Por Luisa Pérez Madriz|Las abuelas cimarronas (Temática)

Pido permiso al Todopoderoso y pido a los ancestros que limpien este espacio, que me permitan la claridad de ideas y poder así expresarles sentimientos de solidaridad y vivencias de la cotidianidad, con el fin de creer en un mundo posible, desde el respeto, la aceptación y la inclusión y todas y todos.

¿QUIÉNES SON LAS ABUELAS?

Son las madres dos veces, un trozo de papelón con chorrito de limón, es la mano que palma con fuerza para corregir y la misma mano que elabora dulces para consentir. Las que nos inducen a imitarlas sin proponérselo. A veces creemos odiarlas y terminamos por amarlas mucho, mucho, mucho…

Son las que sobreviven en los recuerdos. “El que no tuvo abuela se perdió lo mejor de la niñez”

¡Mis abuelas cimarronas ambas! Una, dulcita como el yuyo de cacao, consentidora, amorosa, campesina, a quien el campo le chupó todo el sudor y sus fuerzas; esa era Rosalía Pérez, negrita de ébano pulido, delgadita y ágil, de quien jamás recibimos mis hermanos y yo un maltrato verbal, ni siquiera una mirada de ira; tenía el don maravilloso de la paciencia.

Mi otra abuela materna era un general en jefe, crió 9 hijos y 7 nietos, entre ellos yo. Mi adorada Eulalia Madriz una bachaca que no creía en nadie y su norte era el bienestar y la unión de la familia.

Mis abuelas, mis tías, mis viejísimas y chochas vecinas, todas sabias, nobles, hermosas, reinas del cumbe curiepero y barloventeño, formando y forjando la descendencia con sus conocimientos.

SABERES PARA LOS DOLORES

Lo doloroso de esta gran verdad es que descubres que esos conocimientos se titulan en el doctorado de la vida, lamentablemente ya no están, se fueron a ese planos, dejándonos solamente ese valioso legado que despectivamente que muchos llaman brujería y yo insisto que es ciencia. Si muchas de estas mujeres no sabían leer y escribir ¿cómo tenían soluciones y remedios para todo?

Si te dolía la barriga, sabían si era mala digestión, un guarapo de menta o de concha de naranja seca. Si eran gases: col y anís estrellado.

Si eran parásitos: purgante de coco y piña y luego para recogerlos, se preparaba en una bolsita de tela, fregosa, lombricera y pasote; así no se regaban todos y buscaban salida; si por algún motivo esto llegaba a suceder, le untaban en las coyunturas o articulaciones ajo machacado para que no provoquen la temida “alferecía de lombrices”. Kerosene, asafétida y ajo, reviviendo mas de un muchacho.

¡Ay de resfríos, pechos trancados y flema! Café cerrero con aceite de oliva en ayuno. Frotarnos con aceite alcanforado calientico con la llama de una vela en el pecho y en la espalda. Beber una cucharilla de aceite corozo, manteca de raya o infundio de gallina, que feo olíamos pero nos curábamos. Así mismo guarapo de clavellina, flor amarilla, paraíso, reseda, cebolla morada, sábila, tártago y hasta leche de vaca o chiva.

¿Nos dolía la garganta? Limón, miel, arcilla, bicarbonato y unos tantos tocamientos y adiós amigdalitis.

¿Ronquera? Jugo de remolacha y clara de huevos, té de conchas de cebolla, comer un trozo de vela o masticar jengibre.

Si le salía un acceso o furúnculo: concha de ajo, hojas de ají, también hojas de tabaco y en horas empieza a drenar y desaparece.

Si tienes una visita indeseable y quieres que se retire rápidamente, volteas cobre, un plato, un vaso de agua detrás de la puerta de la calle y solucionado el problema.

¿Le duele un oído? Gotas de leche materna u hojas de brusca.

¿Problemas en la piel? Yerba mora, amor seco, flores de caujaro, se toman, o se dejan secar en el aire y luego se cubre el cuerpo con almidón de yuca.

¿Mal de ojo? Primero buscar quién ensalme y luego llevar tres ramitas de distintas plantas que casi siempre son crucetilla del niño, brusca y ruda.

Así mismo, para limpiar ambientes de malas influencias, se colocan ramas de eucalipto, bayrun y alcanfor en sitios estratégicos de la casa.

Si las hojas de los árboles se voltean, lluvia segura. Le salen los primeros dientes al niño y se babea, un chupón de auyama de huesito.

¿Diarrea? Té de conchas de granada y toronjil, sopa de plátanos y yerbabuena.

Si un niño le cuesta dormir, acostarlo o arroparlo con una prenda usada de la madre, su olor lo tranquiliza.

¿Un repelente para zancudos y jejenes en las tardes húmedas? Aceite de coco con malojillo.

SABERES PARA LOS SABORES

Las abuelas con sus manos y el conocimiento gastronómico de la supervivencia y la economía, sin neveras, ni microondas, ni hornos eléctricos o de gas. ¡Pero no se desperdiciaba nada!

¿Muchos cambures maduros? Cafungas, berenges y titis deshidratados.

¿Muchos mangos? Caratos, jaleas y dulces.

¿Muchos cambures verdes? Bollos, mal llamados desgraciados.

Secar pescados salados al sol, para luego degustarlos en salsa de ají. Tejer palmas y preparar altares diversos. Pelar topochos y plátanos verdes sin mancharse las manos. Ablandar carne con pitos de lechosa. Técnicas de elaboración de alimentos y dulces como Martinica, pan de horno. Preparar cacería.

Esto es solo el principio de lo que quiero contarles sobre las abuelas cimarronas y la pedagogía de la ancestralidad.

I/Edgar Vargas