“El diálogo es un juego que tienen los comunistas. A mí no me interesa.” decía Augusto Pinochet y su eco lo puede escuchar uno hoy en algunos dirigentes de los grupos mas radicales de la derecha venezolana, a quienes esta coincidencia ideológica está muy lejos de molestarle.
La voz de este sector es la que los medios nacionales e internacionales amplían y reproducen. El odio y sus sueños de cárceles masivas, de humillaciones y prohibiciones aparecen como si fueran el fundamento ideológico de toda la oposición en Venezuela.
Es un antichavismo que abreva en el pozo del anticomunismo mas primitivo. Al lado de sus anhelos, hasta el macartismo parece débil.
En este contexto, cualquier rasgo opositor de sensatez es castigado, silenciado y desterrado. Una de sus mas recientes víctimas es Timoteo Zambrano, destituido, arrojado a las sombras y silenciado.
Hoy, uno de sus victimarios, Jesús (Chuo) Torrealba, sufre el asedio de sus partidarios por atreverse a aceptar la convocatoria a una mesa de diálogo que cuenta con el auspicio y la bendición del Papa.
En las redes sociales y en las emisoras de radio se multiplica la condena a los partidarios del diálogo. Se impone la voz de los sedientos de sangre, de los que exigen la confrontación directa, pero solo van a la calle si están los medios para entrevistarlos y desaparecen de inmediato para estar presentables para su próxima declaración.
Estoy seguro de que no es ésta la mayoría de la oposición. Sé que entre nuestros adversarios hay voces sensatas que no logran expresarse y sé que son ellos portadores de un discurso capaz de desmontar las maquinarias de muerte e invasiones que traman los enloquecidos que tienen el control de los recursos y los medios de la oposición.
Deberíamos contribuir a que estas voces se expresen. No son nuestros partidarios, son también nuestros opositores. No van a decir que lo hacemos bien, pero sé que al igual que nosotros quieren a sus hijos, quieren una mejor situación económica y quieren la paz.