Lo se que siente «es inexplicable», asegura la beneficiaria de la GMVV|Carmen Gutiérrez: Chávez “nos dio algo que nunca habíamos tenido: una casa digna”

“Santa Eduvigis también me ayudó a conseguir esta casa. Le pedía mucho”, comenta Carmen Gutiérrez antes de bajar la imagen del marco de la puerta del apartamento D3-15, uno de los 144 que integran la Torre D del urbanismo Nelson Mandela, construido por la Gran Misión Vivienda Venezuela en el sector Colinas de Santa Mónica. Sujeta a la santa con una mano y se la muestra a la cámara

Gutiérrez vivió “toda una vida” en el sector San José del barrio Carapita, en la parroquia Antímano. Esa vida transcurrió en una casa de tres plantas que compartía con una sobrina, que habitaba en la planta baja. La familia de su hermana ocupaba el último tercer piso.

Junto con su esposo, Martín González, Gutiérrez y sus hijas Carenly y Kelly, ocupaban el segundo piso del inmueble multifamiliar, construido con bloques y placas de cemento. Tenía cuatro habitaciones, un baño, una cocina, “una salita” y el porche.

“Nunca hemos tenido un carro”, precisa Gutiérrez. Por esa razón, para llegar a su casa desde la avenida intercomunal de Antímano, o viceversa, tenía que hacer “colas enormes para tomar un yip”. La vivienda se encontraba en uno de los sectores más altos del barrio. “Quizá por esos el agua llegaba cada ocho días”, expresa.

NOVIEMBRE TRÁGICO

Cuenta que durante años los habitantes del barrio esperaron por la reparación del sistema de aguas servidas del sector. Los trabajos comenzaron en el año 2010, durante el periodo de lluvia. Las aguas colapsaron las tuberías hasta que las reventaron y comenzaron a correr libremente por debajo de su casa. Un inmenso torrente de líquido putrefacto socavó las bases de la casa, que cedieron. La estructura se resquebrajó “casi en su totalidad”.

El inmueble fue declarado en alto riesgo. Gutiérrez, junto el resto de sus habitantes fueron desalojados y trasladadas a un refugio improvisado en la Escuela Básica Bolivariana Barrio San José.

“Era el 29 de noviembre de 2010. No teníamos a dónde ir. Yo salí con mucha tristeza. Fueron muchos años viviendo en ese lugar y de la noche a la mañana la naturaleza nos obligó a hacer un cambio de vida totalmente distinto al que teníamos. Eso fue muy fuerte. Las cosas que logramos sacar de la casa se dañaron en un cuarto que alquilamos para resguardarlas”, comenta.

La vivienda de Gutiérrez no fue la única afectada. Ese año las vaguadas dejaron cientos de familias damnificadas en el sector, a quienes también se les trasladó a la escuela, allí ocuparon la totalidad de sus salones de clases.

“Durante los primeros dos días fueron las voceras y los voceros de los consejos comunales quienes asumieron la organización de las familias”, explica Gutiérrez, quien se era vocera del comité de finanzas del Consejo Comunal Luz de San José.

“La primera noche fue fuerte. Lo primero fue hacer la distribución de las aulas y acondicionarlas para que la gente estuviera lo mejor posible. Había muchos niños y personas con alguna discapacidad. Las colchonetas las donó el instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada. Esa noche no dormimos. Al día siguiente lo primero que hicimos fue salir al patio de la escuela y nos pusimos a rezar guiados por una de las vecinas que era cristiana. Después de eso continuamos con la lucha”. Ese día, relata, visitaron instituciones del Estado para solicitar ayuda y todas les tendieron la mano.

Posteriormente, la organización “fue asumida por un militar”, quien los ayudó a “gestionar muchas cosas”: comida, agua potable, camas, medicinas. Luego acudieron a instituciones como el Ministerio del Poder Popular para la Salud y el de Educación y Ciencia, a los que le solicitaron lo necesario para la estadía en el refugio.

Permanecieron en la escuela hasta el 8 de enero de 2011. Ese día a las familias que se encontraban en la Escuela Básica Bolivariana Barrio San José se les distribuyó en otros refugios. Gutiérrez y sus seres queridos fueron asignados al albergue instalado en la sede de la Fundación Instituto de Estudios Avanzados, ubicada en el sector Sartenejas del Municipio Baruta, organismo adscrito al Ministerio del Poder Popular para Ciencia y Tecnología.

CAMBIOS

“En este lugar la vida era más tranquila”, relata Gutiérrez. “A cada familia se le asignó una especie de apartamentico con una habitación, dos literas y un baño. Allí teníamos más privacidad. Éramos 27 familias”. Para entonces ya había nacido Sophia, la hija de Carenly.

No obstante, Gutiérrez añade que el cambio significó “un dolor de cabeza nuevo” para muchas de las personas que habitaban en el albergue. Asegura que las características del transporte público en la zona los obligó a readaptar, nuevamente, sus estilos de vida. En el caso de Kelly, su hija menor, debió abandonar su antiguo lugar de estudio e ingresar en un nuevo liceo ubicado en el pueblo de Baruta.

