Por Gisela Brito|¿Unidad? Las divergencias internas en la oposición venezolana (Opinión)

“Yo no quiero llover sobre mojado, pero a “la Salida” hay que incluirla en los grandes fracasos nacionales… Ahora hay una política que triunfó (acudir a las urnas en busca de una mayoría) y hay que seguir fortaleciéndola. Aquí no hay espacio para “la Salida” segunda parte si pretendes mantener la unidad. Quien quiera eso, le saldremos al frente con firmeza”. Con estas declaraciones el dirigente opositor venezolano Henrique Capriles Radonski volvió a avivar la mecha de la disputa interna en la derecha venezolana, apenas unos días después de lo que fue la primera victoria electoral en la historia de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en Venezuela.

El punto más álgido de esa tensión interna se hizo evidente durante las protestas de febrero de 2014, donde la ruptura fue imposible de ocultar. “La Salida” a la que se refiere Capriles hace alusión a las protestas violentas convocadas por el sector radical de la oposición liderado por Leopoldo López (Voluntad Popular), María Corina Machado (Vente Venezuela) y Antonio Ledezma (Alianza Bravo Pueblo).

Pero las tensiones no se iniciaron allí, sino que están presentes desde el inicio mismo de la MUD, que surgió como un conglomerado de fuerzas cuyo único punto en común es la alianza electoral con la intención de poner fin al Gobierno de la Revolución Bolivariana. La pretendida “unidad” es casi un eufemismo en la alianza opositora, donde, tal como sostuvo José Vicente Rangel en reiteradas oportunidades, conviven tendencias irreconciliables que se manifiestan en sectores con estrategias políticas divergentes.

La particularidad del momento actual es que el escenario político obliga a la MUD a gestionar sus tensiones internas en el contexto de la Asamblea Nacional (AN) donde por primera vez en los últimos 17 años tendrán mayoría calificada. Cómo administre la oposición esta victoria electoral desde sus escaños será un tema central en los próximos meses; no es una cuestión sencilla para un grupo de partidos demasiado acostumbrados a ser oposición ponerse ahora en el rol de construir una alternativa real de gobierno. Y a esto se suma la disputa interna por el liderazgo, además de las diferencias tácticas sobre el modo de gestionar políticamente la posibilidad de llegar al poder ejecutivo.

Apenas conocidos los resultados, un sector comenzó a plantear la necesidad de embestir contra los poderes públicos y anunciaron el impulso de una serie de leyes contrarias a las conquistas sociales de la Revolución (se anunció la intención de volver a las privatizaciones, de derogar la ley de trabajo, de “recuperar” los poderes públicos, etc.).

Capriles, encabezando otro sector se mostró mucho más moderado intentando poner el énfasis más en construir una oposición que se perfile como alternativa real de Gobierno, con propuestas para resolver la situación económica, que en la revancha ansiada por los radicales. Por eso indicó que la MUD no convertirá a la AN en un “ring de boxeo” y en un artículo del 3 de enero tuvo que aclarar que “puede estar seguro nuestro pueblo de la firmeza del compromiso con la agenda social de cada uno de los 112 parlamentarios. Los diputados de la Unidad no llegarán a la Asamblea Nacional para quitar los casi ya inexistentes beneficios sociales.”. A confesión de partes…

En lo que fue el conflicto central que dividió a la MUD en los días previos a la toma de posesión del cuerpo legislativo, Henry Ramos Allup resultó electo el presidente de la AN. Según la encuestadora Datanálisis, el mejor valorado para presidir el cuerpo legislativo era Julio Borges, dirigente de Primero Justicia (el partido de Capriles que obtuvo la mayor cantidad de escaños si se discrimina al interior de la MUD). Pero en medio de una disputa mediática y política, finalmente fue electo por un mecanismo cuanto menos extravagante (una votación secreta realizada incluso antes de asumir formalmente las bancas en la AN) el líder de Acción Democrática (AD), que contó con el apoyo de Voluntad Popular (el partido de Leopoldo López), complicando aún más los delicados equilibrios al interior de la MUD.

En la instalación de la nueva AN, sesión en la que se formalizó la elección de la Junta Directiva, Ramos Allup manifestó abiertamente la intención de “terminar” con el Gobierno en un plazo de seis meses, dando inicio a lo que será un escenario de fuerte disputa política en la que el sector radical de la oposición intentará impulsar “la Salida II”, ahora haciendo uso de los resortes institucionales para forzar un fin anticipada del Gobierno.

En el primer día al frente del Palacio Legislativo, además, Ramos Allup dio una muestra elocuente de lo que será su “estilo” político en esta nueva etapa al ordenar retirar del edificio todos los símbolos que evocaran al comandante Hugo Chávez y libertador Simón Bolívar, generando enorme controversia tanto entre los chavistas, como es evidente, como también dentro de las propias filas de la MUD. Al punto de que el secretario ejecutivo de la alianza, Jesús (Chúo) Torrealba, tuvo que disculparse públicamente en nombre de la MUD por “herir las sensibilidades” de los chavistas. Gesto al que Allup desautorizó tajantemente sosteniendo que no tenía por qué disculparse. Y es que un sector de la oposición venezolana sabe que nunca llegará a conseguir una mayoría electoral sin contar con una porción del voto chavista, al cual evidentemente no podrán atraer con este tipo de conductas violentas y revanchistas.

A Ramos Allup, calificado por la propia embajada de Estados Unidos en Venezuela hace ya una década como una “reliquia de pasado”, esto no parece interesarle. Como sostienen cables secretos revelados por Eva Golinger, Ramos Allup siempre estuvo más preocupado por obtener financiamiento internacional que por captar el voto del electorado. Que haya sido electo Presidente de la nueva Asamblea con la cual la oposición buscar retomar posiciones institucionales que le permitan llegar al Ejecutivo es una expresión de las dificultades que tendrá la MUD para erigirse en una alternativa democrática real de Gobierno.

Con ello se incrementarán las tensiones internas, pues el sector moderado no parece dispuesto a dilapidar la victoria del 6-D volviendo a la estrategia golpista. No hay que olvidar que una mayoría a nivel nacional no avalaría de ningún modo un fin anticipado del Gobierno fuera de los cauces institucionales, y que la oposición sigue sin tener un líder que pueda aglutinar un voto transversal con miras a volver al Palacio de Miraflores.

* Cortesía del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)