Lisaura Enciso y su hija Arianni son beneficiarias de la GMVV|“Mamá, al fin tenemos una casa donde vivir”

Una de las características de la Gran Misión Vivienda Venezuela (GMVV) es la construcción de urbanismos y entrega de unidades habitacionales en zonas de las ciudades que antes eran consideradas privilegiadas. Uno de estos ejemplos es el Urbanismos Carlos Miguel Escarrá Malavé.

Este complejo forma parte de las obras ejecutadas por la Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales (Opppe) en la urbanización Los Chaguaramos y lo integran tres torres de 12 pisos cada una. Fue construido en un terreno que era utilizado para la venta de carros usados, que fue expropiado por el presidente Hugo Chávez y cuyos procedimientos legales fueron asumidos por el abogado y diputado Carlos Escarrá Malavé, quien falleció el 25 de enero del año 2012.

El urbanismo, ubicado a pocos metros de la estación Ciudad Universitaria del Metro de Caracas, contiene apartamentos de 56,3 metros cuadrados distribuidos en 2 habitaciones, 1 baño, sala, cocina, comedor y un área de lavadero. También cuenta con todos los servicios básicos y, además, tiene ascensores en cada una de sus torres. Suma, aparte, 12 locales de 54 metros cuadrados para el desarrollo de proyectos socioproductivos por parte de sus habitantes.

“Yo le agradezco primeramente a Dios y después a nuestro presidente Chávez. Él hizo que se comenzará a cumplir lo que dice la Constitución: una vivienda digna para los venezolanos. Nunca tendré suficientes palabras para agradecérselo”, expresa Lisaura Enciso, de 28 años de edad, quien además opina que en gobiernos anteriores “era difícil que te dieran un apartamento como este. Antes, cuando mucho, te entregaban los materiales para que uno mismo construyera su casa, y eso no se parece en nada a lo que ha hecho este Gobierno”.

Enciso, nacida en el estado Apure, llegó a Caracas por amor, y por ese mismo amor vivió 8 años en el barrio El Guarataro, parroquia San Juan. En una casa que según cuenta, “no estaba tan alta, aunque igual tenía que agarrar el yip”. Al poco tiempo nació su hija Arianni: Una niña que desde pequeña sufre de ataques epilépticos, por lo que necesita de una ambiente especiales, tranquilo, donde vivir.

LA TRAGEDIA

Tenía 18 años cuando se mudó con su esposo. Era una casa de dos plantas que pertenecía a su suegra. Ellos habitaban en la parte de arriba donde contaban “con un cuartos, un baño y un espacio para la lavadora”, recuerda.

La vivienda, a pesar de ser de bloques, presentaba problemas debido a su ubicación. El 14 de diciembre de 2010 se conjugaron un terreno inestable y las excesivas lluvias que azotaron Caracas ese año y derivaron en la tragedia que cambiaría las vidas de Enciso y de su hija para siempre.

“Esa noche”, relata Enciso, “comenzó a llover, a llover y a llover y el agua empezó a salir por la pared de la cocina. Bajamos a la planta baja de la casa y tratamos de dormir, pero no lo logramos. Eran las tres de la mañana cuando escuchamos un ruido muy fuerte; tome a la niña y salí de la casa, afuera vimos como el barro, la tierra y las piedras tapiaron la estructura. Lo único que pude salvar fue una cama. Nos quedamos sin nada más”.

Cuenta que a las 6:00 am ya no tenían casa. El llanto se convirtió en la primera vía de escape para su angustia. Durante los tres días siguientes contaron con la ayuda de una vecina, quien les ofreció su casa como alberque, un apoyo transitorio que les proporcionó el tiempo necesario para madurar una decisión: aceptar ir a un refugio.

EN EL REFUGIO

Tras las pesquisas realizadas por Protección Civil y superadas las dificultades de encontrar un refugio que brindara un mínimo de confort para Arianni, la familia fue trasladada al edificio en el que funcionó el Hotel Catedral, ahora utilizado como un albergue a cargo de la Alcaldía del Municipio Libertador, situado en el extremo noreste de la plaza Bolívar.

