Mujeres argentinas regresan a las calles para denunciar la epidemia de femicidios

«La mataron feo a la piba, ¿viste? Está bien que marchen», le dice una cartonera a su compañero mientras escarba en uno de los contenedores de basura de Buenos Aires en búsqueda de material reciclable. A su lado, en plena Avenida 9 de Julio, desfila una caravana de mujeres. Se dirigen a la protesta para exigir justicia por Úrsula Bahillo.

Ella es la piba a la que se refieren. Y sí, la mataron feo. Tenía 18 años y su novio Matías Ezequiel Martínez, un policía con un abultado historial de denuncias, la asesinó de 15 puñaladas.

El crimen ocurrió la semana pasada en la ciudad de Rojas, en la provincia de Buenos Aires, y es el motivo para que los aguerridos feminismos de Argentina salgan de nuevo a tomar las calles.

La última vez que se encontraron de manera tan masiva fue a fines de diciembre, alrededor del Congreso, en la histórica jornada del 30 de diciembre en la que el Senado legalizó el aborto.

Pero hoy los festejos y la alegría quedaron atrás. Lo que hay ahora en Plaza Lavalle, frente a Tribunales es, de nuevo, la indignación mezclada con tristeza, duelo y militancia. Porque en la agenda feminista, que todavía es larga, las violencias machistas que tienen en los femicidios uno de sus peores rostros son tarea urgente.

«Basta de matarnos», dice uno de los lemas que más se repite en las romerías femeninas que se acercan desde todos los puntos cardinales. Porque esta, ya lo sabemos, es una lucha colectiva.

Las pancartas reflejan una cadena de denuncias y demandas: «La Policía no me cuida; me cuidan mis amigas», «Exigimos una reforma judicial feminista», «Quiero ser libre, no valiente», «No más muertes por femicidios».

A juzgar por las estadísticas, suena difícil encontrar un antídoto contra esta epidemia. Tan solo este año, en Argentina han matado a 47 mujeres. Significa una cada 29 horas. Las cifras no han cambiado significativamente desde que los femicidios comenzaron a contarse oficialmente.

El Estado es responsable

Bahillo denunció varias veces a Martínez, pero no sirvió de nada. La burocracia y falta de recursos humanos y económicos de comisarías y centros para la mujer quedaron otra vez en evidencia cuando la mataron. «Si un día no vuelvo, hagan mierda todo», llegó a escribir en sus redes sociales. Sabía que su vida corría peligro.

Por eso la indignación es todavía mayor. Porque el Estado la desprotegió por completo.

Es el presidente que ya impulsó la legalización del aborto, que ya creó un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad; que, en un caso inédito en América Latina, ya se asumió feminista, pero ahora enfrenta el reto de poner en marcha políticas que combatan las violencias patriarcales. En serio.

«Fuimos muy bien escuchados, hicimos el pedido que como mamá y papá necesitamos para que la Justicia cambie, para que no haya más otra Úrsula», dice Nasutti después de la reunión de dos horas. En su camiseta blanca lleva plasmado el rostro de su única hija, a la que ambos perdieron hace solo nueve días.

A una decena de distancia, los feminismos siguen colmando la Plaza Lavalle. «Hoy todas somos Úrsula», «Me callé siempre hasta que me vi muerta», «A la Justicia patriarcal le gritamos Nunca Más», «Contra la violencia machista, una justicia feminista», escriben, gritan o cantan.

Otros colectivos apuestan por protestas performáticas.

Dolor

Los 13 cuerpos femeninos están tirados, desnudos, vejados y embolsados. Inmóviles. La imagen impacta. Son cuerpos reales. Mujeres que representan a todas esas otras mujeres que terminan así, envueltas en plásticos, carentes de todo valor y humanidad para sus asesinos.

Los rostros que las miran denotan estupor. Muchos y muchas les sacan fotos, videos, pero luego se quedan en silencio, en una especie de duelo colectivo. Las lágrimas recorren algunas mejillas. Una joven se consuela en el abrazo de una amiga.

Al lado del Palacio de Tribunales hay zapatos de tacón, zapatillas, botas, collares. Es una instalación que muestra las huellas de las que ya no están.

En el centro de la Plaza, una batucada femenina hace sonar sus tambores. Las músicas visten camisetas con reclamos concretos: no me calles más, no me asustes más, no me abuses más, no me inquietes más, no me insultes más, no me pegues más.

Más tarde llega la familia de Úrsula. «No la olvidemos», pide su mamá mientras carga una gigantografía con el rostro de su hija.

Pero la multitud feminista que ocupa la Plaza ya ha demostrado que no olvida, ni se resigna: peleará por Úrsula y por todas las mujeres víctimas de femicidio. Hasta que haya justicia.

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T/RT
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