Escribió el poeta Roque Dalton|Hace 33 años los Escuadrones de la Muerte asesinaron a cuatro religiosas en El Salvador

«El Salvador será un lindo (y sin exagerar) serio país, cuando la clase obrera y el campesinado lo fertilicen, lo peinen, lo talqueen, le curen la goma histórica, lo adecenten, lo reconstituyan y lo echen a andar», escribió el poeta Roque Dalton. Y es que desde 1980 hasta 1992 esta nación atravesó por una guerra civil considerada como la más violenta del continente iberoamericano.

Para el poeta, «el problema es que hoy El Salvador tiene como mil puyas y cien mil desniveles, quince mil callos y algunas postemillas, cánceres, cáscaras, caspas, shusquedades, llagas, fracturas, tembladeras, tufos».

En esta nación centroamericana perdieron la vida más de 75.000 civiles durante la represión militar del siglo pasado, reseñó el informe De la locura a la esperanza: La guerra de 12 años en El Salvador. Víctimas de la masacre ocurrida también fueron las monjas norteamericanas Ita Ford, Maura Clarke y Dorothy Kazel, así como la misionera laica Jean Donova, quienes un 2 de diciembre de 1980 fueron violadas y tiroteadas por el error de estar del lado del pueblo, de los más pobres, de quienes luchaban contra la injusticia.

Invitadas por el arzobispo Óscar Arnulfo Romero, crítico de las disposiciones del Concilio Vaticano II, las mártires religiosas se involucraron en la crisis política de El Salvador al denunciar la violencia militar y prestar apoyo a quienes resistían los crímenes de la dictadura.

«Nosotros tenemos refugiados, mujeres y niños en nuestra puerta y algunas de sus historias son increíbles. Lo que está pasando aquí es increíble, pero pasa. La paciencia de los pobres y su fe por este dolor terrible constantemente me llama a una contestación de fe más profunda», manifestó en una oportunidad Maura Clarke, luego de expresar que su trabajo era «un medio para para el cambio, y para compartir la preocupación profunda por los sufrimientos del pobre y la gente marginada».

Tras haber sido encontrados sus cuerpos desnudos por unos campesinos cerca del aeropuerto de San Salvador, la embajadora de los Estados Unidos en las Naciones Unidas, Jean Kisrkpatrick, calificó a Ford, Clarke, Kzel y Donova como subversivas.

La opinión de la embajadora Kisrkpatrick era de esperarse, pues Washington apoyaba la dictadura salvadoreña adiestrando a la Fuerza Armada de El Salvador (Faes) en centros militares estadounidenses, y formando escuadrones de la muerte en la Escuela de las Américas (SOA por sus siglas en inglés).

Este apadrinamiento se mantuvo durante los gobiernos de Jimmy Carter, Ronald Reagan y George Bush, mientras que las fuerzas revolucionarias conformadas por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el Partido Comunista de El Salvador fueron respaldadas por el bloque socialista Europeo y los Gobiernos de Cuba y Nicaragua.

Subversivos fueron considerados también todos los padres que tuvieron la osadía de simpatizar con la causa revolucionaria; lo que dio pie a la «Operación Centauro», plan para asesinar a los religiosos sospechosos de colaborar con la insurgencia salvadoreña.

Una nota de prensa de la agencia de noticias Reuters señaló que la ofensiva contrarrevolucionaria fue coordinada por cubanos radicados en Miami; el partido dederecha Alianza Republicana Nacionalista (Arena), presidido por Roberto D´Aubuison; y el embajador de Venezuela en El Salvador durante el gobierno de Jaime Lusinchi, Leopoldo Castillo, quien años más tarde se convierte en un férreo opositor al comandante Hugo Chávez, posición que mantiene contra el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Castillo, bautizado por la colectividad salvadoreña como «El Matacuras», «fue activo participe en reuniones con la SOA», refiere la nota de Reuters, que agrega que «lo más intrigante de este caso son las posibles incidencias de Castillo con la formación, inteligencia y ubicación de potenciales enemigos para la SOA (…) también conocida en los Estados Unidos y en el resto del Hemisferio como la Escuela de Asesinos».

Los escuadrones paramilitares formados en la SOA para erradicar la guerrilla, acabaron con la vida de los sacerdotes jesuitas, y también profesores de la Universidad Centroamericana (UCA), Ignacio Ellacuría, Armando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín- Baró, Segundo Montes y Joaquín López.

La Operación Centauro también logró silenciar los latidos del corazón del padre socialista Arnulfo Romero, quien sostuvo durante una conferencia en Medellín, Colombia, que «socialismo implica una creciente disminución de las injusticias y de las tradicionales desigualdades entre las ciudades y el campo, entre la remuneración del trabajo intelectual y del manual; si significa participación del trabajador en los productos de su trabajo, superando la alienación económica, nada hay en el cristianismo que implique una contradicción con este proceso».

El 17 de febrero de 1980, aquel padre, que «no funcionaba en el Vaticano, entre papeles y sueños de aire acondicionado y se fue a un pueblito en medio de la nada a dar su sermón, cada semana pa’ los que busquen la salvación», como lo retrata la canción de Rubén Blades, le solicitó al imperio norteamericano, presidido por Carter, frenar su injerencia en El Salvador. Un año más tarde, los feligreses de la capilla del hospital de La Divina Providencia, en la colonia Miramonte, vieron el cuerpo de Romero caer sobre el altar, luego de que una bala atravesara su corazón.

A más de dos décadas de los lamentables acontecimientos, la impunidad le hace frente a la justicia sin inmutarse, pues muchos de los responsables de la Operación Centauro siguieron sus vidas con aparente normalidad.

Por la muerte de Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donova, hace 33 años, fueron condenados cinco miembros de la Guardia Nacional, tres de ellos ya se encuentran en libertad por haber cumplido la mitad de la pena. Mientras que en el 2008, un jurado absolvió a José Guillermo García, ex ministro de Defensa, y a Carlos Eugenio Vides Casanova, ex director de la Guardia Nacional, autores intelectuales del crimen, que tras el veredicto del tribunal se residenciaron en Florida, Estados Unidos.

Aunque en 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno de El Salvador y el FMLN, los familiares y amigos de las religiosas y los demás caídos no alcanzaron la paz que propina la justicia. Por este motivo, y por todas las heridas abiertas en el pueblo salvadoreño, Daltón finaliza su poema El Salvador será con el siguiente verso: «Habrá que darle un poco de machete, lija, torno, aguarrás, penicilina, baños de asiento, besos, pólvora».

Fuente / AVN

Y todavia hay muchos que veneran a D’abuison los de ARENA