“Los primeros meses fueron una maravilla, pero poco a poco la situación cambió. Supongo que algo tiene que ver el hecho de que permanentemente nos asignaban nuevos coordinadores y cada uno de ellos llegaba con un estilo diferente de dirigir el refugio”, cuenta Gutiérrez.

Las familias se organizaron por comités de salud, educación, vigilancia, mantenimiento y alimentación. Inicialmente, se les suministraban las comidas ya preparadas. Pero luego, por su propia solicitud, se les permitió tener una cocinita eléctrica en las habitaciones.

En cuento a la relación entre los habitantes del albergue, Gutiérrez la califica como buena y con “bastante participación”, especialmente en las tareas relacionadas con la distribución de los alimentos.

“MONTE Y CULEBRA”

Gutiérrez está sentada en la sala de su vivienda. Afuera llueve, la puerta principal está abierta y a través de ella observa cómo la lluvia cae en el inmenso pasillo que forma el área pública del piso tres. “Este urbanismo esté en la urbanización Colinas de Santa Mónica. Una zona de clase media”, dice. “El proyecto es de 576 viviendas dúplex y de un solo piso, en 4 edificios (A, B, C, D) de 7 pisos, y de 144 apartamentos por edificio. También cuentan con locales socioproductivos”.

Asegura que la contraloría social a los trabajos de construcción del urbanismo Nelson Mandela se extendieron por casi por tres años. Recuerda que la primera vez que vio la obra esta se encontraba en la etapa de construcción de la losa. “Lo que había era monte y culebra”, comenta Gutiérrez, quien agrega que muchas veces lloró “porque sentía que los trabajos iban lentos”.

“Claro que en muchas ocasiones pensé en abandonar”, confiesa. “No es bueno cuando uno está acostumbrado a estar en una casa con su familia y luego verse en un lugar en el que nunca pensaste que estarías y sin nada claro. Algunas veces nos atacaba la soledad y la tristeza”.

No obstante, manifiesta que su fe en Dios y su actitud positiva la hacían reponerse rápidamente y mantenerse firme en el propósito de llegar hasta el final. A comienzos de diciembre de 2013 recuerda que le pidió al Divino Niños que le concediera como regalo de Navidad que le entregaran su apartamento. El deseo se cumplió el 20 de ese mes. Ese día le avisaron sobre la inminente entrega de la vivienda.

FIN DE LA ESPERA

La entrega de las llaves se concretó el 30 de diciembre. Gutiérrez dice que cuando abrió la puerta del apartamento D3-15, lo primero que hizo fue darle gracias a Dios y disfrutar con su familia de la felicidad por haber llegado al final de la espera.

Gutiérrez se considera un “gran creyente” y como prueba de esta afirmación saca a relucir un ejércitos de santos, quienes en imagen y cuadros de diversos tamaños “protegen el hogar”. El batallón visible lo integran Santa Eduvigis, la Rosa Mística, la Virgen de Valle, el Divino Niño, el Nazareno, el Señor de los Olivos y San Miguel. También se encuentran José Gregorio Hernández y Guaicaipuro.

“Fue una felicidad tan grande, estaba contenta. Desde el principio empecé a gozar de la tranquilidad del lugar, y repetía: por fin estoy en mi casa. Lo que se siente es inexplicable. Estoy feliz con mi apartamento de dos habitaciones. Tiene una sala, la cocina, un baño y un comedor que transformamos en otra habitación. Ya le pusimos baldosa al piso y estamos seguros de que poquito a poco los vamos a poner más bonito. También nos entregaron la línea blanca”.

Gutiérrez comenta que desde octubre del año pasado comenzaron a pagar el inmueble. Explica que el cálculo del aporte se estimó de acuerdo con un estudio socio económico hecho a cada una de las familias del urbanismo. En su caso, el monto mensual asciende a 700 bolívares, que debe depositar mensualmente en una cuenta del Banco Nacional de Vivienda y Hábitat (Banavih).

No es tan grande como la casa de Carapita, comenta Gutiérrez, quien además se refiere a las dificultades para el transporte que hay en la zona, según dice, por la pocas rutas de transporte público en el área. En este sentido, anunció que entre las tareas que tiene como vocera del comité multifamiliar del urbanismo, una de ellas será gestionar la creación de una ruta de Metrobús.

“En sí, tengo que agradecer esto al comandante Hugo Chávez. Él nos dio algo que nunca habíamos tenido: una casa digna. Siempre soñé con salir del lugar donde vivía pero nunca había el dinero suficiente. Con este gobierno se nos dio la oportunidad que no habíamos tenido. Recuerdo al presidente como un hombre amable y sobre todo perseverante, esa era una de sus virtudes que lo ayudó a luchar contra los problemas. Él nunca nos abandonó. Por eso le agradezco esto a Dios, a Chávez y a mi voluntad y a la de mi familia”.

T/ Romer Viera
F/ José Luis Díaz

Felicitaciones para toda la familia!!!!!!!
Muy bien planteadas tus informaciones y descripciones que ayudan a complementar acciones y servicios creando condiciones hacia una mejor calidad de vida para todos ustedes y los otros miembros de su nueva comunidad.
Gracias por compartir este bello capitulo de sus vidas, el mismo inspira, genera optimismo, en una u otra forma alimenta nuestros espiritus, disfrutamos su acontecer.