Martina Melero reside en un apartamento de la GMVV en la avenida Solano|“Cuando el Presidente decía que todos los venezolanos teníamos derecho a una vivienda digna yo confié en él”

Sentada en una mecedora ubicada en el medio de la sala de su apartamento y rodeada de perros y gatos, Martina Melero afirma que “cuando en el años 2010 el comandante Hugo Chávez empezó a hablar de viviendas dignas para los más necesitados”, ella pensó que, sin importar el lugar, “ojalá le tocara uno” de los inmuebles ofrecidos. Cinco años después piensa en el pasado, pero ya no dentro del interior del rancho que habitaba en aquel tiempo, sino en la comodidad de una vivienda otorgada por la Gran Misión Vivienda Venezuela (GMVV) y construida en la Avenida Francisco Solano, a una cuadra del bulevar de Sabana Grande.

Hace cinco años Melero, de 59 años de edad, vivía en una vivienda ubicada en la parte media del sector La Cañonera, uno de los barrios que bordean la avenida Morán. Como ella misma explica, “la casa era un ranchito pequeño, de lata y sin número; tenía su salita, una cocina pequeña, dos cuartos y un baño”. Además, recuerda con nostalgia las matas de pimentón, naranjas, de café y las flores que decoraban el lugar.

Para Melero, su hogar, a pesar de las deficiencias, siempre fue “un espacio cómodo”, no solo en lo atinente a la infraestructura -la cual compartía con su esposo Antonio Vázquez, su hija María y sus hijos Manuel, Rafael y Jesús- sino que también era un lugar en el que se sentía segura y “rodeada de buenos vecinos”.

“Teníamos agua día y noche: todo el tiempo. Y para el transporte, lo único que tenía que hacer era bajar a la Morán y allí conseguía camionetas para Catia, para Propatria, para Capitolio, San Martín, El Paraíso, Ruiz Pineda, La Yaguara, para todos esos lados”, explica.

Melero asegura que, hace cinco años, en la tranquilidad de su vivienda, le era imposible imaginarse fuera de su “ranchito”. Para ella, dada la imposibilidad de mudarse, el continuar habitando durante el resto de su vida en esta vivienda no era una idea descabellada.

UNA MUDANZA OBLIGADA

Todo “empezó el 30 de noviembre de 2010. Ese día llovió y llovió y llovió todo el día y toda la noche. El agua y el barro bajaban del cerro que quedaba por detrás de la casa, y al frente se hizo una quebrada como de un metro de alto. El agua y el pantano se metieron por debajo de la pared de lata e inundaron toda la casa. A partir de ese momento empezó mi lucha, sola, porque los demás (la familia) estaban trabajando”, cuanta Melero.

La emergencia ocasionada por la vaguada activó el Poder Popular del sector. También acudieron funcionarios de Protección Civil y de instituciones del Estado. “Ese día”, relata la protagonista, “estuve para arriba y para abajo, preocupada, escuchando lo que decían. Ya era de noche cuando me fui para la casa. Estaba cansada. Me acosté, dormí, y las doce de la noche me despertaron los gritos. Estaban invitando a salir a las familias porque nos iban a llevar a un refugio”.

Los integrantes de las siete familias afectadas de La Cañonera abordaron los autobuses suministrados por la alcaldía del Libertador y recorrieron “casi toda Caracas” en busca de un espacio adecuado para albergar al grupo de damnificados. Mujeres, hombres, niñas y niños, todos más dormidos que despiertos, transcurrieron la madrugada del 31 de noviembre en una cruzada infructuosa que concluyó en el mismo lugar en que había comenzado: en la parte baja de La Cañonera.

“Me acosté y dormí casi hasta las dos de la tarde. La casa estaba ya medio limpia pero la situación seguía siendo mala. Era ya tarde cuando volvió la gente del Consejo Comunal y nos dijeron que nos iban a llevar a la Escuela Técnica Comercial Luis Razetti, en La Quebradita, en la Morán. Me levanté sin ganas porque yo no quería salir de mi casa, pero pensaba en un beneficio para mis hijos. Me paré y me fui con Jesús porque Antonio se quedó cuidando el ranchito y los otros hijos estaban trabajando”.

Melero afirma que el trayecto hasta la institución lo realizaron a pie; era una procesión de mujeres, hombres, niñas y niños, agotados y desmoralizados por el esfuerzo de las últimas horas. Glendy, Mérida, Gabriela, Lucrecia y la comadre Rosas, son los nombres de algunas de sus vecinas, quienes caminaron con ella, en fila, al borde de la Morán, llevando consigo, dudas y temores.

Melero aún recuerda el impacto que le causó el llegar a la sede de la institución educativa y encontrarla “repleta de gente”. Cuenta que la organización de esta comunidad improvisada comenzó con una larga cola para la asignación de los espacios y la adjudicación de hogares provisionales de cuatro paredes, algunos de ellos decorados con pizarrones. Recintos que, en su caso, compartió con las y los integrantes de otras ocho familias. Era 1 de diciembre.

“Nos quedamos esa noche. Recuerdo que Jesús tendió la colchoneta en un rincón, se acostó y yo me senté en un ladito. Al día siguiente, bien tempranito le dije: ‘hijo, vamos a pararnos y vámonos’, se levantó y nos fuimos para el rancho otra vez”.

