Constitución que sea la segunda –y mejor- con perspectiva de género del país requiere tener una visión que supere estas pequeñas cosas a las que algunos han confinado el vasto y necesario análisis de los derechos de las mujeres.

Por ejemplo, ¿para cuándo vamos a hablar de la paridad política? ¿de los comedores escolares y en los centros de trabajo? ¿de la anticoncepción y de la educación para una vida libre de violencia?

Son muchos los procesos que estamos viviendo. Positivos y negativos. Entre los primeros, la nueva economía es una oportunidad inédita para un país donde las mujeres integran mayoritariamente las aulas; el nuevo proceso electoral parlamentario es la oportunidad de recuperar el equilibrio de género en los cuerpos legislativos nacionales. Y, por lo malo, tenemos todo este entorno económico criminalmente intervenido que afecta mayormente a las mujeres, en especial, si son madres solteras.

Alcanzar la igualdad real, que libere a las personas de esquemas injustos, estereotipados y violentos es ante todo un proceso de pensar el mundo. De ser capaces de juzgar lo que vivimos incluida la cultura y nuestras leyes, pues se nos olvida que hasta hace nada el hombre tenía el derecho de matar a la mujer adultera y la mujer, de encontrar al hombre, de seguir caminando.

@anicrisbracho
Caracas