“Era un edificio de tres pisos que fue convertido en un refugio. Allí nos dieron una habitación con baño a la que le hicimos varios arreglos. La atención fue buena, de verdad no nos podemos quejar: nos entregaron sabanas, la alcaldía de Caracas (organismo que apadrinó el albergue) nos daba los alimentos y nosotros nos encargábamos de su preparación. También entregaban la leche y los pañales para los niños pequeños”, cuenta Enciso.

Sin embargo, admite que le costó adaptarse a esta nueva realidad. El tener que convivir en un espacio relativamente reducido con cientos de personas que no conocía le planteó un estado de preocupación que aún después de un año de habitar en el lugar la llevó a pensar en abandonar el sueño de tener una casa propia. Al respecto, expresó: “Nosotros veníamos de tener una vida en un barrio, con amigos, y el conocer a personas nuevas en esas situación se nos hizo muy difícil. La situación también afectó la relación con mi esposo y nos separamos meses mas tarde. Al final fue el amor por mi hija lo que me dio fuerzas para mantenerme. Quería ofrecerle un techo donde vivir”.

También estaba la universidad. Para el momento de la tragedia, Enciso se encontraba cursando los últimos lapsos de sus estudios de educación inicial en el Instituto Pedagógico de Caracas y el perder su computadora durante la tragedia, y con ella gran parte de su trabajo de grado, retrasó la posibilidad de culminar esta meta.

Una situación similar vivió Arianni, a quien el cambio en su rutina de vida la afectó más que a sus padres. La niña extrañaba hasta llorar su escuela y a sus compañeros de clases; además, no entendía la razón por la que ya no podía dormir en su antigua cama, tener sus juguetes consigo o jugar con sus amigos del barrio. Todas estas preguntas, con respuestas que poco la satisfacían, crearon una condición que necesitó de un psicólogo al que acudieron las dos, madre e hija, en busca de asesoría.

UN NUEVO HOGAR

Enciso debió abandonar el trabajo y dedicarse a cuidar a su hija y a reactivar los estudios universitarios. Durante dos años las casi 120 familias del albergue del Hotel Catedral esperaron por la culminación de los proyectos habitacionales a los que fueron adjudicados. Eran varias las opciones, y entre ellas se encontraba el urbanismo Carlos MIguel Escarrá Malavé, residencia a la que fueron asignadas seis de las familias.

La noche del 13 de febrero de 2013 les llegó la noticia. Fue la noche antes de la entrega de su vivienda. “No lo podía creer”, dice Enciso, quien llegó a pensar que era una mentira a pesar de que la información provenía de su coordinadora; inlcuo, dudó en recoger sus cosas para la mudanza. Creía que estaba soñando. Abrazó a su hija y le contó la noticia. La reacción fue una mezcla de emociones indescifrables que se desbordaron en risas y llantos para celebrar la alegría de “un nuevo regalo de Dios”.

Ya dentro de apartamento, Enciso se mantenía incrédula ante el hecho de estar debajo de un techo que le pertenecía. “Mamá, al fin tenemos una casa donde vivir”, dijo Arianni, y una vez más lloraron juntas.

La pequeña Arianni dice que ella tiene una casa gracias a Chávez, a quien siempre veía por televisión. Enciso piensa que con un gobierno distinto al del presidente Chávez hubiese sido imposible alcanzar el sueño de una vivienda digna para su hija. Manifiesta que para ella era imposible comprar un apartamento de esas características y “mucho menos” ubicado en una zona privilegiada como Los Chaguaramos. “Nunca me lo imaginé; pensé que nunca iba a salir del Guarataro y siempre le pedía a Dios por una mejor oportunidad para mi hija. Es por eso que estoy agradecida con él por haber iluminado a Chávez para que ayudara a muchas personas de bajos recursos”.

T/ Romer Viera
F/ José Luis Díaz