Por Alberto Aranguibel B.| La misoginia como marca de ideológica (Opinión)

“Hagan como se hace en todas las Iglesias de los santos: que las mujeres estén calladas en las asambleas. No les corresponde tomar la palabra. Que estén sometidas como lo dice la Ley, y si desean saber más, que se lo pregunten en casa a su marido. Es feo que la mujer hable en la asamblea.”

San Pablo / Corintios 14: 34-35.

A quiénes acusaban las representantesde organizaciones feministas de la derecha venezolana cuando solicitaban desde hace meses ante el Consejo Nacional Electoral la obligatoriedad de una cuota de al menos un 40% apenas de participación de mujeres en las listas de candidatos de la oposición a la Asamblea Nacional? ¿Al chavismo? ¿Al gobierno del Presidente Nicolás Maduro?

Cuando se revisa la declaración de la doctora Elys Ojeda, dirigente del Frente Femenino del partido COPEI, refiriéndose a la decisión favorable del Poder Electoral en atención a esa solicitud, pareciera que sí… pero no.

Dice la doctora Ojeda en esa oportunidad: “Esta resolución del CNE no es un regalo que hace el CNE ni el gobierno chavista a las mujeres venezolanas; desde Febrero estamos dirigiéndonos a la MUD para que nos oiga para hacer esa solicitud de paridad. El que no se nos haya escuchado no es nuestra responsabilidad.”

La doctora Isabel Carmona, dirigente nacional del partido Acción Democrática, por su parte, dice en entrevista televisiva que “Esta es una hora en la cual lo que están perdiendo de vista los sectores políticos, incluyendo la oposición, es que el liderazgo más descollante es el liderazgo de las mujeres.”

Para ella, como para el resto de las integrantes del movimiento feminista opositor, resulta difícil articular una posición coherente desde el ámbito de la derecha en torno al tema de los derechos de la mujer.

Que el sector masculino de la derecha venezolana no se haya percatado (o no reconozca) el gran avance que ha tenido la paridad de género en Venezuela gracias al empeño personal del Comandante Hugo Chávez y al carácter feminista de la revolución bolivariana, puede ser entendible. Pero que las voceras de ese sector de la opo-sición no lo hagan, es simplemente escandaloso.

Según explica la doctora Ojeda, corrobora la doctora Carmona, y lo sabe perfectamente el país, es la oposición quien ha negado de manera persistente toda posibilidad de participación a la mujer en cualquier área del quehacer político, ya no por un interés personalísimo de un grupo de dirigentes del exo masculino por hacerse de las cuotas de poder que la oposición pueda obtener eventualmente por la vía electoral, sino más bien por un asunto de tipo doctrinario que se remonta a mucho tiempo atrás en la historia y que nada tiene que ver con chavismo ni con madurismo alguno.

Y no podría ser de otra forma. La defensa de los derechos de la mujer jamás surgieron ni de la filosofía ni de la teoría política de la erecha. Todas las revoluciones liberales burguesas a través del tiempo, incluyendo la francesa, consagraron siempre los derechos de igualdad y justicia social y política para los hombres no como el conjunto del género humano, sino en expresa exclusión de la mujer como actor político. El ingreso de las mujeres como fuerza laboral en el ámbito del capitalismo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que ayudó a crear la percepción de cierto grado de liberación femenina durante todo aquel periodo, estuvo determinada fundamentalmente por la necesidad de suplir los puestos de trabajo que los hombres abandonaban para ir a la guerra.

Fue el pensamiento revolucionario el que impulsó de manera científica la paridad de género que desde los inicios mismos de las sociedades organizadas preocupó al género humano. Ciertamente, tanto Marx como Engels visualizaron que el rol de la mujer era determinante en la sociedad a partir de su emancipación plena (cuyo sometimiento es una forma más de la explotación capitalista) y en función de su aporte en la construcción del socialismo. Casi un siglo y medio antes, en Francia, Condorcet denunciaba desde una posición autocrítica la inconsistencia de los postulados revolucionarios que hablaban de “Libertad, igualdad y fraternidad” pero solo para los hombres y abiertamente negados a la mujer.

La Revolución Bolivariana subsanó esa histórica omisión incluyendo por primera vez en el mundo la paridad de género en la avanzada Constitución impulsada por el comandante Chávez en 1999. La misma que en 2002 la derecha venezolana (con el respaldo pletórico de sus mujeres) derogó durante el llamado “carmonazo”.

