Por Marcelo Barros|Los bienes colectivos (Opinión)

El equilibrio del clima, el agua, la calidad del aire y la salud del planeta son tan importantes que no podemos dejar su cuidado solamente a las autoridades y los técnicos.

Todos somos responsables por la vida y por el ambiente en que vivimos. Una red de organizaciones de solidaridad en Europa definió: “…Los bienes comunes pueden ser definidos como los recursos, instrumentos y prácticas que permiten a un grupo constituirse como comunidad, capaz de garantizar a todos el derecho a una vida digna” (Revista Nigrizia, enero 2011).

Si esos bienes son indispensables para la vida, nadie tiene el derecho de apoderarse de ellos. Es justo pagar por los servicios de transporte de agua a nuestras casas, pero no por el agua. Se puede cobrar por el exceso de uso, pero la cantidad necesaria de cada uno debe ser gratuita.

Hoy, en el mundo, movimientos y organizaciones sociales trabajan para que el aire, el agua, la salud, el conocimiento y la energía renovable sean considerados bienes comunes, patrimonio de todo ser vivo. De ellos, la humanidad es administradora, no para dilapidar, sino para compartir con los otros de modo armonioso y justo.

Sin embargo, eso que sería una conquista de toda la humanidad ha encontrado barreras en las legislaciones nacionales. La ONU no logra aprobar una Carta de los Derechos de la Tierra, del Agua, del Aire y de otros recursos dados por el Creador para uso común de la humanidad y de todo ser vivo.

Solo una sociedad organizada desde el sentido de comunidad comprende el concepto de bien común. Ya en 1854, un jefe de los indios Seattle escribía al presidente de Estados Unidos: “Como se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Si no somos propietarios del frescor del aire y del brillo del agua, como es posible comprarlos? Para mi pueblo, toda tierra es sagrada. Cada rama de piño, cada grano de arena, cada árbol, todo fue dado por el Creador a todo ser vivo. La sangre que corre por el cuerpo de los árboles lleva consigo los recuerdos de nuestra raza (…). La tierra es nuestra madre. Ella no pertenece al hombre, es el hombre quien pertenece a la tierra. Todo está conectado, lo que ocurra con la tierra caerá sobre los hijos de la tierra. El ser humano no es dueño de la vida, es solo uno de sus hilos. Todo lo que él haga al tejido, lo hará a sí mismo”.

Aunque ese indio no conocía la Biblia, esa es la misma enseñanza de Jesús: “Nadie puede aumentar un milímetro de su altura. Miren los pájaros del cielo y los lirios del campo. Dios los sostiene. (…) Busquen vivir el proyecto de Dios y todo lo demás les vendrá por sí mismo” (Mt 6, 26- 34).

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