Melero caminó fuera del salón convencida de que no regresaría a ese lugar pero dice que en el momento en que se disponía a abandonar las instalaciones sucedió algo que fue determinante en el rumbo de los acontecimientos. Sus vecinos más cercanos, los de La Cañonera, se empeñaron en hacerle ver los beneficios de proseguir con aquella aventura. Insistieron en que no abandonara lo que podía ser la solución para su problema de vivienda. “Insistieron tanto”, asegura, que lograron convencerla de acudir todas las noches a pernoctar en el refugio y regresar en el día a su casa para atender al resto de su familia. Así lo hizo hasta el 7 de enero de 2011.

“Ya a las seis de la mañana mi hijo y yo nos levantábamos, nos cepillábamos y nos íbamos para la casa; allí cocinaba y comíamos, y cuando eran las cinco de la tarde nos regresábamos poco a poco a La Técnica. Convivíamos con las otras familias en la noche y nos quedábamos para los censos”, comenta.

MEJORES CONDICIONES

El 7 de enero les comunicaron que los trasladarían a otro refugio, ya que necesitaban desocupar las instalaciones debido al reinicio de las actividades académicas. Con esta noticia, la duda regresó con la fuerza inicial a las mentes de las víctimas de la vaguada. En ese momento, dice Melero, no se imaginaban que en el nuevo albergue, ubicado en la sede del Ministerio del Ambiente, en el Centro Simón Bolívar, sus condiciones de vida mejorarían considerablemente. El lugar era un refugio tipo A, distribuido en cubículos que le brindaban mayor privacidad a los sus huéspedes.

El cambio, explica Melero, motivó a su esposo y al resto de la familia a ingresar con ella al nuevo albergue de manera permanente. Todos acudieron, pero no sin antes asegurarse de dejar el rancho -y las pocas cosas que en él conservaban- al resguardo de los vecinos que aún quedaban en el sector.

“Yo también subía de vez en cuando”, comenta Antonio luego de sentarse al lado de su esposa, quien lo mira y agrega: “La casa medio la parapetamos para que no se metieran, ¿verdad? Era triste que todo aquello que habíamos logrado con tanto esfuerzo, lo perdiéramos de la noche a la mañana”.

El cubículo “era un cuartico” en el que los seis integrantes de la familia se las arreglaron para convivir de la manera más cómoda posible. En el día, a excepción de Melero y Jesús, el resto acudía a su lugar de trabajo.

ORGANIZACIÓN, NORMAS Y DISCIPLINA

En el refugio se establecieron normas con la intención de organizar las labores y establecer un régimen disciplinario. Las tareas comunes -como el mantenimiento de las áreas, la distribución de los alimentos y las tareas de seguimiento al proceso de adjudicación- fueron distribuidos en comités en los que participaron “casi todos los habitantes del refugio”.

Eran 51 familias organizadas por grupos. En cuanto a los alimentos, inicialmente las comidas les eran entregadas ya preparadas; sin embargo, debido a inconformidades causadas por la presunta “mala calidad” con la que en ocasiones llegaban las viandas, la comunidad solicitó a la institución que se les instalara una cocina y que se les cediera otro espacio para la construcción de un comedor. Y así se hizo. “Nos tocaba cocinar por grupos y también limpiar los baños y los pasillos”, comenta la vocera.

Melero comenta que, durante su estadía en el refugio, limitó su participación “en muchas actividades” organizadas en el albergue. Asegura que la mayor parte del tiempo la pasaba en el interior de su cubículo. “En muchas ocasiones”, dice, “pensé en abandonar. Estaba cansada. Fueron Antonio y mi hija los que siempre me convencieron de no irme de nuevo al rancho”.

Ante este comentario, Antonio señala: “Hay que entender que la vida en un refugio es totalmente distinta a la que se lleva en nuestras casas. En estos lugares es necesario crear normas para garantizar la convivencia. Por ejemplo, hay horarios para entrar y salir del lugar, no se pueden llevar invitados, las comidas eran a una hora específica. Son cosas que para muchos significaban un presión extra”.

“Yo me sentía un poco presionada”, reflexionó Melero. “El tiempo que viví allá lo viví presionada. A veces salía del refugio y no me provocaba regresar. Me la pasaba encerrada en mi cuarto y cuando no, estaba haciendo las labores que me correspondían”.

Sin embargo, confiesa que esa aparente apatía no le impidió participar en una protesta realizada en las avenida Francisco Solano, frente al lugar donde se erigía el urbanismo al que la habían adjudicada, para exigir rapidez en las labores de construcción.

“ESTO ES PARA MIS HIJOS”

Luego de tres años, el 21 de noviembre 2013, Melero y su familia recibieron la llave de su apartamento. “Ese día se hizo la entrega simbólica” explica. “Realmente fue el 12 de diciembre cuando subí y conocí mi apartamento. En ese momento lo primeo que dije fue ‘gracias, diosito, porque esto es para mis hijos’. Ese día vine sola y me puse a limpiar”.

“Nunca pensé en vivir en la Solano. Cuando el Presidente decía que todos los venezolanos teníamos derecho a una vivienda digna yo confié en él, y se me cumplió el sueño. Él decía las cosas tan bonito que de verdad hacía que uno creyera, y además se veía que cumplía. A mí me cumplió. Esto se lo agradezco primeramente a Dios y segundo a Chávez, porque esto de la Gran Misión Vivienda Venezuela fue un invento de él”.

T/ Romer Viera
F/ María Isabel Batista

SOLO LA UNIDAD, LA LUCHA Y LA PERSISTENCIA DE UN PUEBLO CONSCIENTE ELIGE A SUS DIGNATARIOS Y GOBERNANTES QUE LEGISLEN Y GOBIERNEN PARA EL PUEBLO….PUEBLO VENEZOLANO LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA ES SU PATRIMONIO SOCIAL HEREDADO DEL GRAN LIDER Y COMANDANTE CHAVEZ…..