Por Ileana Ruiz|“La Avanzadora” (Opinión)

Juana Ramírez es mujer de fuego de la historia venezolana. Ahora, en un acto de justicia, inspira las nobles luchas desde el Panteón Nacional.

Ju-a-na la- a-va-za-do-ra silabeaba mi nieto frente al rótulo de una estatuilla artesanal que representa a dicha heroína. En aquella ocasión, al concluir con éxito su ejercicio lector, exclamó: ¡Qué nombre tan bonito, abuela! ¡Así se va a llamar mi hija! Años más tarde él sabe que la historia es aún mucho más bonita que el nombre.

Juana huele a sol llanero y cacao oriental. Nacida en Chaguaramas, estado Guárico, tempranamente emigró junto a su familia a territorio monaguense. Hija de una esclavizada africana y, presuntamente, del general Andrés Rojas, su partida de nacimiento en la lucha por la independencia patriota la marca la Batalla del Alto de los Godos el 25 de mayo de 1813 cuando lidera en Maturín el movimiento conocido como “batería de mujeres”.

“La Avanzadora”, la llamó el héroe Manuel Piar. ¡Avanzar! Esa habrá de ser la consigna de toda mujer venezolana. Al principio pensaba que su deber era alimentar a los ejércitos, curar a los heridos, remendar las banderas, apertrechar los cañones. Pronto se dará (nos daremos) cuenta de que la historia exige mucho más que enjabonar ultrajes y enjuagar derrotas.

Su vida es testimonio de lo que puede alcanzar una adolescente guiada con amor: ¡cuántas muchachas no están en nuestros liceos ávidas de una profesora “madrina” que acompañe con su celo y protección su aprendizaje tal como hizo con Juana doña Teresa Ramírez de Balderrama!

Por sus venas corre la sangre caliente de la libertad y dignidad. Una vez alzó la bandera y espada de un oficial muerto y corrió delante de todos bajo una lluvia de balas; desde entonces ese ha sido su sino: desarmar al enemigo.

La presencia femenina en la guerra de Independencia es recurrente. Pese a que muchas veces seamos invisibilizadas o subsumidas, mujeres como Josefa Joaquina Sánchez, Consuelo Fernández, Ana María Campos, Concepción Mariño, entre otras, constituyen el tejido de la historia de Venezuela.

Cada día que transcurre, las Juanas contemporáneas se tranzan en discusiones con raíces que, de tan profundas como las del vetiver, sostengan la geografía escarpada de nuestro momento político. Penetran el suelo ideológico y se ramifican en él con el objetivo de que cada palabra pronunciada tenga una extensión insospechada incapaz de romperse radicalmente.

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