Esa condición misógina que prevaleció a lo largo de la historia en todos los ámbitos del quehacer humano, tuvo (y sigue teniendo) su expresión más acabada en las religiones que en muchos casos operaron como forjadoras del conocimiento y de la cultura, particularmente en la sociedad occidental. De ahí que los sectores más proclives a negar a ultranza la  participación de la mujer en el escenario político sean precisamente los sectores más atrasados de la sociedad, como los partidos políticos de la derecha.

En Venezuela la misoginia política nos llega desde la fundación misma de la república. El desprecio militante de la oligarquía a Manuela Sanz, por ejemplo, es todavía hoy un rasgo que define el carácter antifeminista, clasista y hasta racista de la burguesía, como lo evidencia el asqueroso monólogo antipatriota de una seudo humorista a la que la derecha apela por estos días para articular de alguna manera un escueto discurso antichavista en el que se ofende la dignidad de nuestros próceres de independencia, incluyendo a la heroína.

La persistencia del carácter misógino de esa derecha, se constata en los debates en el antiguo Congreso Nacional sobre la pertinencia del voto femenino, una vez fallecido el dictador Juan Vicente Gómez.

En sesión ordinaria del 25 de junio de 1936, el diputado ultraconservador Augusto Murillo Chacón, representante del estado Táchira ante aquel parlamento, se oponía al voto femenino en estos términos: “Razones sentimentales suficientes se adujeron para que ella (la mujer) pudiera ocurrir a las urnas electorales. Creo que se ha cometido un grave error, pues esto equivaldría a sustraer a la mujer del hogar, en donde, con justa razón, se le ha considerado como una Diosa, para lanzarla a los azares de la política. Creo que la verdadera y más noble contribución de la mujer al Estado, es el aporte biológico […] Los pueblos en donde la mujer cobra un gran auge en la política, en la inmiscuencia de la cosa pública, son pueblos en decadencia, porque el hombre va degenerando y cediendo el puesto a la mujer.”

Por su parte, el honorable diputado Celis Paredes, de la misma bancada de Murillo Chacón, arrancaba aplausos emocionados y vítores desde la gradería diciendo: “Después de haber meditado esto mucho, estoy por la negativa. A la mujer en Venezuela no debe dársele el derecho al voto. Si lo tiene los Estados Unidos es porque aquella es una verdadera democracia y nosotros todavía no lo somos […] He hablado también con mujeres verdaderamente conscientes, y esas mujeres me han dicho que el derecho de sufragio a la mujer es perjudicial a la República. Y de ello saco como consecuencia que las mujeres verdaderamente conscientes se abstendrían de ir a las urnas electorales, e irían tal vez algunas que no nos convienen.”

Esas mujeres que “no nos convienen” de acuerdo al excelentísimo diputado Celis Paredes, son muy probablemente las mismas de las cuales se precave el pensamiento de los intelectuales de la MUD que sostienen hoy en un audio en el que se les escucha hablando de la polémica resolución del CNE sobre la paridad de género, ideas luminosas como “… o sea que así sea una burra, o así sea una prostituta, o así sea una huele pega, tú tienes que ponerla porque sí, porque tiene una cuchara […] y si les hacen caso, bueno entonces habrá que meter también un 20% de maricos y gays…”

En su irrespeto no solo a las mujeres, sino a esos compatriotas de las etnias indígenas originarias, de los afrodescendientes, de las prostitutas y de los gays, cuyos derechos son garantizados por primera vez en nuestra historia por mandato constitucional, esos obtusos intelectuales de la derecha atentan incluso contra los derechos humanos de su propio líder y candidato presidencial en dos oportunidades, al que aún a sabiendas de su orientación sexual han aclamado y ovacionado hipócritamente por años, solo por su insaciable sed de poder a como dé lugar.

Pretender construir política bajo la medieval doctrina de la discriminación sobre la que se asentó desde siempre el pensamiento de la derecha, en una sociedad que avanza cada vez con más fuerza hacia nuevos paradigmas de inclusión, solidaridad y justicia social, no puede ser sino demostración del estercolero ideológico que es el antichavismo.

@SoyAranguibel
F/Cortesía